jueves, 28 de julio de 2011

¿QUÉ LE PASA A LA TIERRA?


A diario nos sorprenden las los noticiarios con catástrofes naturales que asolan distintas partes del mundo. Terremotos, huracanes, inundaciones... acaban anualmente con miles de vidas humanas y producen miles de millones de euros en pérdidas materiales. De tal manera que parece que cada ve hay más desastres naturales, y que éstos son cada vez más graves, más fuertes.

Al igual que hacían nuestros antepasados, que explicaban las catástrofes naturales como castigos divinos a una humanidad pecadora, buscamos hoy, en el descreído siglo XXI pero con el mismo sentimiento de culpabilidad, nuestra responsabilidad en la ocurrencia de estos peligrosos fenómenos.

¿Es cierto que están aumentando en número y peligrosidad las catástrofes naturales? ¿Somos nosotros los causantes de dicho aumento? ¿Nos está castigando la Tierra?


Si hacemos un análisis exhaustivo del número e intensidad de estos eventos tenemos que empezar por considerar dos grupos: los de origen interno,como volcanes, terremotos y los tsunamis provocados por unos y otros, y los de origen externo, entre los que destacan los huracanes y las inundaciones.

Los volcanes y terremotos son los fenómenos más impresionantes de los que podemos ser testigos. Ambos están originados por el calor y la dinámica del interior del planeta. El análisis de los datos de las catástrofes producidas por ellos nos indica que el aparente incremento se debe a:

  • El aumento de la población, que se ha extendido a zonas antes despobladas, con lo cual aumenta la posibilidad de “notar” el terremoto.

  • El aumento de la densidad de población en zonas de conocido riesgo sísmico, con lo que el número de víctimas y pérdidas materiales suele aumenta, aún cuando se hayan tomado al mismo tiempo medidas preventivas más o menos adecuadas.

  • El aumento y mejora de las comunicaciones, que actualmente cubren el mundo entero y permiten que conozcamos en cualquier momento lo que está ocurriendo en cualquier parte del globo, independientemente de la importancia de la población afectada.

No tenemos capacidad para influir en las causas de estos fenómenos, puesto que nuestra actividad (incluida la minería, o las pruebas de explosiones nucleares) solo afecta a la superficie del planeta. Sí es verdad que algunas actividades humanas pueden inducir terremotos, como son las explosiones atómicas o el hundimiento de minas subterráneas, o la acumulación de enormes masas de agua en grandes embalses, pero no suelen ser éstos los grandes terremotos que provocan decenas de miles de muertos al año.


Por otro lado, las catástrofes de origen externo como huracanes e inundaciones, que son a nivel mundial las que afectan a mayor número de personas al año, sí que han sufrido un aumento significativo en número e intensidad en los últimos 30 años. Estos fenómenos climáticos están sometidos a los cambios producidos en el clima. Sabemos que se está produciendo un calentamiento global, sobre el cual sí está probada nuestra influencia ya que vertemos anualmente miles de toneladas de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono, que están aumentando la temperatura media de la atmósfera y de los océanos. Esto se traduce en un incremento de la fuerza de las tormentas tropicales que originan los huracanes, tifones y ciclones, y en una alteración de la dinámica de borrascas y anticiclones en las latitudes medias, que dan lugar a grandes inundaciones y sequías, así como a importantes olas de frío o de calor.

Ante este tipo de desastres sí que somos culpables y merecemos el “castigo” que nos da el planeta al reaccionar.


¿Qué podemos hacer?


Algunas voces catastrofistas se elevan, incluso en documentales televisivos que cada vez son más sorprendentes pero menos científicos, amenazando con que la suerte está echada y sólo nos queda rezar, pues el fin está cerca. Sin embargo, cambios más drásticos han experimentado la Tierra, sobreviviendo a ellos, y la especie humana ha demostrado su gran capacidad de adaptación y supervivencia en las circunstancias más duras.

Tenemos que asumir el dolor que provocarán los desastres naturales magnificados por nuestros errores, pero todavía estamos a tiempo de corregirlos para permitir que la Tierra vuelva poco a poco a su equilibrio. Está en nuestras manos sustituir los combustibles fósiles por otras fuentes de energía limpias y cambiar nuestros hábitos para consumir menos energía, pero no va a ser tarea fácil.


Ahora bien, si no lo hacemos por nuestra voluntad y esfuerzo quizás nos veamos obligados a hacerlo forzados por el dolor en una situación de supervivencia extrema.


Ana Díaz Sierra

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