jueves, 31 de mayo de 2012

Filosofía: una forma de vida



Estoy convencida de que todos los seres humanos, aunque no lo sepan y no tengan un título, son filósofos. Estoy convencida de que cualquier ser humano que se pregunta cosas y que cuando se encuentra a solas consigo mismo quiere saber quién es, ha dado nacimiento a un filósofo.
¿Qué es la filosofía? A mí no me gustan las definiciones, tal vez porque he tenido que estudiar muchas, porque me he dado cuenta de que en esos casos la memoria sirve de poco, y lo que ha servido es lo que se nos va quedando en el Alma. La filosofía, más allá de los muchos conceptos que se han explicado a lo largo de la historia, más allá del balance de finalidades que se le han dado, es el Gran Arte, la Gran Ciencia. Es una actitud ante la vida. Es una actitud que requiere una Ciencia; si uno se hace preguntas, necesita respondérselas. Y es una actitud que implica un arte porque esas palabras no se pueden responder de cualquier forma.
¿Qué es actitud ante la vida? Es… ir por ella con los ojos abiertos; es no tener miedo de indagar en los grandes misterios; es no tener miedo de mirar en el Universo y preguntarse por él, por uno mismo, por el Ser humano. Y es allí donde coinciden todos los pueblos, porque, en todos los momentos, cuando el hombre se preguntó cómo se une con el Universo, ha encontrado a Dios, y lo ha reflejado de mil maneras.
Esto no significa que filosofía sea religión, pero no la excluye; puede ser conocimiento, arte, religión; puede ser muchas cosas. Es algo lo bastante general para convertirse justamente en una gran utopía.
De todas las definiciones de filosofía hay una que particularmente me agrada muchísimo y que se atribuye a Pitágoras, cuando los sabios de su época se dirigían a él con gran veneración denominándolo justamente así, como un sabio. Se cuenta que en una oportunidad respondió: “No, yo no soy un sabio. Yo soy simplemente un amante de la sabiduría”. Y de esta expresión griega surgió el philosophos, el que ama a la sabiduría porque no la posee, porque siente que aún le faltan muchas cosas, y por eso la ama, la busca y la persigue.
Claro está que llamamos a nosotros mismos filósofos nos lleva a comparamos con Pitágoras y nos queda demasiado amplio; en todo caso seriamos filo-filósofos: muchos intentos de acercamiento, mucho amor y muchos escalones para llegar a ese amor como lo llamaba Pitágoras, que es amor a la sabiduría, inmenso motor que nos hace ir hacia lo que nos falta, hacia lo que necesitamos.
Platón decía que no amamos lo que tenemos, sino lo que nos falta. Justamente el amor nos lleva hacia aquello que nos hace falta, aquello que nos completa, aquello que nos perfecciona.
Percibir que hay sabiduría y que no la poseemos es magnífico porque eso nos mueve, porque ese amor es lo que nos hace salir, nos hace romper las barreras del egoísmo, esa barrera de “lo que yo quiero”, “lo que a mí me gusta”, “lo que a mí me preocupa”, porque cuando se empieza a mirar al Universo con otros ojos se abren muchas puertas, puertas interiores, pero también muchísimas exteriores, y hay una gran posibilidad de entender a las otras personas en la medida en que uno se va entendiendo.
Hoy, tal vez, a muchos siglos de distancia de Pitágoras, de aquellos filósofos considerados utópicos, la filosofía en líneas generales, es algo bastante diferente; lo he experimentado de manera personal estudiando en la facultad, como una insatisfacción permanente. Hoy filosofía es algo muy abstracto; son muchas palabras y muchos conceptos difíciles y cuando la gente se queda con esta idea de la filosofía, huye de ella. Hoy filosofía es casi Historia de la Filosofía, es un repaso a todo lo que han pensado todos los filósofos de todos los tiempos. Eso sí, acatando ciertas normas, porque en todo momento hay filósofos que son muy buenos, muy notables y hay otros que son prohibidos, malos, nefastos. Pasarán unos años y los nefastos serán los