lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Por qué hay crisis de valores?


Hoy se habla mucho de crisis o falta de valores en la sociedad, con sus consecuencias de barbarismo de todo tipo: xenofobia, vandalismo, drogas, reyertas y bandas callejeras, alcoholismo, intolerancia de todos los colores, y un largo etc., que nos lleva a un evidente retroceso cultural y civilizatorio.
¿Por qué hay crisis de valores?
Con lo que cada Ayuntamiento gasta al año en reponer las papeleras y mobiliario urbano roto, las señales de tráfico y luminosas destrozadas, la retirada de basura y restos de botellonas de las calles, limpiar los pipís y cacas de humanos y perros, etc. Con todo ese dineral que cada año se tira a la basura por la incivilidad de una parte importante de la población, ¿cuántas cosas buenas y útiles, solidarias y  efectivas se podrían hacer?: desde enseñanza gratuita para los niños necesitados, mejorar los centros de acogida de inmigrantes, aumentar los equipamientos de personal y material de los hospitales y ambulatorios, crear puestos fijos de trabajo para ayuda social a ancianos y enfermos, etc.
Como no basta hablar de crisis de valores hay que buscar las soluciones, pero las soluciones no son fruto del invento de un señor. Muy al contrario, las soluciones pasan, necesaria y obligatoriamente, por corregir las causas que han provocado la crisis.
Hay bastante similitud entre filosofía y medicina: las dos buscan ir a la causa de la enfermedad para lograr la salud  (del cuerpo la medicina, del alma o armonía interior la filosofía)
En su novela “La Ceniza y el Rayo”, el escritor francés Frédérick Tristan narra un viaje interior a través de la caída de la Dinastía Ming, en la antigua China. Tras un gran período de esplendor donde la búsqueda de las formas bellas ha sido lo que ha cautivado al emperador T’ien K’i, rodeándose de astrólogos, poetas, filósofos y una gran corte de aduladores, el imperio chino se ve amenazado porque los tártaros del norte lo invaden destruyendo todo a su paso. La caída de Pekín, la capital, parece inevitable… Todos huyen, empezando por los generales del ejército y la corte de aduladores. El emperador queda abandonado de todos y sólo acuden a ayudarlo el abad de un monasterio budista con sus monjes guerreros. Dicho abad hace la siguiente reflexión:
“Ciertamente el mundo ha llegado a un punto en el que millares y millares de locos se han lanzado a saquearlo como si en su interior se ocultara un fabuloso tesoro. Todo el mundo se siente unido a su piel como debería estar unido al espíritu, sin que nadie se ocupe del espíritu lo más mínimo porque la gente lo ha confundido con las buenas palabras. Los prestidigitadores charlan y se mueven sin cesar ante un público embabiecado, mientras se desliza entre ellos un ladrón que introduce hábilmente la mano en el bolsillo de la camisa de los que están aplaudiendo el espectáculo, y huye llevándoseles el alma debajo de su capa.
La cabeza de los pensadores es altiva y rígida como una chimenea y ha sido fabricada con cáscaras de huevo. Los religiosos divulgan unas leyes que resultan tan vacías como las plegarias con las que se limpian los dientes. Los sabios unen una probeta a otra probeta mientras vagan errantes por esos laberintos por los que hace tiempo se perdieron. En cuanto a los maestros, ¿qué se hizo de ellos? Desaparecieron, y a nadie le importa. La gente se ríe de los santos e insulta a los héroes. El camino recto ya no existe: ahora hay millares de retorcidos senderos por los que cada uno pretende moverse a su antojo dando traspiés. Los filósofos han sustituido el conocimiento por el absurdo, la calidad por la cantidad. Buscan afanosamente significados allí donde siempre había residido el sentido común. El vacío resuena y pronuncia sus discursos en la gran asamblea el desierto. El emperador reina sobre el olvido. ¿Quién será el que intente recuperar la memoria?”
El profesor Livraga, hombre práctico y con mucho mundo a sus espaldas, enseñaba que cuando una cosa deja libre el espacio que ocupaba, inmediatamente su espacio es ocupado por otra cosa que no necesariamente ha de ser mejor que la anterior. Y a mi entender esto es lo que nos ha sucedido: Hemos sacado tantas cosas de nuestra vida que al hemos perdido las cosas realmente importantes, quedándonos con lo mediocre y egoísta.
Si el amable lector ha leído el extracto del libro con tranquilidad, verá cuánta razón hay en lo que se dice. Para simplificarlo: Se pierde el sentido común y la capacidad de ver en el fondo de las cosas y en su lugar están los vendedores de humo: hermosas palabras y bellas formas, pero huecas y vacías. Es el triunfo del aparentar sobre el ser, que se refleja en un vacío interior y caos exterior.
¡Vayamos, entonces, al reencuentro de aquellos valores universales y atemporales que sirvieron para llevar a la Humanidad al progreso y a la civilización! Apartemos a los vendedores de humo y sus palabras bonitas pero vacías y pasemos a la acción a través del sentido. Recordemos la vieja enseñanza filosófica que dice que “no hay enseñanza superior a la del ejemplo”. ¿Quieres un mundo mejor? ¡Pues empieza por ser mejor tú mismo!

JAVIER SAURA

lunes, 27 de agosto de 2012

El hechizo de Eros



El hechizo de Eros¿Hay algo más sublime, mágico y bello que el Amor? Mueve y mantiene el mundo, atrae unas cosas hacia otras, buscando la armonía, la Unión perdida, la evolución. Las embellece, vitaliza, ennoblece. El solo con su espíritu vuelve sublime, trascendente, algo normal y corriente aparentemente. Hasta que El llega, todo duerme y latente espera el beso de Eros para despertar, vivir y brillar bajo la luz del Sol.
Será la mirada del amante, su voz enamorada, la vida que trasmite, el agente mágico productor del prodigio, para un corazón que soñaba el encuentro con lo Bello desde siempre.
¿Qué percibió él, que a los demás se esconde, qué nota pulsó que despertó el alma, qué recuerdos evocó, qué esperanzas acuden, qué tiene su presencia que todo se ilumina, palpita y enciende? El milagro es Eros vivo en el pecho del amante, que impulsa a la búsqueda de la belleza y el Bien, y allí donde algo percibe de lo que añora y anhela, posa sus alas, cual mariposa que en la belleza se detiene a libar el néctar que le falta y necesita. Así de flor en flor, como diría Platón, el amante de lo Bello, aprende a distinguir los diferentes tipos de belleza, su calidad, lo esencial de lo fugaz y transitorio, en una palabra; la belleza como reflejo, y lo Bello en sí como esencia permanente, que impregna con su Luz la materia ciega embelleciéndola, haciéndola vehículo por momentos de su poder y fuerza.
Nos recordaba Platón que hay dos tipos de Eros; el terrestre y el celeste. El primero nos llevaba a la búsqueda del goce, la satisfacción del instinto. El Celeste nos empujaba a buscar la Unión con el Alma del Mundo. Porque el Amor es la búsqueda de la Unión Primordial perdida. Por esto recomienda pasar del amor a los cuerpos, al amor por las almas bellas, los hechos, las hazañas virtuosas, más arriba aun, el amor por las leyes de la Naturaleza, por las ciencias, hasta llegar a la Idea misma, al Arquetipo, lo Bello en sí, que desplegándose como belleza lo impregna Todo con su Ser.
Pero afina más Platón y nos recuerda que no sólo podemos fecundar cuerpos, y dice así: “los que son fecundos con respecto al cuerpo, buscan si son hombres a las mujeres y si son mujeres a los hombres para procrear” Pero los que son fecundos con respecto al Espíritu, buscan la Sabiduría y demás virtudes, con las que luego poder fecundar a otras almas, dándoles la posibilidad de desarrollo de la vida, en otros planos de conciencia superiores al físico.
El amante y el amado se necesitan mutuamente para producir la alquimia del amor, la trasformación de la apariencia en Ser. El amante con su arrobamiento o devoción, facilita al amado descubrir su verdadero rostro, su verdadero ser, lo despierta y vivifica. El amado esforzándose por estar a la altura de esa imagen que contempla en los ojos del amante, crece, se desarrolla, despierta sus potencias latentes. El amante lleno de Eros, ve, capta con su Amor, el espíritu tras la forma, el arquetipo, el Ideal que “duerme” en su interior. El Amor como puente y mediador entre lo terrestre y lo celeste, nos facilita y muestra lo que las cosas son realmente, más allá de los velos de la materia, que lo encubren como prueba.
Sobran las palabras, en silencio, el amante contempla al objeto de su amor, La Naturaleza toda, lo Bueno y extasiado ante tanta belleza desvelada por el poder del amor, por un momento se siente retornar, fundido su Ser con el Ser de la Creación. Y sabe que este instante mágico, peldaño a peldaño, escalando el Cielo, será Eternidad para el alma enamorada.
Eros sonriente, nos tiende su mano, y con sus hilos dorados nos atrae hacia el Centro, cada día un poco más cerca del Misterio.
Dolores Villegas

martes, 3 de julio de 2012

Compromiso y libertad



Delia Steinberg Guzmán
Cual si fueran vientos cíclicos, de tanto en tanto aparecen con más o menos potencia, ciertas ideas –mejor deberíamos llamarlas «formas mentales»– que acaparan el interés de las mayorías. Una de ellas es la de la libertad, palabra que extraída fuera de contexto casi siempre, se aplica a cualquier actividad humana y aun al sentido de la vida.
Compromiso y libertad
En general por libertad se entiende un conjunto de beneficios harto curiosos si se analizan a fondo: se trata de lograr una independencia total, de no atarse a nada ni a nadie, de no comprometerse para no verse obligado a rendir cuentas de actos, palabras, pensamientos... En síntesis: es la negación de la responsabilidad y el temor a perder lo que sea.
Pero ¿qué libertad es esa? Como decíamos antes, si la analizamos a fondo, proporciona muchas más ataduras que las que quita.

