sábado, 16 de junio de 2012

Ben Gabirol



Miguel Artola
La vida de Salomón Ben (Ibn) Gabirol, el Malagueño, transcurrió en una de las etapas más convulsas de la Historia de España y, particularmente, de Al-Andalus. Los años centrales del siglo XI contemplaron el derrumbe definitivo del Estado, relativamente centralizado, de los Omeyas y su sustitución por una miríada de pequeños reinos de taifas, enzarzados en continuos conflictos entre sí, mientras los reinos cristianos del norte comenzaban un decidido avance sobre la Meseta y el Valle del Ebro. Además. la inestabilidad interna en estos reinos era permanente y las luchas de facciones, de tribus y de los diversos grupos étnicos y religiosos entre sí producían efectos devastadores. No obstante la adversa situación sociopolítica, la vida cultural logró una brillante expresión en estas numerosas cortes y en los palacios de los hombres influyentes. En este ambiente convulso y en cambio permanente, se desarrolló la vida de uno de los filósofos y poetas más influyentes de la Edad Media española y, junto con Maimónides, un poco más tardío, el más destacado pensador hebreo.
Hay muchas zonas oscuras en cuanto al conocimiento de la vida de nuestro personaje, pero sí parece claro que su familia era procedente de Córdoba, de donde habrían huido tras el saqueo al que la sometieron las tropas beréberes en el año 1013, primer acto del caos que habría de sufrir Al-Andalus durante al menos medio siglo. Sus padres se refugiaron en Málaga, donde al poco tiempo nació, hacia 1020 ó 1021, Salomón. No sabemos exactamente cuánto tiempo permanecieron aquí, pero sí que el niño era de una gran inteligencia y vivacidad y dotado de una gran memoria, así como un gran interés por todos los conocimientos, particularmente por la literatura hebrea, cuya gramática comenzaba a definirse y estudiarse en aquellos años, llegando su interés al punto que prácticamente llegó a saberse de memoria el Antiguo Testamento y que dominaba también toda la tradición religiosa posterior. También le atraía mucho la lengua y cultura árabes.
Desde muy joven comenzó a componer poesías, quizás con quince o dieciséis años, de las que llegó a realizar un número inmenso, pues aunque se ha perdido la inmensa mayoría de estas, aún se conservan más de quinientas…
Trasladado desde joven a Zaragoza, cabeza de uno de los reinos taifas más poderosos y ricos, la vida del joven Ben Gabirol comenzó a ser un calvario. La temprana muerte de su padre le obligó a tener que ganarse la vida por sí mismo desde muy pronto, para lo que recurrió a su mejor recurso: la poesía. Son famosas las elegías funerarias al Gaón Hayya el Pumbedita, fallecido en 1038, uno de los más respetados doctores de la ley hebreos. Pero la tarea de encontrar un mecenas, y mantenerlo, no era fácil, máxime si había muchos poetas y pocos protectores de las artes. No obstante, durante dos breves pero felices años, estuvo al servicio de Yuqutiel ben Isaac, hombre muy influyente, hasta que, víctima de una de las continuas conspiraciones de la época, fue detenido y ejecutado. Poco después, compuso poemas para otro judío, un caso poco frecuente, pues se trataba de un caudillo militar, Samuel ha Neguid. Aunque tampoco ahora duró mucho la protección del guerrero al poeta, pues pronto surgieron rencillas entre ellos.
Al parecer el carácter de Salomón Ben Gabirol se iba haciendo cada vez más difícil. En parte, esto era achacable a una enfermedad, que no se ha podido precisar muy bien cuál era, que le afectaba la piel, cubriéndola de pústulas y llagas que supuraban con frecuencia. Al sufrimiento físico, que le obligaba a permanecer en cama muchas veces, había que añadir el moral, pues la enfermedad le aislaba de la vida social, al retenerle muchas veces en casa, y cuando podía salir, su aspecto resultaba repulsivo para muchos. Así, poco a poco, cada vez más aislado de sus contemporáneos, comenzó a buscar con ahínco la felicidad en la filosofía, volcándose en el desarrollo de un pensamiento propio a partir de la inspiración, tanto aristotélica como neoplatónica, en una interesante síntesis.