buenos, y los que se consideran buenos pasarán del otro lado: también la Historia de la Filosofía tiene modas. Hoy la filosofía no se considera algo práctico, algo útil para la vida. Esa idea de falta de aplicación, esa idea de que la filosofía es una utopía, de que no sirve para nada, ha hecho que la gente intente evitar la filosofía de la misma manera que el que no ha aprendido a vivir intenta evitar el estar a solas consigo mismo. Hay mucho vacío interior, mucha inseguridad y no debe extrañamos en absoluto que haya tanta corrupción, tanto desorden, tantas catástrofes naturales, porque cuando el ser humano no encuentra un eje dentro de sí mismo, no tiene cómo salir adelante.
Treinta y dos años en Acrópolis estudiando filosofía y unos años antes en la Facultad, son muchos años dedicados a ella, y aunque me digan que es impráctica y que no sirve para nada, yo me sigo diciendo: pero y las grandes preguntas las grandes inquietudes… ¿dónde se contestan? ¿Qué hacemos con aquello que nos asalta cuando uno se encuentra a solas consigo mismo: y por qué la vida, y por qué la muerte, y por qué el dolor, y por qué envejecemos, y por qué nos pasan las cosas que nos pasan? ¿Por qué hay sufrimiento, y por qué se puede pasar del sufrimiento a la alegría y de la alegría al sufrimiento, y qué es lo que nos conduce como un viento de una cosa a otra? ¿Por qué tenemos temores y por qué dudamos…? Y cuando surgen estas preguntas, o las respondemos o viviremos perpetuamente angustiados porque habremos echado una cortina delante de nuestros ojos intentando no ver lo más importante.
Cuando hay interrogantes no hay más remedio que preguntar. Cuando Sócrates decía: “Sólo sé que no sé nada”, no lo decía por conformarse con no saber nada. Es un reconocimiento de lo que no se sabe y un punto de partida: “Voy a saber más porque necesito más”. Aunque pasen los siglos, el ser humano se seguirá planteando estos interrogantes. Y basta que nos exijan una respuesta para que la filosofía se vuelva útil, práctica y necesaria. La filosofía es la Gran Educadora es la que nos enseña a vivir. Lo más difícil de todo, que es Vivir, casi nadie lo enseña.
No vamos a llegar a ser Sabios, pero por lo menos tendremos algunos temores menos, algunas dudas menos de las que teníamos antes; no vamos a mirar a la Gran Verdad, pero empezaremos a tener algunas certezas. El quién soy, qué hago aquí, para qué estoy, de dónde vengo y a dónde voy, es una forma de aprender a vivir; el arte de vivir es contestarse día a día a esas preguntas. Es entender por qué sufrimos, por qué hay dolor. Los filósofos orientales, tan viejos que a veces no sabemos ni qué fechas ponerles, decían que el dolor es vehículo de conciencia. Cuando uno es feliz y ríe, difícilmente se pregunta “¿por qué me pasa esto a mí?”
Parece ser que los humanos aprendemos cuando algo nos duele y el Arte de Vivir nos enseña que cada vez que sufrimos hay que detenerse y preguntar “¿por qué sufro, qué me está intentando enseñar la vida en este momento? ¿Qué hay detrás de este dolor? ¿Qué experiencia importante puedo extraer?”. Cuando un filósofo está aprendiendo a vivir, se le pone una prueba y si la supera, sabe que cuando llegue la siguiente podrá pasar por encima y querrá aprender algo más de la vida.
Este Arte de Vivir incluye también algo tan importante como valorar la vida y todos los seres vivos. No es posible escuchar que haya gente joven que diga-. ” Yo no he pedido venir a la vida”, como si fuera un reproche. Un reproche ¿a quién? No sé si hemos pedido venir a la vida: estamos aquí, y hay que aprender a valorarla, porque es un magnífico regalo. No se puede pasar por la vida dejando que nos arrastren; tal vez esto también constituya el Arte de Vivir. En lugar de ser un tronco de árbol a la deriva en un río, tener la capacidad de construir una barca con el tronco, unos remos, y poder dirigimos a nosotros mismos a través de la corriente.
Delia Steinberg Guzmán