Libertad aparente

Lo suyo es:
SOLEDAD: porque al no atarse a nadie, no pueden crecer aquellos sentimientos por los cuales todos los seres humanos suspiran, aunque lo oculten discretamente. No hay amigos, no hay amores duraderos, sólo compañías circunstanciales que sirven para hoy y ya no tendrán vigencia mañana.
INSEGURIDAD: al no atarse a nada, uno no tiene en qué apoyarse. Nada le sostiene en la vida pues todas las ideologías son temibles. Pero como también es temible conocerlas o acercarse a ellas, lo cierto es que tarde o temprano la angustia va minando el carácter de quien no puede responderse a cuestiones tan vitales como el de dónde vengo y hacia dónde voy, extremos que a la vez le restan sentido al qué hago en el mundo.
AVARICIA ESPIRITUAL: que se traduce como el miedo a perder cualquier cosa en nombre de una restricción de la libertad. Pero ¿qué perder, cuando no se tiene nada? ¿El vacío en el que se vive, la comodidad de seguir en ese vacío que a nada compromete, salvo mantenerlo sin dejar que nada perturbe ese caos de ausencias? En este caso nos preguntamos: ¿libertad para qué?

Compromiso

Sabemos que este otro término goza de poco prestigio entre los que se consideran en la avanzada del pensamiento. Imaginan el compromiso como una cadena perpetua que no da posibilidad de cambio ni de avance, sino que fija los pies en la primera piedra que nos detiene en el camino. Sin embargo, y aun sabiendo que vamos contra corriente, creemos que el compromiso es una de las actitudes más maduras que podemos asumir, porque:
Para comprometerse, primero hay que instruirse, saber de lo uno y de lo otro dentro de las posibilidades que tenemos a nuestro alcance y hacer de ese conocimiento una vía inteligente de comparación.
El compromiso requiere capacidad para elegir. Si bien son muchos los que odian tener que decidirse entre una y otra cosa, la vida entera es una constante elección, y si no sabemos asumir responsabilidad de manera personal y consciente, la vida se encargará de elegir por nosotros, llevándonos de un lado a otro, haciendo que sean los sucesivos golpes de dolor los que despierten nuestra voluntad de decidir sobre lo que verdaderamente nos conviene.
El compromiso encierra una sana dosis de orgullo por cuanto nos lleva a cumplir con una empresa elegida: un amor, una vocación, un trabajo, un ideal...
El compromiso desarrolla la voluntad porque nos ayuda a mantenernos firmes en aquello que escogimos.
El compromiso otorga la virtud de la fidelidad, ya que es imposible no amar y no ser fiel a lo que representa nuestra elección libremente aceptada.
El compromiso no es rígido, sino que, al contrario, por voluntad y por conciencia, nos obliga a corregir los errores que cometemos, con lo cual nos ayuda a ser elásticos, a movilizarnos por dentro y por fuera y a crecer en todos los sentidos.
El compromiso crea unión con aquellos que tienen los mismos compromisos y es una unión tan especial como para poder denominarla, sin temor, fraternidad, solidaridad, comprensión y concordia.
El compromiso nos pone metas, cada vez nuevas y más altas, a medida que alcanzamos lo que nos proponemos. Por lo tanto, la vida adquiere un sentido y una dimensión que de otra forma no tendría.
De todos modos, es interesante llegar a reconocer que, le guste o no a la gente, de hecho está comprometida, solo que inconscientemente, con muchísimas cosas de las que no puede escapar y tan bien maquilladas que jamás muestran su verdadero carácter de trampas o prisiones.
Existe el compromiso con las modas, a tal punto que a pesar de quererlo o no, uno termina por ceder compulsivamente a lo que la mayoría lleva, sea en el cuerpo, en la psiquis o en la mente.
Existe un compromiso con los miedos que se nos han ido metiendo dentro. Todos temen un conjunto de males que consideran inevitables los males sociales de nuestro tiempo y compulsivamente deben reaccionar ante ellos, sea con la huida o la agresividad.
Existe el compromiso con las ideas de los demás. Cuando una idea, la que sea y sobre lo que sea, gana el mercado de la opinión, es casi imposible ponerse en contra a riesgo de ser llamado loco, reaccionario, sectario u otras preciosidades. Por otra parte, a quien por falsa libertad no ha desarrollado su propio criterio, le resulta muy difícil que advierta cuándo piensa por sí mismo o cuándo le están empujando sin que note la mano que lleva en la espalda.
Existe el compromiso con la debilidad –no hagas nada, deja que hagan los otros– y los vicios disfrazados de virtudes –¿qué tiene esto de malo cuando todos lo hacen y no les pasa nada?–.
Existe el compromiso con la ignorancia. La desinformación, o la información manipulada, hacen que nadie sepa lo que pasa de verdad en multitud de ámbitos, pero tampoco tiene medios para llegar a ese análisis razonable.
Existe el compromiso con la inestabilidad, como si fuera la marca de reconocimiento de nuestra época, y con los cambios por los cambios sin más. No hay metas fijas ni claras. Hay palabras para entusiasmar hoy, y mañana ya veremos... Mañana cambiaremos, porque esa es la única señal reconocible de avance; no importa hacia dónde se dirija el cambio, si es que tiene alguna dirección.
Por todo lo cual, nos reafirmamos en la idea de que el filósofo no teme el compromiso sino que, al contrario, lo convierte en una herramienta inteligente de acción para apoyarse y avanzar. Teme, eso sí, la falsa libertad que produce el efecto de un somnífero fatal.
Más vale un compromiso consciente que una pseudolibertad inconsciente. La segunda, tarde o temprano se convierte en una cárcel de la que uno no puede evadirse. El compromiso es un cauce para canalizar la corriente del río de nuestras vidas. Seamos libres: sepamos elegir, sepamos asumir nuestros compromisos con alegría y confianza en nosotros mismos. Así lo hicieron todos los grandes Maestros que hoy señalan calladamente el rumbo que ha de seguir la Humanidad.