Esta línea de pensamiento, adentrándose en la elaboración propia de una doctrina que intentaba armonizar las dos grandes corrientes filosóficas junto con la tradición religiosa hebrea, no podía ser bien vista entre sus correligionarios, pues se alejaba demasiado de la ortodoxia. Así, en torno a 1045, comenzó un fuerte enfrentamiento entre Ben Gabirol y la comunidad judía de Zaragoza. La situación se fue haciendo cada vez más penosa para él hasta verse obligado a emigrar hacia Valencia hacia los años 1050 ó 1055, donde, pasado algún tiempo, murió, si bien hay grandes discrepancias sobre la fecha de este suceso. Para algunos autores falleció muy poco después de llegar a Valencia; otros, en cambio, retrasan la fecha hasta 1069 ó 1070.
Existe una hermosa tradición o leyenda sobre su muerte llena de simbolismo. El poeta y filósofo habría sido asesinado por un musulmán envidioso de su sabiduría. Pero la higuera bajo la que ocultó su cadáver comenzó a dar frutos extraordinarios y, finalmente, llamó la atención del rey, que interrogó al dueño del jardín, que, en último extremo, confesó su crimen. Esta leyenda, que con ligeras modificaciones podemos encontrar en tantos lugares y civilizaciones del mundo, es toda una parábola relativa a la vida del sabio y de sus enseñanzas. Generalmente incomprendidos, los grandes hombres y pensadores deben sufrir desprecio, persecución e incluso ser muertos, para después comenzar a manifestarse de forma brillante la validez de sus enseñanzas en forma de “frutos maravillosos” que a la postre evidencian su grandeza.
OBRAS PRINCIPALES
Quizá la más importante de todas sus obras filosóficas sea la conocida como “Fons Vitae”, la Fuente de la Vida. Escrita originalmente en árabe con el título de “Yanbu al Hayya”, esta obra tuvo una curiosa trayectoria, pues el original árabe se perdió, como tantísimos otros; sin embargo, ya había sido traducida al latín por los célebres traductores de Toledo Juan Hispalense y Dominico Gundisalvo, hacia 1150. Posteriormente, fue también traducida al hebreo con el título de “Meqor Hayyim” por Sem Tob ibn Falaquera, en el siglo XIII.
Es una obra de total madurez, donde se desarrolla plenamente el pensamiento filosófico de Ben Gabirol. La influencia aristotélica se manifiesta en la constante referencia a la materia y la forma, teoría hilemórfica esencial del estagirita, bien matizada y combinada con las doctrinas emanatistas de Plotino y Porfirio. Incluso la expresión “Fuente de la Vida” es netamente plotiniana. La obra está escrita en forma de diálogo entre maestro y discípulo, no hay más personajes.
El Libro de la corrección de los caracteres, compuesto en árabe (Kitab islah al-ajlak) hacia 1045 y traducido luego al hebreo, es un libro de moral práctica, de tipo educativo, en el que llama la atención las observaciones de tipo psicosomático, relacionando las cualidades morales, virtuosas o viciosas, y los cinco sentidos y los humores de la teoría médica de Galeno, Hipócrates y Aristóteles. Es un tratado muy notable sobre las pasiones humanas.
La Selección de perlas (Mujtar al-yawahir, en el original árabe) es una colección de 652 máximas o sentencias morales, recogidas de diferentes fuentes: bíblicas, griegas, latinas, hindúes o árabes. Ben Gabirol muestra aquí su amplia erudición y su espíritu abierto. Muchas de ellas comienzan con expresiones como “Dijo el sabio…”, o bien “Cierto individuo….”, e incluso “Hijo mío…”.
Finalmente, debe destacarse “Keter Malkut”, es decir, “La corona real”. Es un excelente poema de cuarenta cantos donde Ben Gabirol muestra su extraordinario dominio de la lengua hebrea, puesta al servicio de la glorificación de Dios y del desarrollo de su doctrina filosófica. Misticismo, filosofía, oración, lirismo… todo se aúna en estos poemas que, ciertamente, son la “corona” de su obra. El poema se divide en tres partes. La primera, con carácter de himno, exalta los atributos divinos, el último de los cuales es la voluntad divina, que emana de la sabiduría divina, y que es el instrumento activo del proceso de la creación. La última y única causa de todo es Dios y la causa inmediata es su voluntad. En la segunda parte, Ben Gabirol describe las maravillas de la creación según las creencias de la época, ascendiendo de esfera en esfera hasta el Sol y la Luna, los planetas y, en último extremo, la Divinidad. En la tercera parte, el proceso es inverso, descendiendo desde las alturas divinas a las pequeñeces humanas. Probablemente, es una de sus últimas obras, en la que se resume y completa la evolución de su pensamiento filosófico.
