Miguel Artola
La vida de Salomón Ben (Ibn) Gabirol, el Malagueño, transcurrió en una de las etapas más convulsas de la Historia de España y, particularmente, de Al-Andalus. Los años centrales del siglo XI contemplaron el derrumbe definitivo del Estado, relativamente centralizado, de los Omeyas y su sustitución por una miríada de pequeños reinos de taifas, enzarzados en continuos conflictos entre sí, mientras los reinos cristianos del norte comenzaban un decidido avance sobre la Meseta y el Valle del Ebro. Además. la inestabilidad interna en estos reinos era permanente y las luchas de facciones, de tribus y de los diversos grupos étnicos y religiosos entre sí producían efectos devastadores. No obstante la adversa situación sociopolítica, la vida cultural logró una brillante expresión en estas numerosas cortes y en los palacios de los hombres influyentes. En este ambiente convulso y en cambio permanente, se desarrolló la vida de uno de los filósofos y poetas más influyentes de la Edad Media española y, junto con Maimónides, un poco más tardío, el más destacado pensador hebreo.
Hay muchas zonas oscuras en cuanto al conocimiento de la vida de nuestro personaje, pero sí parece claro que su familia era procedente de Córdoba, de donde habrían huido tras el saqueo al que la sometieron las tropas beréberes en el año 1013, primer acto del caos que habría de sufrir Al-Andalus durante al menos medio siglo. Sus padres se refugiaron en Málaga, donde al poco tiempo nació, hacia 1020 ó 1021, Salomón. No sabemos exactamente cuánto tiempo permanecieron aquí, pero sí que el niño era de una gran inteligencia y vivacidad y dotado de una gran memoria, así como un gran interés por todos los conocimientos, particularmente por la literatura hebrea, cuya gramática comenzaba a definirse y estudiarse en aquellos años, llegando su interés al punto que prácticamente llegó a saberse de memoria el Antiguo Testamento y que dominaba también toda la tradición religiosa posterior. También le atraía mucho la lengua y cultura árabes.
Desde muy joven comenzó a componer poesías, quizás con quince o dieciséis años, de las que llegó a realizar un número inmenso, pues aunque se ha perdido la inmensa mayoría de estas, aún se conservan más de quinientas…
Trasladado desde joven a Zaragoza, cabeza de uno de los reinos taifas más poderosos y ricos, la vida del joven Ben Gabirol comenzó a ser un calvario. La temprana muerte de su padre le obligó a tener que ganarse la vida por sí mismo desde muy pronto, para lo que recurrió a su mejor recurso: la poesía. Son famosas las elegías funerarias al Gaón Hayya el Pumbedita, fallecido en 1038, uno de los más respetados doctores de la ley hebreos. Pero la tarea de encontrar un mecenas, y mantenerlo, no era fácil, máxime si había muchos poetas y pocos protectores de las artes. No obstante, durante dos breves pero felices años, estuvo al servicio de Yuqutiel ben Isaac, hombre muy influyente, hasta que, víctima de una de las continuas conspiraciones de la época, fue detenido y ejecutado. Poco después, compuso poemas para otro judío, un caso poco frecuente, pues se trataba de un caudillo militar, Samuel ha Neguid. Aunque tampoco ahora duró mucho la protección del guerrero al poeta, pues pronto surgieron rencillas entre ellos.
Al parecer el carácter de Salomón Ben Gabirol se iba haciendo cada vez más difícil. En parte, esto era achacable a una enfermedad, que no se ha podido precisar muy bien cuál era, que le afectaba la piel, cubriéndola de pústulas y llagas que supuraban con frecuencia. Al sufrimiento físico, que le obligaba a permanecer en cama muchas veces, había que añadir el moral, pues la enfermedad le aislaba de la vida social, al retenerle muchas veces en casa, y cuando podía salir, su aspecto resultaba repulsivo para muchos. Así, poco a poco, cada vez más aislado de sus contemporáneos, comenzó a buscar con ahínco la felicidad en la filosofía, volcándose en el desarrollo de un pensamiento propio a partir de la inspiración, tanto aristotélica como neoplatónica, en una interesante síntesis.
Esta línea de pensamiento, adentrándose en la elaboración propia de una doctrina que intentaba armonizar las dos grandes corrientes filosóficas junto con la tradición religiosa hebrea, no podía ser bien vista entre sus correligionarios, pues se alejaba demasiado de la ortodoxia. Así, en torno a 1045, comenzó un fuerte enfrentamiento entre Ben Gabirol y la comunidad judía de Zaragoza. La situación se fue haciendo cada vez más penosa para él hasta verse obligado a emigrar hacia Valencia hacia los años 1050 ó 1055, donde, pasado algún tiempo, murió, si bien hay grandes discrepancias sobre la fecha de este suceso. Para algunos autores falleció muy poco después de llegar a Valencia; otros, en cambio, retrasan la fecha hasta 1069 ó 1070.
Existe una hermosa tradición o leyenda sobre su muerte llena de simbolismo. El poeta y filósofo habría sido asesinado por un musulmán envidioso de su sabiduría. Pero la higuera bajo la que ocultó su cadáver comenzó a dar frutos extraordinarios y, finalmente, llamó la atención del rey, que interrogó al dueño del jardín, que, en último extremo, confesó su crimen. Esta leyenda, que con ligeras modificaciones podemos encontrar en tantos lugares y civilizaciones del mundo, es toda una parábola relativa a la vida del sabio y de sus enseñanzas. Generalmente incomprendidos, los grandes hombres y pensadores deben sufrir desprecio, persecución e incluso ser muertos, para después comenzar a manifestarse de forma brillante la validez de sus enseñanzas en forma de “frutos maravillosos” que a la postre evidencian su grandeza.