sábado, 16 de junio de 2012

Ben Gabirol



Miguel Artola
La vida de Salomón Ben (Ibn) Gabirol, el Malagueño, transcurrió en una de las etapas más convulsas de la Historia de España y, particularmente, de Al-Andalus. Los años centrales del siglo XI contemplaron el derrumbe definitivo del Estado, relativamente centralizado, de los Omeyas y su sustitución por una miríada de pequeños reinos de taifas, enzarzados en continuos conflictos entre sí, mientras los reinos cristianos del norte comenzaban un decidido avance sobre la Meseta y el Valle del Ebro. Además. la inestabilidad interna en estos reinos era permanente y las luchas de facciones, de tribus y de los diversos grupos étnicos y religiosos entre sí producían efectos devastadores. No obstante la adversa situación sociopolítica, la vida cultural logró una brillante expresión en estas numerosas cortes y en los palacios de los hombres influyentes. En este ambiente convulso y en cambio permanente, se desarrolló la vida de uno de los filósofos y poetas más influyentes de la Edad Media española y, junto con Maimónides, un poco más tardío, el más destacado pensador hebreo.
Hay muchas zonas oscuras en cuanto al conocimiento de la vida de nuestro personaje, pero sí parece claro que su familia era procedente de Córdoba, de donde habrían huido tras el saqueo al que la sometieron las tropas beréberes en el año 1013, primer acto del caos que habría de sufrir Al-Andalus durante al menos medio siglo. Sus padres se refugiaron en Málaga, donde al poco tiempo nació, hacia 1020 ó 1021, Salomón. No sabemos exactamente cuánto tiempo permanecieron aquí, pero sí que el niño era de una gran inteligencia y vivacidad y dotado de una gran memoria, así como un gran interés por todos los conocimientos, particularmente por la literatura hebrea, cuya gramática comenzaba a definirse y estudiarse en aquellos años, llegando su interés al punto que prácticamente llegó a saberse de memoria el Antiguo Testamento y que dominaba también toda la tradición religiosa posterior. También le atraía mucho la lengua y cultura árabes.
Desde muy joven comenzó a componer poesías, quizás con quince o dieciséis años, de las que llegó a realizar un número inmenso, pues aunque se ha perdido la inmensa mayoría de estas, aún se conservan más de quinientas…
Trasladado desde joven a Zaragoza, cabeza de uno de los reinos taifas más poderosos y ricos, la vida del joven Ben Gabirol comenzó a ser un calvario. La temprana muerte de su padre le obligó a tener que ganarse la vida por sí mismo desde muy pronto, para lo que recurrió a su mejor recurso: la poesía. Son famosas las elegías funerarias al Gaón Hayya el Pumbedita, fallecido en 1038, uno de los más respetados doctores de la ley hebreos. Pero la tarea de encontrar un mecenas, y mantenerlo, no era fácil, máxime si había muchos poetas y pocos protectores de las artes. No obstante, durante dos breves pero felices años, estuvo al servicio de Yuqutiel ben Isaac, hombre muy influyente, hasta que, víctima de una de las continuas conspiraciones de la época, fue detenido y ejecutado. Poco después, compuso poemas para otro judío, un caso poco frecuente, pues se trataba de un caudillo militar, Samuel ha Neguid. Aunque tampoco ahora duró mucho la protección del guerrero al poeta, pues pronto surgieron rencillas entre ellos.
Al parecer el carácter de Salomón Ben Gabirol se iba haciendo cada vez más difícil. En parte, esto era achacable a una enfermedad, que no se ha podido precisar muy bien cuál era, que le afectaba la piel, cubriéndola de pústulas y llagas que supuraban con frecuencia. Al sufrimiento físico, que le obligaba a permanecer en cama muchas veces, había que añadir el moral, pues la enfermedad le aislaba de la vida social, al retenerle muchas veces en casa, y cuando podía salir, su aspecto resultaba repulsivo para muchos. Así, poco a poco, cada vez más aislado de sus contemporáneos, comenzó a buscar con ahínco la felicidad en la filosofía, volcándose en el desarrollo de un pensamiento propio a partir de la inspiración, tanto aristotélica como neoplatónica, en una interesante síntesis.
Esta línea de pensamiento, adentrándose en la elaboración propia de una doctrina que intentaba armonizar las dos grandes corrientes filosóficas junto con la tradición religiosa hebrea, no podía ser bien vista entre sus correligionarios, pues se alejaba demasiado de la ortodoxia. Así, en torno a 1045, comenzó un fuerte enfrentamiento entre Ben Gabirol y la comunidad judía de Zaragoza. La situación se fue haciendo cada vez más penosa para él hasta verse obligado a emigrar hacia Valencia hacia los años 1050 ó 1055, donde, pasado algún tiempo, murió, si bien hay grandes discrepancias sobre la fecha de este suceso. Para algunos autores falleció muy poco después de llegar a Valencia; otros, en cambio, retrasan la fecha hasta 1069 ó 1070.
Existe una hermosa tradición o leyenda sobre su muerte llena de simbolismo. El poeta y filósofo habría sido asesinado por un musulmán envidioso de su sabiduría. Pero la higuera bajo la que ocultó su cadáver comenzó a dar frutos extraordinarios y, finalmente, llamó la atención del rey, que interrogó al dueño del jardín, que, en último extremo, confesó su crimen. Esta leyenda, que con ligeras modificaciones podemos encontrar en tantos lugares y civilizaciones del mundo, es toda una parábola relativa a la vida del sabio y de sus enseñanzas. Generalmente incomprendidos, los grandes hombres y pensadores deben sufrir desprecio, persecución e incluso ser muertos, para después comenzar a manifestarse de forma brillante la validez de sus enseñanzas en forma de “frutos maravillosos” que a la postre evidencian su grandeza.
OBRAS PRINCIPALES
Quizá la más importante de todas sus obras filosóficas sea la conocida como “Fons Vitae”, la Fuente de la Vida. Escrita originalmente en árabe con el título de “Yanbu al Hayya”, esta obra tuvo una curiosa trayectoria, pues el original árabe se perdió, como tantísimos otros; sin embargo, ya había sido traducida al latín por los célebres traductores de Toledo Juan Hispalense y Dominico Gundisalvo, hacia 1150. Posteriormente, fue también traducida al hebreo con el título de “Meqor Hayyim” por Sem Tob ibn Falaquera, en el siglo XIII.
Es una obra de total madurez, donde se desarrolla plenamente el pensamiento filosófico de Ben Gabirol. La influencia aristotélica se manifiesta en la constante referencia a la materia y la forma, teoría hilemórfica esencial del estagirita, bien matizada y combinada con las doctrinas emanatistas de Plotino y Porfirio. Incluso la expresión “Fuente de la Vida” es netamente plotiniana. La obra está escrita en forma de diálogo entre maestro y discípulo, no hay más personajes.
El Libro de la corrección de los caracteres, compuesto en árabe (Kitab islah al-ajlak) hacia 1045 y traducido luego al hebreo, es un libro de moral práctica, de tipo educativo, en el que llama la atención las observaciones de tipo psicosomático, relacionando las cualidades morales, virtuosas o viciosas, y los cinco sentidos y los humores de la teoría médica de Galeno, Hipócrates y Aristóteles. Es un tratado muy notable sobre las pasiones humanas.
La Selección de perlas (Mujtar al-yawahir, en el original árabe) es una colección de 652 máximas o sentencias morales, recogidas de diferentes fuentes: bíblicas, griegas, latinas, hindúes o árabes. Ben Gabirol muestra aquí su amplia erudición y su espíritu abierto. Muchas de ellas comienzan con expresiones como “Dijo el sabio…”, o bien “Cierto individuo….”, e incluso “Hijo mío…”.
Finalmente, debe destacarse “Keter Malkut”, es decir, “La corona real”. Es un excelente poema de cuarenta cantos donde Ben Gabirol muestra su extraordinario dominio de la lengua hebrea, puesta al servicio de la glorificación de Dios y del desarrollo de su doctrina filosófica. Misticismo, filosofía, oración, lirismo… todo se aúna en estos poemas que, ciertamente, son la “corona” de su obra. El poema se divide en tres partes. La primera, con carácter de himno, exalta los atributos divinos, el último de los cuales es la voluntad divina, que emana de la sabiduría divina, y que es el instrumento activo del proceso de la creación. La última y única causa de todo es Dios y la causa inmediata es su voluntad. En la segunda parte, Ben Gabirol describe las maravillas de la creación según las creencias de la época, ascendiendo de esfera en esfera hasta el Sol y la Luna, los planetas y, en último extremo, la Divinidad. En la tercera parte, el proceso es inverso, descendiendo desde las alturas divinas a las pequeñeces humanas. Probablemente, es una de sus últimas obras, en la que se resume y completa la evolución de su pensamiento filosófico.
Veamos algunos ejemplos de estas tres partes con los cantos 2, 29 y 36 respectivamente.
“Tú eres Uno, el principio de todo cómputo
y la base de todo edificio.
Tú eres Uno y, en el misterio de tu unidad,
la razón de los sabios se confunde,
pues no conocen nada de ello.
Tú eres Uno, y no mengua ni crece tu unidad;
en Ti no hay deficiencia ni exceso.
Tú eres Uno. Mas no como el uno de una cosa
que se adquiere o se cuenta,
pues no se concibe en Ti ni multiplicación
ni modificación.
Tú eres Uno, sin definición y sin perífrasis.
Tú eres Uno. Mas, al intentar establecer en Ti
un límite o una determinación,
el entendimiento se desanima.
Así que diré: me observaré
a fin de no cometer un error de lenguaje.
Tú eres Uno. Tu sublimidad y Tu trascendencia
no pueden aminorarse ni rebajarse.
¿Acaso puede el Uno decaer?
(Canto 29).
¿Quién podría prevalecer sobre tu esencia
habiendo creado de tu luz magnífica
una pura radiación?
De la roca fue tallada la forma,
y de la excavación del pozo fue extraída,
haciendo manar de ella un espíritu de sabiduría,
y la llamaste alma.
La tallaste en las llamas del fuego
de la inteligencia
y en esa alma hay un fuego devorador.
La enviaste en un cuerpo
a fin de sujetarla y de cuidarla.
En él está como un fuego, y no se quema.
Del fuego del alma ha sido creado el cuerpo,
y él fue sacado del no-ser al ser,
porque el Eterno la hizo bajar sobre él en el fuego.
(Canto 36).
Demasiado indigno soy de tus mercedes
y de toda la fidelidad que has dispensado
a tu siervo.
De seguro, Eterno, mi Dios debo darte gracias,
pues me has dado un alma santa,
mas por mis actos se ha vuelto impura,
y por mi mala inclinación la he maculado,
la he ensuciado.
¡Pero así es! Me ha vencido,
ha deshecho mis fuerzas, y nada me queda,
si no es en el ámbito de tu compasión.
No obstante, sé que con tus misericordias
podremos atacar con fuerza
y serán para mí un alcázar de auxilios.
Será posible vencer, y la expulsaré (la mala inclinación).
Sin duda, su obra puede ser analizada y descrita más a fondo, y tal vez podamos ampliar este estudio en artículos posteriores, pero queden aquí estas líneas como recuerdo y homenaje a un verdadero filósofo, un auténtico amante de la sabiduría, que surgió de nuestra tierra hace casi mil años: Salomón Ben Yehuda Ben Gabirol, el Malagueño.