Veamos algunos ejemplos de estas tres partes con los cantos 2, 29 y 36 respectivamente.
“Tú eres Uno, el principio de todo cómputo
y la base de todo edificio.
Tú eres Uno y, en el misterio de tu unidad,
la razón de los sabios se confunde,
pues no conocen nada de ello.
Tú eres Uno, y no mengua ni crece tu unidad;
en Ti no hay deficiencia ni exceso.
Tú eres Uno. Mas no como el uno de una cosa
que se adquiere o se cuenta,
pues no se concibe en Ti ni multiplicación
ni modificación.
Tú eres Uno, sin definición y sin perífrasis.
Tú eres Uno. Mas, al intentar establecer en Ti
un límite o una determinación,
el entendimiento se desanima.
Así que diré: me observaré
a fin de no cometer un error de lenguaje.
Tú eres Uno. Tu sublimidad y Tu trascendencia
no pueden aminorarse ni rebajarse.
¿Acaso puede el Uno decaer?
(Canto 29).
¿Quién podría prevalecer sobre tu esencia
habiendo creado de tu luz magnífica
una pura radiación?
De la roca fue tallada la forma,
y de la excavación del pozo fue extraída,
haciendo manar de ella un espíritu de sabiduría,
y la llamaste alma.
La tallaste en las llamas del fuego
de la inteligencia
y en esa alma hay un fuego devorador.
La enviaste en un cuerpo
a fin de sujetarla y de cuidarla.
En él está como un fuego, y no se quema.
Del fuego del alma ha sido creado el cuerpo,
y él fue sacado del no-ser al ser,
porque el Eterno la hizo bajar sobre él en el fuego.
(Canto 36).
Demasiado indigno soy de tus mercedes
y de toda la fidelidad que has dispensado
a tu siervo.
De seguro, Eterno, mi Dios debo darte gracias,
pues me has dado un alma santa,
mas por mis actos se ha vuelto impura,
y por mi mala inclinación la he maculado,
la he ensuciado.
¡Pero así es! Me ha vencido,
ha deshecho mis fuerzas, y nada me queda,
si no es en el ámbito de tu compasión.
No obstante, sé que con tus misericordias
podremos atacar con fuerza
y serán para mí un alcázar de auxilios.
Será posible vencer, y la expulsaré (la mala inclinación).
Sin duda, su obra puede ser analizada y descrita más a fondo, y tal vez podamos ampliar este estudio en artículos posteriores, pero queden aquí estas líneas como recuerdo y homenaje a un verdadero filósofo, un auténtico amante de la sabiduría, que surgió de nuestra tierra hace casi mil años: Salomón Ben Yehuda Ben Gabirol, el Malagueño.

miércoles, 6 de junio de 2012

Cómo se plasman los sueños


Jorge Ángel Livraga
Para aquellos que me leen por primera vez, os digo que mis artículos son reflexiones, son contactos, son algunos pensamientos. Quiero que sepáis también que usamos esta forma de dirigirnos porque creemos que toda persona es ingénitamente filosófica, o sea, «todos somos filósofos»; que no hay una universidad que pueda hacer filósofos; podrá reconocer mediante un título una serie de conocimientos técnicos, pero no hay universidades que hagan filósofos, como no las hay que hagan poetas o músicos. El hombre lleva dentro de sí esa inquietud. El hombre es «filo-sofos», o sea, «el enamorado de la sabiduría», el enamorado de la profundidad de las cosas.
Ese filo-sofos está en todos nosotros. Simplemente es cuestión, como diría Sócrates, de reencontrarse. Encontrarnos a nosotros mismos para reencontrarnos, para vernos en ese espejo encantado nuestro nuevo rostro, el rostro interior que podemos tener, el rostro profundo.