OBRAS PRINCIPALES
Quizá la más importante de todas sus obras filosóficas sea la conocida como “Fons Vitae”, la Fuente de la Vida. Escrita originalmente en árabe con el título de “Yanbu al Hayya”, esta obra tuvo una curiosa trayectoria, pues el original árabe se perdió, como tantísimos otros; sin embargo, ya había sido traducida al latín por los célebres traductores de Toledo Juan Hispalense y Dominico Gundisalvo, hacia 1150. Posteriormente, fue también traducida al hebreo con el título de “Meqor Hayyim” por Sem Tob ibn Falaquera, en el siglo XIII.
Es una obra de total madurez, donde se desarrolla plenamente el pensamiento filosófico de Ben Gabirol. La influencia aristotélica se manifiesta en la constante referencia a la materia y la forma, teoría hilemórfica esencial del estagirita, bien matizada y combinada con las doctrinas emanatistas de Plotino y Porfirio. Incluso la expresión “Fuente de la Vida” es netamente plotiniana. La obra está escrita en forma de diálogo entre maestro y discípulo, no hay más personajes.
El Libro de la corrección de los caracteres, compuesto en árabe (Kitab islah al-ajlak) hacia 1045 y traducido luego al hebreo, es un libro de moral práctica, de tipo educativo, en el que llama la atención las observaciones de tipo psicosomático, relacionando las cualidades morales, virtuosas o viciosas, y los cinco sentidos y los humores de la teoría médica de Galeno, Hipócrates y Aristóteles. Es un tratado muy notable sobre las pasiones humanas.
La Selección de perlas (Mujtar al-yawahir, en el original árabe) es una colección de 652 máximas o sentencias morales, recogidas de diferentes fuentes: bíblicas, griegas, latinas, hindúes o árabes. Ben Gabirol muestra aquí su amplia erudición y su espíritu abierto. Muchas de ellas comienzan con expresiones como “Dijo el sabio…”, o bien “Cierto individuo….”, e incluso “Hijo mío…”.
Finalmente, debe destacarse “Keter Malkut”, es decir, “La corona real”. Es un excelente poema de cuarenta cantos donde Ben Gabirol muestra su extraordinario dominio de la lengua hebrea, puesta al servicio de la glorificación de Dios y del desarrollo de su doctrina filosófica. Misticismo, filosofía, oración, lirismo… todo se aúna en estos poemas que, ciertamente, son la “corona” de su obra. El poema se divide en tres partes. La primera, con carácter de himno, exalta los atributos divinos, el último de los cuales es la voluntad divina, que emana de la sabiduría divina, y que es el instrumento activo del proceso de la creación. La última y única causa de todo es Dios y la causa inmediata es su voluntad. En la segunda parte, Ben Gabirol describe las maravillas de la creación según las creencias de la época, ascendiendo de esfera en esfera hasta el Sol y la Luna, los planetas y, en último extremo, la Divinidad. En la tercera parte, el proceso es inverso, descendiendo desde las alturas divinas a las pequeñeces humanas. Probablemente, es una de sus últimas obras, en la que se resume y completa la evolución de su pensamiento filosófico.
Veamos algunos ejemplos de estas tres partes con los cantos 2, 29 y 36 respectivamente.
“Tú eres Uno, el principio de todo cómputo
y la base de todo edificio.
Tú eres Uno y, en el misterio de tu unidad,
la razón de los sabios se confunde,
pues no conocen nada de ello.
Tú eres Uno, y no mengua ni crece tu unidad;
en Ti no hay deficiencia ni exceso.
Tú eres Uno. Mas no como el uno de una cosa
que se adquiere o se cuenta,
pues no se concibe en Ti ni multiplicación
ni modificación.
Tú eres Uno, sin definición y sin perífrasis.
Tú eres Uno. Mas, al intentar establecer en Ti
un límite o una determinación,
el entendimiento se desanima.
Así que diré: me observaré
a fin de no cometer un error de lenguaje.
Tú eres Uno. Tu sublimidad y Tu trascendencia
no pueden aminorarse ni rebajarse.
¿Acaso puede el Uno decaer?
(Canto 29).
¿Quién podría prevalecer sobre tu esencia
habiendo creado de tu luz magnífica
una pura radiación?
De la roca fue tallada la forma,
y de la excavación del pozo fue extraída,
haciendo manar de ella un espíritu de sabiduría,
y la llamaste alma.
La tallaste en las llamas del fuego
de la inteligencia
y en esa alma hay un fuego devorador.
La enviaste en un cuerpo
a fin de sujetarla y de cuidarla.
En él está como un fuego, y no se quema.
Del fuego del alma ha sido creado el cuerpo,
y él fue sacado del no-ser al ser,
porque el Eterno la hizo bajar sobre él en el fuego.
(Canto 36).
Demasiado indigno soy de tus mercedes
y de toda la fidelidad que has dispensado
a tu siervo.
De seguro, Eterno, mi Dios debo darte gracias,
pues me has dado un alma santa,
mas por mis actos se ha vuelto impura,
y por mi mala inclinación la he maculado,
la he ensuciado.
¡Pero así es! Me ha vencido,
ha deshecho mis fuerzas, y nada me queda,
si no es en el ámbito de tu compasión.
No obstante, sé que con tus misericordias
podremos atacar con fuerza
y serán para mí un alcázar de auxilios.
Será posible vencer, y la expulsaré (la mala inclinación).
Sin duda, su obra puede ser analizada y descrita más a fondo, y tal vez podamos ampliar este estudio en artículos posteriores, pero queden aquí estas líneas como recuerdo y homenaje a un verdadero filósofo, un auténtico amante de la sabiduría, que surgió de nuestra tierra hace casi mil años: Salomón Ben Yehuda Ben Gabirol, el Malagueño.