miércoles, 6 de junio de 2012

Cómo se plasman los sueños


Jorge Ángel Livraga
Para aquellos que me leen por primera vez, os digo que mis artículos son reflexiones, son contactos, son algunos pensamientos. Quiero que sepáis también que usamos esta forma de dirigirnos porque creemos que toda persona es ingénitamente filosófica, o sea, «todos somos filósofos»; que no hay una universidad que pueda hacer filósofos; podrá reconocer mediante un título una serie de conocimientos técnicos, pero no hay universidades que hagan filósofos, como no las hay que hagan poetas o músicos. El hombre lleva dentro de sí esa inquietud. El hombre es «filo-sofos», o sea, «el enamorado de la sabiduría», el enamorado de la profundidad de las cosas.
Ese filo-sofos está en todos nosotros. Simplemente es cuestión, como diría Sócrates, de reencontrarse. Encontrarnos a nosotros mismos para reencontrarnos, para vernos en ese espejo encantado nuestro nuevo rostro, el rostro interior que podemos tener, el rostro profundo.
Y de ese rostro profundo podemos partir, para el tema de la conferencia de hoy de «Cómo se plasman los sueños». Yo no voy a hablar de los sueños en el sentido físico, o sea, de estar dormido o de estar despierto, sino que mi charla simplemente va a girar alrededor de cómo se plasman los sueños, pero sueños como ilusiones, como arquetipos; es decir, como todo aquello que está detrás de las cosas físicas.
Yo no desconozco que existe una ley de la gravedad que hace correr el agua de la montaña al mar, pero esa ley de la gravedad es un ente mecánico, detrás del cual tiene que haber un ser, y ese ser, como diría Calderón de la Barca, es el sueño que sueña el río.
El río es río y corre porque sueña que corre; los pájaros, de alguna manera, sueñan que son pájaros, y de alguna manera, nosotros hemos soñado lo que nosotros somos. De alguna manera, todos nosotros tenemos dentro una serie de sueños, unos artísticos, los otros familiares, económicos, sociales, políticos.
Todo el mundo tiene sueños. A veces creemos que porque una persona sea pobre o porque vaya vestida de una manera u otra, esa persona no tiene posibilidad de soñar. Todos nosotros, de una manera u otra, tenemos la posibilidad de soñar.
Todos nosotros, de una manera u otra, estamos en contacto con ese ente interior donde viven los arquetipos, donde están los sueños.
Todos nosotros sentimos a veces en nuestra humildad, en nuestro recogimiento, sentimos pasar las grandes centellas de los sueños. Hay voces misteriosas que nos gritan desde los poemas, esos que tal vez nunca escribimos porque somos tímidos para hacerlo.
Hay músicas extrañas, pero que no podemos plasmar porque no sabemos manejar un instrumento o porque no conocemos música. Hay mil ideas de cómo hacer esto y aquello, pero no podemos hacerlo porque no tenemos la fuerza económica necesaria.
Existe dentro de nosotros un mundo arquetípico, existe dentro de nosotros una llamada ancestral hacia la perfección, hacia el bien, hacia la concordia, hacia el amor. Una llamada fuerte, poderosa, constante, que no nos abandona nunca. Es una llamada que no envejece jamás, es una llamada que no peina canas; no importa la edad que tengamos, esta llamada sigue dentro de nosotros, sigue, sigue, sigue…
¿Y cómo se plasman los sueños? Vamos a ver un pequeño esquema; hemos hablado varias veces de que en la Naturaleza podemos dividir siete planos, así como hay siete días en la semana, siete notas musicales básicas, siete colores fundamentales, etc. Existe un septenario que rige el mundo manifiesto que conocemos.
También la plasmación de los sueños está regida por el número 7. Existe una dimensión, que la podemos llamar de la voluntad; en esta dimensión, las cosas son químicamente puras; los que habéis leído a Schopenhauer recordaréis lo que él decía sobre la voluntad, o sea, sobre unos impulsos puros, sobre esa suerte de números o cosas que existen más allá de todas las apariencias y que provocan una y otra vez fenómenos similares.
A este mundo no le alcanza la muerte, no le alcanza la decadencia, no le alcanza ninguna de las formas de desprestigio que hoy conocemos.
Debajo de él estaría el mundo de la intuición, en donde sujeto y objeto se ponen en contacto directo, en donde podemos, de alguna manera, conocer las cosas directamente sin necesidad de intermediarios. Por ejemplo, si vais a Grecia y visitáis el Partenón, diréis que el Partenón es bello, aunque no sepáis de arquitectura ni de arqueología.
Sin embargo, cualquiera de los aquí presentes me podría decir si un objeto es bello o si no lo es; tal vez no estemos todos de acuerdo, tal vez tengamos distintos cánones de ver la belleza, pero todos podemos decir si algo es bello cuando es bello. No hace falta que nos lo expliquen, si está hecho con este u otro material; hay algo dentro de nosotros, algo inexorable que nos hace decir que algo es bello o no.
Existe un tercer plano, el plano del intelecto. Según los filósofos griegos, es aquel que nos permite entender las cosas en su profundidad, captar las cosas a fondo, llegar a la médula de las mismas. Por debajo está el mundo de la razón y de los deseos; en este plano entramos en la eterna dualidad, pues nuestra mente es dual. Es el plano de la razón con deseo, la que trata de saber algo, la que tiene sed de conocer las cosas, de especular, de ganar y de perder.
Por debajo está el mundo psíquico, donde empiezan nuestros sueños, nuestras imaginaciones, nuestras fantasías, ese mundo psíquico que hace que cambie completamente nuestro ser ante los demás.
Hay personas que no son hermosas físicamente y, sin embargo, tienen un encanto especial que hace que nos sintamos atraídos hacia ellas, tienen un «algo» que despierta nuestro interés. En cambio, hay personas con un aspecto físico muy bueno, bien vestidas, de agradable apariencia pero que nos caen inexplicablemente mal, no nos son simpáticas. Y uno se pregunta frecuentemente por qué alguien bueno y honrado nos cae mal.
Estamos ante el mundo psíquico, que se relaciona de alguna manera con el mundo intuitivo; es el mundo de la psique, que corona un mundo inferior, es el mundo de la vitalidad. Todas las cosas tienen vitalidad. Todas las cosas tienen un hálito de vida y ese hálito las mantiene manifestadas. Así, por debajo del plano de la vitalidad, estaría el plano de la manifestación.
¿Cómo se manifiestan los sueños? Hay un mundo arquetípico. Por ejemplo, si yo os pregunto: ¿cuánto hacen 2 más 2? Hacen 4; perfecto, pero ¿cuánto qué? No hace falta aclarar. Existe, pues, un mundo superior, abstracto, que está más allá de los atributos de color, de forma, de tamaño, y en este mundo existen los arquetipos de los sueños que se van a ir plasmando hasta su manifestación.
Pero los sueños, según los filósofos clásicos, no son producto de los hombres, sino que serían previos a los hombres. Estos sueños, estos arquetipos, habrían existido desde el comienzo de todas las cosas. Todo existe en la Naturaleza más allá de lo que el hombre puede descubrir o no. Existe un esquema previo natural que está más allá de lo que nosotros podamos captar. Hoy decimos que hay siete notas musicales, hemos separado nuestra semana en siete días de acuerdo con los planetas, etc., pero ya estaba plasmado de alguna manera, ya estaba imbricado dentro de la concepción misma del cosmos. Estos sueños viven y existen cual fantasmagóricos amigos, extraños seres que nunca nos abandonan, viven en su mundo de arquetipo. Grandes trasgos, caballeros, damas, luces de colores, cosas extrañas, voces desconocidas, cuadros que nunca vimos, palabras que nunca habíamos escuchado, palabras que nunca aprendimos…
Existen, están en esa especie de caja de Pandora de donde nunca escapó la esperanza, los sueños que se van a ir plasmando poco a poco.
¿De qué manera se plasman? Se plasman realizándolos paso a paso. Veamos qué es lo primero que hacéis para construir una casa, por ejemplo. Primero la queréis, o sea, tenéis un acto de volición. Luego, pensáis que os gustaría que tuviera una ventana con cuatro barrotes y con dos macetas, y con un pino y un perro, etc. Eso lo sentís, lo intuís de alguna manera, es vuestro arquetipo. Ya está vuestro sueño descendiendo, está «encarnando». Pero ahora vais a empezar a «inteligir» ese sueño. ¿De qué manera concebís esa casa? ¿En forma de torre, cuadrada, alta, baja, grande? Así, empezáis a inteligir vuestra casa. Luego viene la otra parte: ¿qué vale el metro cuadrado, y el cemento, y el ladrillo, etc.,etc.? Ahí está el mundo de la razón, el mundo de los deseos.