Y de ese rostro profundo podemos partir, para el tema de la conferencia de hoy de «Cómo se plasman los sueños». Yo no voy a hablar de los sueños en el sentido físico, o sea, de estar dormido o de estar despierto, sino que mi charla simplemente va a girar alrededor de cómo se plasman los sueños, pero sueños como ilusiones, como arquetipos; es decir, como todo aquello que está detrás de las cosas físicas.
Yo no desconozco que existe una ley de la gravedad que hace correr el agua de la montaña al mar, pero esa ley de la gravedad es un ente mecánico, detrás del cual tiene que haber un ser, y ese ser, como diría Calderón de la Barca, es el sueño que sueña el río.
El río es río y corre porque sueña que corre; los pájaros, de alguna manera, sueñan que son pájaros, y de alguna manera, nosotros hemos soñado lo que nosotros somos. De alguna manera, todos nosotros tenemos dentro una serie de sueños, unos artísticos, los otros familiares, económicos, sociales, políticos.
Todo el mundo tiene sueños. A veces creemos que porque una persona sea pobre o porque vaya vestida de una manera u otra, esa persona no tiene posibilidad de soñar. Todos nosotros, de una manera u otra, tenemos la posibilidad de soñar.
Todos nosotros, de una manera u otra, estamos en contacto con ese ente interior donde viven los arquetipos, donde están los sueños.
Todos nosotros sentimos a veces en nuestra humildad, en nuestro recogimiento, sentimos pasar las grandes centellas de los sueños. Hay voces misteriosas que nos gritan desde los poemas, esos que tal vez nunca escribimos porque somos tímidos para hacerlo.
Hay músicas extrañas, pero que no podemos plasmar porque no sabemos manejar un instrumento o porque no conocemos música. Hay mil ideas de cómo hacer esto y aquello, pero no podemos hacerlo porque no tenemos la fuerza económica necesaria.
Existe dentro de nosotros un mundo arquetípico, existe dentro de nosotros una llamada ancestral hacia la perfección, hacia el bien, hacia la concordia, hacia el amor. Una llamada fuerte, poderosa, constante, que no nos abandona nunca. Es una llamada que no envejece jamás, es una llamada que no peina canas; no importa la edad que tengamos, esta llamada sigue dentro de nosotros, sigue, sigue, sigue…
¿Y cómo se plasman los sueños? Vamos a ver un pequeño esquema; hemos hablado varias veces de que en la Naturaleza podemos dividir siete planos, así como hay siete días en la semana, siete notas musicales básicas, siete colores fundamentales, etc. Existe un septenario que rige el mundo manifiesto que conocemos.
También la plasmación de los sueños está regida por el número 7. Existe una dimensión, que la podemos llamar de la voluntad; en esta dimensión, las cosas son químicamente puras; los que habéis leído a Schopenhauer recordaréis lo que él decía sobre la voluntad, o sea, sobre unos impulsos puros, sobre esa suerte de números o cosas que existen más allá de todas las apariencias y que provocan una y otra vez fenómenos similares.
A este mundo no le alcanza la muerte, no le alcanza la decadencia, no le alcanza ninguna de las formas de desprestigio que hoy conocemos.
Debajo de él estaría el mundo de la intuición, en donde sujeto y objeto se ponen en contacto directo, en donde podemos, de alguna manera, conocer las cosas directamente sin necesidad de intermediarios. Por ejemplo, si vais a Grecia y visitáis el Partenón, diréis que el Partenón es bello, aunque no sepáis de arquitectura ni de arqueología.
Sin embargo, cualquiera de los aquí presentes me podría decir si un objeto es bello o si no lo es; tal vez no estemos todos de acuerdo, tal vez tengamos distintos cánones de ver la belleza, pero todos podemos decir si algo es bello cuando es bello. No hace falta que nos lo expliquen, si está hecho con este u otro material; hay algo dentro de nosotros, algo inexorable que nos hace decir que algo es bello o no.
Existe un tercer plano, el plano del intelecto. Según los filósofos griegos, es aquel que nos permite entender las cosas en su profundidad, captar las cosas a fondo, llegar a la médula de las mismas. Por debajo está el mundo de la razón y de los deseos; en este plano entramos en la eterna dualidad, pues nuestra mente es dual. Es el plano de la razón con deseo, la que trata de saber algo, la que tiene sed de conocer las cosas, de especular, de ganar y de perder.