Cuando lográis razonar aquello que más o menos os es posible hacer, entonces psíquicamente lo empezáis a desear, ha entrado al mundo psíquico, al cual le estáis prestando con la repetición, con la atención, una vitalidad que va aumentando. Eso es vida, habéis dado vida a vuestros sueños.
Tal vez existan sueños que no son tan fáciles de realizar, pero este sería un tema que nos llevaría mucho tiempo. A veces, hay intereses creados, hay elementos que limitan nuestros sueños. Los sueños de los demás, a veces, limitan nuestros propios sueños.
Hay cosas, elementos que no dejan plasmar los sueños como nosotros queremos que se plasmen. Pero para eso hay que ejercitar la voluntad, hace falta ejercitar el dominio sobre uno mismo, y hace falta también saber desear las cosas. No basta con que las pensemos, hace falta desearlas.
Os refiero mi experiencia personal: yo he pensado y he deseado Acrópolis; hoy está en treinta países. Cuando la soñé, cuando la plasmé hace veinticuatro años, estaba yo muy lejos de aquí y sin medios para poder hacerlo. Sé en mi propia carne y en mi propia vida lo que es pasarse las noches con un duplicador imprimiendo hoja tras hoja, y luego salir a la calle con un cubo e ir pegando los carteles de conferencias uno mismo pared por pared. Y luego, sentarse a esperar gente para dar la conferencia.
Hace falta tener voluntad, tener fe en nosotros mismos, y hace falta conectarse con ese mundo espiritual, con esa gran reserva espiritual que existe ahí arriba: la voluntad, la intuición, el intelecto.
Ahí, de alguna manera, viven nuestros sueños, viven nuestros arquetipos, los que realizaremos ahora o en algún otro momento. Allí vive lo que alumbraba al Quijote, que vivió loco y murió cuerdo, pero ¿quién sabe?, tal vez no murió cuerdo ni vivió loco, a lo mejor fue al revés… Porque no hay mayor locura que dar tanta importancia a las cosas de la carne, y tanta importancia a las cosas aparentemente razonables.
Tal vez no haya mayor cordura y mayor acercamiento a la verdad que saber enfrentar las cosas con profundidad y con fuerza. Saber cantar juntos, saber hablar juntos, saber estar juntos, poder soñar profunda y poderosamente. Hay que soñar, pero no a la manera de un «potai» japonés o chino, sentado con una gran panza y mirando para arriba.
No. Hay que soñar poderosamente, hay que soñar hasta que se salten las lágrimas de los ojos, hay que soñar tensando los músculos, hay que soñar cerrando los ojos.
Hay que ser toda una voluntad en marcha hacia ese sueño que nosotros queremos. Debemos tener una fuerza interior, que es lo que nos diferencia de las bestias. Eso es lo que nos diferencia, esa fuerza interior, esa fuerza de soñar, de crear.
Si hoy el mundo se viniese abajo, si hoy perdiéramos nuestro arte, nuestra ciencia, toda nuestra filosofía, toda nuestra literatura, todas nuestras ciudades, nuestros caminos, etc., aunque solo quedase una pareja sobre la tierra, volverían a repoblar el mundo, y volverían las bibliotecas, los poemas, los niños, los cuadros pintados. Volvería a haber Partenones y volvería a haber pirámides. Porque el hombre lleva dentro de sí los arquetipos de la totalidad de la Humanidad.
Cada uno de nosotros refleja en cierto modo a todos los hombres que existen sobre la tierra; cada uno de nosotros tiene dentro de sí todos los sueños de los hombres que vivieron sobre la tierra, y también de los hombres que van a venir.
Cada uno de nosotros tiene un potencial insospechado, mas hace falta tener tenacidad; no es fácil plasmar los sueños, es muy difícil. Tenemos que poder hacer el esfuerzo de plasmar los sueños año a año, mes a mes, día a día, hora a hora, minuto a minuto.
Y si no tenemos sueños, pues sigamos el sueño de otro, pero no nos quedemos sin sueños. Tampoco tenemos estrellas en las manos y, sin embargo, hemos aprendido a dirigir nuestras miradas hacia las estrellas que están en el cielo.
Tampoco tenemos manantiales de agua en nuestro pecho y, sin embargo, hemos aprendido a beber de los manantiales de las montañas.
Así también, si no tenemos un sueño propio, intentemos seguir alguno grande que nos verticalice, que nos haga ser humanos no solo por fuera, sino también por dentro. Pero si realmente somos hombres como lo quiere la filosofía y como lo quiere la naturaleza que está dentro de cada hombre, entonces nos erguimos en nuestros pies y en nuestra humildad ante Dios.
Podemos decir: yo soy un hombre, yo tengo sueños, no soy una máquina, estoy mucho mas allá. Puedo hacer, puedo mejorarme a mí mismo, puedo soñar algo que esté por encima de mí mismo. Soy un poco de creación, y de tal suerte, puedo soñar con un hombre nuevo; un hombre nuevo que no tenga nuestras limitaciones, un hombre nuevo que cuando nazca poeta pueda escribir sus versos, un hombre nuevo que cuando nazca músico pueda escribir sus músicas.
Un hombre nuevo que podrá vivir ecológicamente, no en contra de la Naturaleza sino a favor, siguiendo sus propias leyes naturales, estando depurado por fuera y por dentro.
Un hombre nuevo que no conozca el miedo, el odio, el rencor. Un hombre nuevo que nos recuerde con amor, en el sentido de que nosotros le hemos soñado cuando no existía…
En este momento oscuro de la Historia, en medio de todas las crisis, en medio de la caída de todos los valores, en medio de todas las vacilaciones y las dudas, nosotros nos hemos atrevido a soñar con él, con un hombre nuevo. Con el nuevo hombre que va a venir, alguien que va a nacer en nosotros, alguien que pueda escribir sin pornografía, alguien que viva en las ciudades sin ensuciarlas.
Un hombre nuevo que sea íntegro por dentro, un hombre que no lo puedan comprar con todo el oro del mundo, un hombre que sea realmente consciente de su inmortalidad, un hombre que sepa que ser hombre no es simplemente tener un esqueleto, huesos, etc., sino algo más profundo. El hombre es como un rayo, un relámpago en medio de la noche…
Ser hombre en este momento histórico, ser semilla de hombre nuevo es, precisamente, ser como una luz en la noche. Nuestro camino, como decía un pensador hace muchos años, está alumbrado por los relámpagos, y a través de esos relámpagos, vamos a poder llegar hasta ese hombre nuevo y mejor que todos soñamos. Vamos a poder hacer descender los sueños, nuestras manos llenas de semillas van a recibir las palomas blancas de la inspiración, y otra vez habrá Homeros que canten; otra vez, habrá hombres grandes que han esculpido y han pintando. Otra vez podremos estar orgullosos de ser hombres.
Esa es la plasmación de los sueños, de los pequeños sueños como el de la casa; y de los grandes sueños como el de plasmar un hombre nuevo. Es la mecánica filosófica que hace que los sueños puedan encarnarse, plasmarse.
Cada uno de nosotros somos un sueño. De alguna manera, vosotros me habéis soñado y yo os he soñado a vosotros. Porque nos hemos soñado mutuamente, nos hemos encontrado.
En este mundo de sueños e ilusiones, sepamos en realidad lo que somos: ¿una luz que pasa el horizonte? Somos hombres, somos filósofos, somos la semilla del hombre nuevo, somos esa fuerza ineludible que puede hacer aquello que soñaba Cervantes en su Quijote: convertir a los gigantes en molinos de viento y no los molinos de viento en gigantes. Recordad cuando el Quijote va a arremeter contra los molinos creyendo que son gigantes, y le dice Sancho: «¡Cuidado!, que son molinos…». El Quijote le contesta: «Eso son ogros, son nuestros enemigos», los arremete y cae en tierra. Entonces Sancho le dice: «¿No le dije, señor, que eran molinos?», y responde el Quijote: «¿Y no te dije yo, Sancho, que hay cosas que solamente las enseña la caballería: de que gigantes hay que, al arremeterlos, se convierten en molinos de viento?».
Eso lo debemos aprender, eso lo debemos sentir, eso lo debemos tener en nuestro corazón y en nuestra cabeza. En cada carta que escribamos, en cada momento en que estemos en contacto con otro ser humano y aun cuando estemos a solas. Recordad siempre que tenemos la dignidad de ser seres humanos, que detrás de nosotros hay miles y miles de años de historia y que por delante hay miles y miles de años de futuro.
Que somos un eslabón de una gran cadena y que tenemos la responsabilidad histórica de llevar las nuevas semillas hacia el mundo nuevo, y de abrir los surcos de la tierra nueva. Tengamos la fuerza suficiente para levantarnos cada mañana renovados; y, seamos lo que seamos, hagamos lo que hagamos, tratemos de hacerlo bien, tratemos de hacerlo de manera acropolitana, de manera filosófica.
Tratemos siempre de estar conectados con este mundo de sueños, con este mundo que después de la muerte nos espera para recibirnos maravillosamente, envueltos en la paz del deber cumplido.