Por debajo está el mundo psíquico, donde empiezan nuestros sueños, nuestras imaginaciones, nuestras fantasías, ese mundo psíquico que hace que cambie completamente nuestro ser ante los demás.
Hay personas que no son hermosas físicamente y, sin embargo, tienen un encanto especial que hace que nos sintamos atraídos hacia ellas, tienen un «algo» que despierta nuestro interés. En cambio, hay personas con un aspecto físico muy bueno, bien vestidas, de agradable apariencia pero que nos caen inexplicablemente mal, no nos son simpáticas. Y uno se pregunta frecuentemente por qué alguien bueno y honrado nos cae mal.
Estamos ante el mundo psíquico, que se relaciona de alguna manera con el mundo intuitivo; es el mundo de la psique, que corona un mundo inferior, es el mundo de la vitalidad. Todas las cosas tienen vitalidad. Todas las cosas tienen un hálito de vida y ese hálito las mantiene manifestadas. Así, por debajo del plano de la vitalidad, estaría el plano de la manifestación.
¿Cómo se manifiestan los sueños? Hay un mundo arquetípico. Por ejemplo, si yo os pregunto: ¿cuánto hacen 2 más 2? Hacen 4; perfecto, pero ¿cuánto qué? No hace falta aclarar. Existe, pues, un mundo superior, abstracto, que está más allá de los atributos de color, de forma, de tamaño, y en este mundo existen los arquetipos de los sueños que se van a ir plasmando hasta su manifestación.
Pero los sueños, según los filósofos clásicos, no son producto de los hombres, sino que serían previos a los hombres. Estos sueños, estos arquetipos, habrían existido desde el comienzo de todas las cosas. Todo existe en la Naturaleza más allá de lo que el hombre puede descubrir o no. Existe un esquema previo natural que está más allá de lo que nosotros podamos captar. Hoy decimos que hay siete notas musicales, hemos separado nuestra semana en siete días de acuerdo con los planetas, etc., pero ya estaba plasmado de alguna manera, ya estaba imbricado dentro de la concepción misma del cosmos. Estos sueños viven y existen cual fantasmagóricos amigos, extraños seres que nunca nos abandonan, viven en su mundo de arquetipo. Grandes trasgos, caballeros, damas, luces de colores, cosas extrañas, voces desconocidas, cuadros que nunca vimos, palabras que nunca habíamos escuchado, palabras que nunca aprendimos…
Existen, están en esa especie de caja de Pandora de donde nunca escapó la esperanza, los sueños que se van a ir plasmando poco a poco.
¿De qué manera se plasman? Se plasman realizándolos paso a paso. Veamos qué es lo primero que hacéis para construir una casa, por ejemplo. Primero la queréis, o sea, tenéis un acto de volición. Luego, pensáis que os gustaría que tuviera una ventana con cuatro barrotes y con dos macetas, y con un pino y un perro, etc. Eso lo sentís, lo intuís de alguna manera, es vuestro arquetipo. Ya está vuestro sueño descendiendo, está «encarnando». Pero ahora vais a empezar a «inteligir» ese sueño. ¿De qué manera concebís esa casa? ¿En forma de torre, cuadrada, alta, baja, grande? Así, empezáis a inteligir vuestra casa. Luego viene la otra parte: ¿qué vale el metro cuadrado, y el cemento, y el ladrillo, etc.,etc.? Ahí está el mundo de la razón, el mundo de los deseos.
Cuando lográis razonar aquello que más o menos os es posible hacer, entonces psíquicamente lo empezáis a desear, ha entrado al mundo psíquico, al cual le estáis prestando con la repetición, con la atención, una vitalidad que va aumentando. Eso es vida, habéis dado vida a vuestros sueños.
Tal vez existan sueños que no son tan fáciles de realizar, pero este sería un tema que nos llevaría mucho tiempo. A veces, hay intereses creados, hay elementos que limitan nuestros sueños. Los sueños de los demás, a veces, limitan nuestros propios sueños.
Hay cosas, elementos que no dejan plasmar los sueños como nosotros queremos que se plasmen. Pero para eso hay que ejercitar la voluntad, hace falta ejercitar el dominio sobre uno mismo, y hace falta también saber desear las cosas. No basta con que las pensemos, hace falta desearlas.