jueves, 31 de mayo de 2012

Filosofía: una forma de vida



Estoy convencida de que todos los seres humanos, aunque no lo sepan y no tengan un título, son filósofos. Estoy convencida de que cualquier ser humano que se pregunta cosas y que cuando se encuentra a solas consigo mismo quiere saber quién es, ha dado nacimiento a un filósofo.
¿Qué es la filosofía? A mí no me gustan las definiciones, tal vez porque he tenido que estudiar muchas, porque me he dado cuenta de que en esos casos la memoria sirve de poco, y lo que ha servido es lo que se nos va quedando en el Alma. La filosofía, más allá de los muchos conceptos que se han explicado a lo largo de la historia, más allá del balance de finalidades que se le han dado, es el Gran Arte, la Gran Ciencia. Es una actitud ante la vida. Es una actitud que requiere una Ciencia; si uno se hace preguntas, necesita respondérselas. Y es una actitud que implica un arte porque esas palabras no se pueden responder de cualquier forma.
¿Qué es actitud ante la vida? Es… ir por ella con los ojos abiertos; es no tener miedo de indagar en los grandes misterios; es no tener miedo de mirar en el Universo y preguntarse por él, por uno mismo, por el Ser humano. Y es allí donde coinciden todos los pueblos, porque, en todos los momentos, cuando el hombre se preguntó cómo se une con el Universo, ha encontrado a Dios, y lo ha reflejado de mil maneras.
Esto no significa que filosofía sea religión, pero no la excluye; puede ser conocimiento, arte, religión; puede ser muchas cosas. Es algo lo bastante general para convertirse justamente en una gran utopía.
De todas las definiciones de filosofía hay una que particularmente me agrada muchísimo y que se atribuye a Pitágoras, cuando los sabios de su época se dirigían a él con gran veneración denominándolo justamente así, como un sabio. Se cuenta que en una oportunidad respondió: “No, yo no soy un sabio. Yo soy simplemente un amante de la sabiduría”. Y de esta expresión griega surgió el philosophos, el que ama a la sabiduría porque no la posee, porque siente que aún le faltan muchas cosas, y por eso la ama, la busca y la persigue.
Claro está que llamamos a nosotros mismos filósofos nos lleva a comparamos con Pitágoras y nos queda demasiado amplio; en todo caso seriamos filo-filósofos: muchos intentos de acercamiento, mucho amor y muchos escalones para llegar a ese amor como lo llamaba Pitágoras, que es amor a la sabiduría, inmenso motor que nos hace ir hacia lo que nos falta, hacia lo que necesitamos.
Platón decía que no amamos lo que tenemos, sino lo que nos falta. Justamente el amor nos lleva hacia aquello que nos hace falta, aquello que nos completa, aquello que nos perfecciona.
Percibir que hay sabiduría y que no la poseemos es magnífico porque eso nos mueve, porque ese amor es lo que nos hace salir, nos hace romper las barreras del egoísmo, esa barrera de “lo que yo quiero”, “lo que a mí me gusta”, “lo que a mí me preocupa”, porque cuando se empieza a mirar al Universo con otros ojos se abren muchas puertas, puertas interiores, pero también muchísimas exteriores, y hay una gran posibilidad de entender a las otras personas en la medida en que uno se va entendiendo.
Hoy, tal vez, a muchos siglos de distancia de Pitágoras, de aquellos filósofos considerados utópicos, la filosofía en líneas generales, es algo bastante diferente; lo he experimentado de manera personal estudiando en la facultad, como una insatisfacción permanente. Hoy filosofía es algo muy abstracto; son muchas palabras y muchos conceptos difíciles y cuando la gente se queda con esta idea de la filosofía, huye de ella. Hoy filosofía es casi Historia de la Filosofía, es un repaso a todo lo que han pensado todos los filósofos de todos los tiempos. Eso sí, acatando ciertas normas, porque en todo momento hay filósofos que son muy buenos, muy notables y hay otros que son prohibidos, malos, nefastos. Pasarán unos años y los nefastos serán los buenos, y los que se consideran buenos pasarán del otro lado: también la Historia de la Filosofía tiene modas. Hoy la filosofía no se considera algo práctico, algo útil para la vida. Esa idea de falta de aplicación, esa idea de que la filosofía es una utopía, de que no sirve para nada, ha hecho que la gente intente evitar la filosofía de la misma manera que el que no ha aprendido a vivir intenta evitar el estar a solas consigo mismo. Hay mucho vacío interior, mucha inseguridad y no debe extrañamos en absoluto que haya tanta corrupción, tanto desorden, tantas catástrofes naturales, porque cuando el ser humano no encuentra un eje dentro de sí mismo, no tiene cómo salir adelante.
Treinta y dos años en Acrópolis estudiando filosofía y unos años antes en la Facultad, son muchos años dedicados a ella, y aunque me digan que es impráctica y que no sirve para nada, yo me sigo diciendo: pero y las grandes preguntas las grandes inquietudes… ¿dónde se contestan? ¿Qué hacemos con aquello que nos asalta cuando uno se encuentra a solas consigo mismo: y por qué la vida, y por qué la muerte, y por qué el dolor, y por qué envejecemos, y por qué nos pasan las cosas que nos pasan? ¿Por qué hay sufrimiento, y por qué se puede pasar del sufrimiento a la alegría y de la alegría al sufrimiento, y qué es lo que nos conduce como un viento de una cosa a otra? ¿Por qué tenemos temores y por qué dudamos…? Y cuando surgen estas preguntas, o las respondemos o viviremos perpetuamente angustiados porque habremos echado una cortina delante de nuestros ojos intentando no ver lo más importante.
Cuando hay interrogantes no hay más remedio que preguntar. Cuando Sócrates decía: “Sólo sé que no sé nada”, no lo decía por conformarse con no saber nada. Es un reconocimiento de lo que no se sabe y un punto de partida: “Voy a saber más porque necesito más”. Aunque pasen los siglos, el ser humano se seguirá planteando estos interrogantes. Y basta que nos exijan una respuesta para que la filosofía se vuelva útil, práctica y necesaria. La filosofía es la Gran Educadora es la que nos enseña a vivir. Lo más difícil de todo, que es Vivir, casi nadie lo enseña.
No vamos a llegar a ser Sabios, pero por lo menos tendremos algunos temores menos, algunas dudas menos de las que teníamos antes; no vamos a mirar a la Gran Verdad, pero empezaremos a tener algunas certezas. El quién soy, qué hago aquí, para qué estoy, de dónde vengo y a dónde voy, es una forma de aprender a vivir; el arte de vivir es contestarse día a día a esas preguntas. Es entender por qué sufrimos, por qué hay dolor. Los filósofos orientales, tan viejos que a veces no sabemos ni qué fechas ponerles, decían que el dolor es vehículo de conciencia. Cuando uno es feliz y ríe, difícilmente se pregunta “¿por qué me pasa esto a mí?”
Parece ser que los humanos aprendemos cuando algo nos duele y el Arte de Vivir nos enseña que cada vez que sufrimos hay que detenerse y preguntar “¿por qué sufro, qué me está intentando enseñar la vida en este momento? ¿Qué hay detrás de este dolor? ¿Qué experiencia importante puedo extraer?”. Cuando un filósofo está aprendiendo a vivir, se le pone una prueba y si la supera, sabe que cuando llegue la siguiente podrá pasar por encima y querrá aprender algo más de la vida.
Este Arte de Vivir incluye también algo tan importante como valorar la vida y todos los seres vivos. No es posible escuchar que haya gente joven que diga-. ” Yo no he pedido venir a la vida”, como si fuera un reproche. Un reproche ¿a quién? No sé si hemos pedido venir a la vida: estamos aquí, y hay que aprender a valorarla, porque es un magnífico regalo. No se puede pasar por la vida dejando que nos arrastren; tal vez esto también constituya el Arte de Vivir. En lugar de ser un tronco de árbol a la deriva en un río, tener la capacidad de construir una barca con el tronco, unos remos, y poder dirigimos a nosotros mismos a través de la corriente.
Delia Steinberg Guzmán

sábado, 26 de mayo de 2012

Abrir la Mente


Abrir la mente: hacer nuestras las mejores ideas

Delia Steinberg Guzmán.
¿Podemos pensar absolutamente solos, sin ninguna influencia? Creo que no, que nadie tiene esa capacidad, sino que, en todo caso, podemos asumir ideas de otras personas que se ajustan tanto a las nuestras como para que lleguemos a sentirlas decididamente propias.
Lo que podemos hacer es interiorizar ideas, pensamientos, creencias que intuimos que son las que mejor nos cuadran.
En cuestión de convicciones, no interesa la originalidad, el tener una idea nueva nunca expresada hasta ahora, sino vivir con propiedad una idea que puede venir desde tiempos remotos y que, sin embargo, nos resulte útil y apropiada para elaborar todo un sistema de valores relacionados.
El primer paso, pues, consiste en abrir la mente bajo sus aspectos de imaginación creadora e intuición, no cerrarse.
Del ejercicio del pensamiento, del saber escuchar, del saber leer, del detenerse en las palabras y en lo que ellas significan, se abrirá paso poco a poco la confianza en las certezas que empiezan a despuntar.
El segundo paso es intentar vivir, aplicar esas ideas e intuiciones, hacerlas nuestras, probar, aunque cometamos errores y equivocaciones, porque también se aprende de los errores.
Si logramos vivir plenamente unos pocos sentimientos grandes, unas pocas ideas claras, experimentaremos la seguridad de sabernos dueños de nosotros mismos.
Claro está que no debemos confundir nuestras convicciones con la verdad absoluta.
Querer es poder. Y en este caso, si quieres, podrás empezar a vivir de manera convincente tus mejores sentimientos, ideas y valores morales.
La llave está en ti.
Extraído del libro “Qué hacemos con el corazón y la mente”

sábado, 19 de mayo de 2012

Aspectos filosóficos sobre el alma


Aspectos filosóficos sobre el alma

Manuel Ruiz
El alma es la gran motor de la Historia, ha puesto en marcha a las Civilizaciones y ha hecho posible todas las formas de contacto entre sociedades y culturas
Aspectos filosóficos sobre el alma
Hablar del alma es hablar del ser humano, tanto para los que piensan que existe como para los que le niegan un asiento metafísico. El tema del alma es el gran motor de la Historia, puesto que la percepción que se ha tenido de su existencia y los planteamientos de vida que ha originado (desde el espiritualismo más ferviente hasta el materialismo más encendido) son los que han puesto en marcha  las Civilizaciones, los que han hecho posible todas las formas de contacto entre sociedades y culturas. A lo largo de la historia del pensamiento, el alma se ha abordado de múltiples maneras, que podrían reunirse en dos principales: el alma como principio de vida y el alma como principio de racionalidad. Ambas posturas no son radicalmente excluyentes entre sí, pero llevan a consecuencias que pueden derivar en antagonismos.
El alma y la vida se han encontrado unidas desde la antigüedad. Se consideraba que un ser estaba vivo en virtud de su "ánima", de su alma. De hecho, cuando ésta abandonaba el cuerpo, era el momento de la muerte. Se deja de vivir porque el principio vital (el alma) deja de estar unido al organismo. Esta concepción del alma trae varias consecuencias: resulta un tanto incomprensible que el alma sea inmortal ¿qué sentido tiene un alma fuera del cuerpo, si es un principio vital? Además, siendo así, el alma no sería una cualidad exclusivamente humana, sino extensiva al resto de los seres vivos y deberíamos hablar del alma de los animales, las plantas. Por otro lado, el alma y la razón también se han imbricado firmemente en toda la historia de la filosofía. El alma sería el asiento del conjunto de funciones de la mente. El alma aporta el conocimiento, es el principio de racionalidad. Esta concepción del alma también trae consigo otras consecuencias: el tema de la inmortalidad no solamente es posible, sino que además es necesario para explicar el alma como principio de conocimiento inteligible. Todo ello en detrimento de vincularla al cuerpo. Así, puesto que el principio de racionalidad es exclusivamente humano, se le niega la posibilidad de tener alma al resto de los seres vivos.
La consideración del alma como principio vital, es la concepción aristotélica, y como principio racional, la concepción platónica, aunque ni Aristóteles ni Platón fueron tan excluyentes. Como suele suceder, son los seguidores de sus ideas los que radicalizan cada postura. Platón afirmaba que el cuerpo es una cárcel para el alma, pero a su vez admitía que ella albergaba, además de la parte racional, inmortal, otras dos partes, mortales, más en relación con el desarrollo de la vida en el cuerpo, la parte irascible y la concupiscible, siendo el estado ideal del hombre, aquel en el que se conseguía la armonización de las partes a través de las virtudes que les son propias. Aristóteles, por su parte, no sólo no negó que el alma sostuviera el principio de racionalidad, sino que llegó a argumentar que el estado de felicidad en el hombre se alcanza cuando predomina la función que en el alma humana es más propia, la razón, mantenida igualmente, a través de la virtud. Al igual que su maestro, consideraba que en el alma humana quedaban reflejadas otras funciones propias del hombre, y que éste posee en común con el resto de los seres vivos, pero sólo la razón le otorga la característica humana. A lo largo de la historia de Occidente se han ido sucediendo en el paradigma del pensamiento, momentos platónicos frente a momentos aristotélicos, dejando cada uno su impronta en la filosofía moral, el arte y la concepción del hombre, la sociedad y el mundo. Hasta llegar al racionalismo de Descartes, y el mundo de la física mecánica y el desarrollo matemático. A partir de aquí, sólo se admite lo que puede demostrarse matemáticamente. El principio de vitalidad y la concepción aristotélica en general, son reducidas a los principios biológicos. El materialismo, la negación del alma como ente metafísico, espiritual, más allá de lo tangible, ha nacido con fuerza. Desde este momento, el alma es sinónimo de vida biológica y psicológica. Punto.
El pensamiento filosófico (que no debemos confundir, en esto del alma, con la fe religiosa) ofrece dos posturas: que el alma existe como ente metafísico, donde radica la identidad humana, o que no existe como ente metafísico, estando la identidad humana en el conjunto de funciones biológicas y psicológicas. Si niego la existencia del alma y ciertamente el alma no existe, estoy actuando de forma natural. Pero si niego la existencia del alma y ésta si existe, la consecuencia es que estoy cercenando una parte de mi ser, y viviré una vida incompleta, no completamente natural.
Si admito la existencia del alma, y ésta efectivamente existe, actúo acorde con mi naturaleza. Y si admito la existencia del alma y es una falacia, no existe, las consecuencias también son naturales, puesto que no he negado la existencia de lo único que supuestamente existiría, que sería el cuerpo. De este razonamiento surgen dos consecuencias: primera, que la postura más coherente, con la que uno no aborda una existencia alejada de la propia esencia humana (sea cual sea en realidad), es la de vivir suponiendo la existencia del alma. Y segunda, que este argumento es válido si se aborda la cuestión del alma en términos de armonización de los principios vitales y racionales, como no sólo plantearon los maestros griegos, sino otros muchos grandes pensadores de otras civilizaciones y tradiciones.

sábado, 10 de marzo de 2012

El deseo en el Hombre

El deseo en el Hombre

Victoria Calle

Desde el punto de vista de la moderna psicología, el deseo es la motivación de la vida humana. Dirige y orienta los actos del hombre.
Antes de que esta ciencia se independizara del global conocimiento filosófico, también se consideró el deseo como uno de los motores más importantes del comportamiento humano: desde las doctrinas materialistas que propugnaban una satisfacción plena del deseo, hasta las espiritualistas, que lo trataban como una de las causas de la infelicidad, procurando trascenderlo para llegar, precisamente a la felicidad.

El Deseo en el Hombre

Entre estas últimas encontramos Filosofías de gran altura como el Estoicismo clásico, o religiones como el Budismo.

Pero hablar de deseo implica connotaciones muy amplias. Nuestro cuerpo tiene deseos, apetitos necesarios para la vida; nuestra psique tiene también deseos, deseos de afecto, por ejemplo, y nuestra mente desea conocer, pensar; incluso hay deseos desconocidos para nosotros mismos, como aquellos que surgen del inconsciente.
Según se explica en los manuales de Psicología, el hombre, como todos los organismos, se mueve hacia alguna parte porque necesita elementos que no tiene y que le hacen falta para existir. La carencia de estos elementos provoca en los organismos alteraciones internas, desequilibrios y tensiones que se traducen en movimientos encaminados a conseguir del ambiente exterior lo que le falta en el interior.

Una vez conseguido, la inquietud queda aplacada, se recupera el equilibrio interior y cesa la búsqueda hasta otro nuevo desequilibrio. El placer es la gratificación a ese esfuerzo.
El deseo provendría, según esta explicación, de una carencia de una necesidad de equilibrio y completura y el placer sería el estado de satisfacción ante el reestablecimiento del equilibrio o incompletura.
Todo este proceso se movería en un círculo cerrado, un ciclo que, en el momento en que se acaba, comienza de nuevo en un continuo rotar.

Se podría decir que el deseo tiene una causa que es al mismo tiempo un fin: conservar y generar la vida; perpetuarla. Pero este esquema que resulta tan claro en el plano biológico, es decir, para la vida vegetal y animal, no lo es tanto con relación al hombre. En ésta más que hablar de un círculo, tendríamos que hacerlo en una espiral cuyo eje fuera el tiempo. El apetito del deseo en el hombre no acaba con la satisfacción de la necesidad, sino que aumenta progresivamente, según parece. La imaginación humana espolea el instinto de poder y de vida hasta querer abarcarlo todo, poseerlo todo, estar en todo. La necesidad y el sentimiento de carencia es inmenso y continuo y, como resultado, el apetito se vuelve insaciable.