Os refiero mi experiencia personal: yo he pensado y he deseado Acrópolis; hoy está en treinta países. Cuando la soñé, cuando la plasmé hace veinticuatro años, estaba yo muy lejos de aquí y sin medios para poder hacerlo. Sé en mi propia carne y en mi propia vida lo que es pasarse las noches con un duplicador imprimiendo hoja tras hoja, y luego salir a la calle con un cubo e ir pegando los carteles de conferencias uno mismo pared por pared. Y luego, sentarse a esperar gente para dar la conferencia.
Hace falta tener voluntad, tener fe en nosotros mismos, y hace falta conectarse con ese mundo espiritual, con esa gran reserva espiritual que existe ahí arriba: la voluntad, la intuición, el intelecto.
Ahí, de alguna manera, viven nuestros sueños, viven nuestros arquetipos, los que realizaremos ahora o en algún otro momento. Allí vive lo que alumbraba al Quijote, que vivió loco y murió cuerdo, pero ¿quién sabe?, tal vez no murió cuerdo ni vivió loco, a lo mejor fue al revés… Porque no hay mayor locura que dar tanta importancia a las cosas de la carne, y tanta importancia a las cosas aparentemente razonables.
Tal vez no haya mayor cordura y mayor acercamiento a la verdad que saber enfrentar las cosas con profundidad y con fuerza. Saber cantar juntos, saber hablar juntos, saber estar juntos, poder soñar profunda y poderosamente. Hay que soñar, pero no a la manera de un «potai» japonés o chino, sentado con una gran panza y mirando para arriba.
No. Hay que soñar poderosamente, hay que soñar hasta que se salten las lágrimas de los ojos, hay que soñar tensando los músculos, hay que soñar cerrando los ojos.
Hay que ser toda una voluntad en marcha hacia ese sueño que nosotros queremos. Debemos tener una fuerza interior, que es lo que nos diferencia de las bestias. Eso es lo que nos diferencia, esa fuerza interior, esa fuerza de soñar, de crear.
Si hoy el mundo se viniese abajo, si hoy perdiéramos nuestro arte, nuestra ciencia, toda nuestra filosofía, toda nuestra literatura, todas nuestras ciudades, nuestros caminos, etc., aunque solo quedase una pareja sobre la tierra, volverían a repoblar el mundo, y volverían las bibliotecas, los poemas, los niños, los cuadros pintados. Volvería a haber Partenones y volvería a haber pirámides. Porque el hombre lleva dentro de sí los arquetipos de la totalidad de la Humanidad.
Cada uno de nosotros refleja en cierto modo a todos los hombres que existen sobre la tierra; cada uno de nosotros tiene dentro de sí todos los sueños de los hombres que vivieron sobre la tierra, y también de los hombres que van a venir.
Cada uno de nosotros tiene un potencial insospechado, mas hace falta tener tenacidad; no es fácil plasmar los sueños, es muy difícil. Tenemos que poder hacer el esfuerzo de plasmar los sueños año a año, mes a mes, día a día, hora a hora, minuto a minuto.
Y si no tenemos sueños, pues sigamos el sueño de otro, pero no nos quedemos sin sueños. Tampoco tenemos estrellas en las manos y, sin embargo, hemos aprendido a dirigir nuestras miradas hacia las estrellas que están en el cielo.
Tampoco tenemos manantiales de agua en nuestro pecho y, sin embargo, hemos aprendido a beber de los manantiales de las montañas.
Así también, si no tenemos un sueño propio, intentemos seguir alguno grande que nos verticalice, que nos haga ser humanos no solo por fuera, sino también por dentro. Pero si realmente somos hombres como lo quiere la filosofía y como lo quiere la naturaleza que está dentro de cada hombre, entonces nos erguimos en nuestros pies y en nuestra humildad ante Dios.
Podemos decir: yo soy un hombre, yo tengo sueños, no soy una máquina, estoy mucho mas allá. Puedo hacer, puedo mejorarme a mí mismo, puedo soñar algo que esté por encima de mí mismo. Soy un poco de creación, y de tal suerte, puedo soñar con un hombre nuevo; un hombre nuevo que no tenga nuestras limitaciones, un hombre nuevo que cuando nazca poeta pueda escribir sus versos, un hombre nuevo que cuando nazca músico pueda escribir sus músicas.
Un hombre nuevo que podrá vivir ecológicamente, no en contra de la Naturaleza sino a favor, siguiendo sus propias leyes naturales, estando depurado por fuera y por dentro.
Un hombre nuevo que no conozca el miedo, el odio, el rencor. Un hombre nuevo que nos recuerde con amor, en el sentido de que nosotros le hemos soñado cuando no existía…
En este momento oscuro de la Historia, en medio de todas las crisis, en medio de la caída de todos los valores, en medio de todas las vacilaciones y las dudas, nosotros nos hemos atrevido a soñar con él, con un hombre nuevo. Con el nuevo hombre que va a venir, alguien que va a nacer en nosotros, alguien que pueda escribir sin pornografía, alguien que viva en las ciudades sin ensuciarlas.
Un hombre nuevo que sea íntegro por dentro, un hombre que no lo puedan comprar con todo el oro del mundo, un hombre que sea realmente consciente de su inmortalidad, un hombre que sepa que ser hombre no es simplemente tener un esqueleto, huesos, etc., sino algo más profundo. El hombre es como un rayo, un relámpago en medio de la noche…
Ser hombre en este momento histórico, ser semilla de hombre nuevo es, precisamente, ser como una luz en la noche. Nuestro camino, como decía un pensador hace muchos años, está alumbrado por los relámpagos, y a través de esos relámpagos, vamos a poder llegar hasta ese hombre nuevo y mejor que todos soñamos. Vamos a poder hacer descender los sueños, nuestras manos llenas de semillas van a recibir las palomas blancas de la inspiración, y otra vez habrá Homeros que canten; otra vez, habrá hombres grandes que han esculpido y han pintando. Otra vez podremos estar orgullosos de ser hombres.
Esa es la plasmación de los sueños, de los pequeños sueños como el de la casa; y de los grandes sueños como el de plasmar un hombre nuevo. Es la mecánica filosófica que hace que los sueños puedan encarnarse, plasmarse.
Cada uno de nosotros somos un sueño. De alguna manera, vosotros me habéis soñado y yo os he soñado a vosotros. Porque nos hemos soñado mutuamente, nos hemos encontrado.
En este mundo de sueños e ilusiones, sepamos en realidad lo que somos: ¿una luz que pasa el horizonte? Somos hombres, somos filósofos, somos la semilla del hombre nuevo, somos esa fuerza ineludible que puede hacer aquello que soñaba Cervantes en su Quijote: convertir a los gigantes en molinos de viento y no los molinos de viento en gigantes. Recordad cuando el Quijote va a arremeter contra los molinos creyendo que son gigantes, y le dice Sancho: «¡Cuidado!, que son molinos…». El Quijote le contesta: «Eso son ogros, son nuestros enemigos», los arremete y cae en tierra. Entonces Sancho le dice: «¿No le dije, señor, que eran molinos?», y responde el Quijote: «¿Y no te dije yo, Sancho, que hay cosas que solamente las enseña la caballería: de que gigantes hay que, al arremeterlos, se convierten en molinos de viento?».
Eso lo debemos aprender, eso lo debemos sentir, eso lo debemos tener en nuestro corazón y en nuestra cabeza. En cada carta que escribamos, en cada momento en que estemos en contacto con otro ser humano y aun cuando estemos a solas. Recordad siempre que tenemos la dignidad de ser seres humanos, que detrás de nosotros hay miles y miles de años de historia y que por delante hay miles y miles de años de futuro.
Que somos un eslabón de una gran cadena y que tenemos la responsabilidad histórica de llevar las nuevas semillas hacia el mundo nuevo, y de abrir los surcos de la tierra nueva. Tengamos la fuerza suficiente para levantarnos cada mañana renovados; y, seamos lo que seamos, hagamos lo que hagamos, tratemos de hacerlo bien, tratemos de hacerlo de manera acropolitana, de manera filosófica.
Tratemos siempre de estar conectados con este mundo de sueños, con este mundo que después de la muerte nos espera para recibirnos maravillosamente, envueltos en la paz del deber cumplido.