A diferencia del animal, el hombre puede inventar y multiplicar enormemente sus propias necesidades. Lo meramente biológico tiende al equilibrio homeostático del que depende básicamente la vida. Los deseos del hombre, en cambio, no son sólo a menudo superfluos para la vida, sino que incluso pueden llegar a ser antibiológicos, (deseos de muerte o más allá de lo biológico, como deseos culturales superiores y a veces opuestos a la necesidad biológica de vivir. Incluso se ha dicho que la vida verdaderamente humana consiste en desvivirse por algo, en trascenderse a sí misma poniéndose al servicio de valores superiores al de la vida misma.

Así pues, los conceptos biológicos de necesidades y lucha por la vida, tan caros a la psicología conductista contemporánea, han de aplicarse con suma cautela en el campo de las motivaciones humanas. El hombre comparte, sí, muchas necesidades con los animales pero puede renunciar a muchas de ellas. Entre las necesidades animales y los deseos humanos hay una notable diferencia: nuestras necesidades no son del todo "necesarias". Además existen en el hombre deseos que superan con mucho lo biológico; por la realización de un valor estético, intelectual y religioso, el ser humano es capaz a veces de sacrificarlo todo, incluso su propia vida.
En síntesis, hay dos características que podríamos destacar dentro del deseo humano: el crecimiento continuo de sus necesidades y la existencia de deseos que trascienden lo biológico.

LA BÚSQUEDA DE PLACER
Otro aspecto que podemos contemplar sobre el deseo se refiere al punto de vista del placer que implica satisfacerlo. Cuando en lugar de fijar la atención en la necesidad ponemos la mira fundamental en el placer, nuestros actos quedan disociados de la necesidad que los causara. Así se crean necesidades que son verdaderamente artificiales como comer cuando estamos saciados o incitar artificialmente el deseo sexual por la pornografía. Esto llega a crear una adicción enfermiza para la psique y el cuerpo, convirtiendo la función normal del deseo en vicio. En lugar de conservar la vida, el deseo viciado la destruye por exceso.

Para bien o para mal, muchos de nuestros deseos son bloqueados o interceptados por una serie de barreras de diversa índole que en definitiva nos impiden satisfacerlos. A esto lo llamamos frustración y crea un estado emocional opuesto al placer que identificamos como dolor, confusión, inquietud.
La resultante de la frustración no es la desaparición del deseo, sino su transformación. Generalmente toma la forma de agresividad. Esta agresividad no siempre está orientada hacia el obstáculo que impide la satisfacción, sino que suele derivarse por otras vías y dirigirse a otros objetivos a veces sin relación con el obstáculo. Obviamente no se ha podido vencer dicho obstáculo que a veces es muy poderoso o desconocido incluso, por lo que la agresividad se desvía. Dicha agresividad, como forma de deseo encubierto, suele producir situaciones muy conflictivas en las relaciones humanas, que aumentan los motivos de frustración.

No siempre la agresividad se dirige al exterior, sino que a veces invierte el sentido hacia el interior de la persona, que se siente culpable de sus fracasos y se "autocastiga", construyendo en sus interior tormentas psíquicas de dolor e impotencia que producen depresiones y estados de angustia. Este replegarse del deseo puede llevar a regresiones a etapas infantiles, abúlicas o incluso a un deseo de negación de la vida y regreso a etapas prenatales.
Cuando la frustración es continuada y sorda produce estados crónicos que se asimilan al carácter, ya sea agresivo o depresivo.
Simplificando mucho, podríamos decir que si el placer acompaña al deseo satisfecho, el dolor acompaña al deseo insatisfecho.

En el caso de la depresión, el miedo al deseo mismo y al dolor de haber perdido la esperanza de satisfacerlo inhibe la acción y la energía del impulso queda detenida. Puede llegar a desaparecer el deseo, pero no la necesidad. Tomando un ejemplo del cuerpo físico, sin comer se puede hacer desaparecer el apetito pero no la necesidad que el cuerpo tiene de alimentos. De ahí que la depresión sea esencialmente lo mismo que el deseo viciado pero a la inversa: destruye la vida por defecto. No satisface las necesidades por huida del dolor.
Para el hombre consciente y maduro, la necesidad natural es el motor de la acción, no el placer o el dolor que incita o inhibe. El conocimiento y la voluntad tenderán a cumplir su objetivo.

LAS DOS DIRECCIONES DEL DESEO
Al referirnos antes a las dos características básicas del deseo humano, hemos señalado dos formas de expansión:
El crecimiento continuo de sus necesidades y la existencia de deseos que trascienden lo biológico.
La necesidad artificial se debe a una creencia a un sentimiento subjetivo de necesidad. Creemos necesitar una televisión o un automóvil e inmediatamente se desata el deseo de poseerlo. Así podríamos crear indefinidamente necesidades con sólo creer que las tenemos. Nuestra sociedad de consumo comienza creando las necesidades para incitar al deseo. Nos convence de que en lugar de un objeto necesitamos muchos y luego de que el antiguo no sirve y necesitamos cambiarlo por otro nuevo, hasta que el mismo cambio se convierte en una necesidad.

Esta forma expansiva del deseo podríamos representarla por una espiral que se desarrolla en horizontal, a ras de suelo. Se desean más cosas cada vez; es la cantidad lo que se valora. El hombre se valora a sí mismo por la cantidad de elementos que posee. Esta espiral a ras de suelo abarca cada vez más suelo y el hombre no sale de su horizontalidad. Su instinto de poder se desarrolla de forma material.
Cuando comienzan a aparecer los deseos que trascienden lo biológico, el hombre cambia la direccionalidad horizontal para expandirse verticalmente. Esta espiral del deseo se transforma y de su horizontalidad se levanta hasta los valores inmateriales.
El deseo material, horizontal, en el que prevalece la cantidad (cantidad de objetos, cantidad de veces) no es selectivo, no implica sentido de perfección. Por tanto, no sirve como impulso de evolución.

El sentido de perfección es el que causa el deseo de lo perfecto, que percibimos como lo bello, lo bueno, lo justo, lo verdadero. Aun en la inconsciencia de lo puramente biológico, la vida tiende a engendrar perfección. El deseo básico incita hacia lo que consideramos más bello, más fuerte, más bueno. La vida no satisface sus necesidades de forma indiscriminada, sino selectiva.
En el hombre ese mismo sentido de perfección se hace consciente y también la visión de su carencia de la misma. Busca lo bueno y lo bello porque no sólo desea cosas, sino que las desea buenas y bellas y cuanto más mejor.

Pero además el hombre puede verse a sí mismo, pensar sobre sí mismo, mirarse en el espejo y reconocerse. Surge el deseo de poseerse a sí mismo y perfeccionarse. Se puede desear ser más eficaz, más bello, más sabio, más bueno.
Es en esta espiral ascendente, verticalizante, donde realmente se manifiesta la vida y donde el hombre se realiza como tal. Aquí pasamos del tener al ser; de la simple función biológica y de la inconsciencia animal al perfeccionamiento del mundo que nos rodea y de nosotros mismos. Del simple deseo de más vida al de mejor vida; de la acumulación de datos al conocimiento; de la acumulación de conocimientos a la sabiduría; de lo efímero a lo que permanece.

LA CONCIENCIA HUMANA
Según afirma la Sabiduría más antigua, la conciencia humana está situada en el gozne entre lo material y lo espiritual. El hombre no pertenecería ni a la tierra ni al cielo, sino a ambos. Su conciencia actúa de puente entre los dos mundos. Desde el punto de vista del deseo, esta situación le hace ser receptor de dos tendencias aparentemente opuestas: la de lo material y la de lo espiritual. Colocado en el centro, desea tanto los bienes perecederos y superiores como aquellos que le otorga la existencia cotidiana. Cuando se sitúa en su lugar correcto, en el hombre confluyen dos corrientes: por una parte capta las posibilidades superiores del mundo espiritual, la belleza, la justicia, la bondad, la verdad; por otra, su actividad en el mundo material le permite llevar las cosas y a sí mismo hacia la perfección de la que haya podido tener noticia. Por eso el sentido de perfección en el hombre le viene de la capacidad de su conciencia de elevarse hasta el mundo espiritual.

Cuando esto llega a realizarse plenamente, el hombre se convierte en una fuerza de la Naturaleza, en un canal por medio del cual Dios trabaja en el mundo, en un ser benéfico para todo cuanto vive y para sí mismo.
Cerrar las puertas a lo espiritual es impedir al hombre una vida realmente humana, oponerse a su propia autorrealización y sumirle en estados infelices que acaban por destruir su identidad.

VICTORIA CALLE