sábado, 26 de mayo de 2012

Abrir la Mente


Abrir la mente: hacer nuestras las mejores ideas

Delia Steinberg Guzmán.
¿Podemos pensar absolutamente solos, sin ninguna influencia? Creo que no, que nadie tiene esa capacidad, sino que, en todo caso, podemos asumir ideas de otras personas que se ajustan tanto a las nuestras como para que lleguemos a sentirlas decididamente propias.
Lo que podemos hacer es interiorizar ideas, pensamientos, creencias que intuimos que son las que mejor nos cuadran.
En cuestión de convicciones, no interesa la originalidad, el tener una idea nueva nunca expresada hasta ahora, sino vivir con propiedad una idea que puede venir desde tiempos remotos y que, sin embargo, nos resulte útil y apropiada para elaborar todo un sistema de valores relacionados.
El primer paso, pues, consiste en abrir la mente bajo sus aspectos de imaginación creadora e intuición, no cerrarse.
Del ejercicio del pensamiento, del saber escuchar, del saber leer, del detenerse en las palabras y en lo que ellas significan, se abrirá paso poco a poco la confianza en las certezas que empiezan a despuntar.
El segundo paso es intentar vivir, aplicar esas ideas e intuiciones, hacerlas nuestras, probar, aunque cometamos errores y equivocaciones, porque también se aprende de los errores.
Si logramos vivir plenamente unos pocos sentimientos grandes, unas pocas ideas claras, experimentaremos la seguridad de sabernos dueños de nosotros mismos.
Claro está que no debemos confundir nuestras convicciones con la verdad absoluta.
Querer es poder. Y en este caso, si quieres, podrás empezar a vivir de manera convincente tus mejores sentimientos, ideas y valores morales.
La llave está en ti.
Extraído del libro “Qué hacemos con el corazón y la mente”

sábado, 19 de mayo de 2012

Aspectos filosóficos sobre el alma


Aspectos filosóficos sobre el alma

Manuel Ruiz
El alma es la gran motor de la Historia, ha puesto en marcha a las Civilizaciones y ha hecho posible todas las formas de contacto entre sociedades y culturas
Aspectos filosóficos sobre el alma
Hablar del alma es hablar del ser humano, tanto para los que piensan que existe como para los que le niegan un asiento metafísico. El tema del alma es el gran motor de la Historia, puesto que la percepción que se ha tenido de su existencia y los planteamientos de vida que ha originado (desde el espiritualismo más ferviente hasta el materialismo más encendido) son los que han puesto en marcha  las Civilizaciones, los que han hecho posible todas las formas de contacto entre sociedades y culturas. A lo largo de la historia del pensamiento, el alma se ha abordado de múltiples maneras, que podrían reunirse en dos principales: el alma como principio de vida y el alma como principio de racionalidad. Ambas posturas no son radicalmente excluyentes entre sí, pero llevan a consecuencias que pueden derivar en antagonismos.
El alma y la vida se han encontrado unidas desde la antigüedad. Se consideraba que un ser estaba vivo en virtud de su "ánima", de su alma. De hecho, cuando ésta abandonaba el cuerpo, era el momento de la muerte. Se deja de vivir porque el principio vital (el alma) deja de estar unido al organismo. Esta concepción del alma trae varias consecuencias: resulta un tanto incomprensible que el alma sea inmortal ¿qué sentido tiene un alma fuera del cuerpo, si es un principio vital? Además, siendo así, el alma no sería una cualidad exclusivamente humana, sino extensiva al resto de los seres vivos y deberíamos hablar del alma de los animales, las plantas. Por otro lado, el alma y la razón también se han imbricado firmemente en toda la historia de la filosofía. El alma sería el asiento del conjunto de funciones de la mente. El alma aporta el conocimiento, es el principio de racionalidad. Esta concepción del alma también trae consigo otras consecuencias: el tema de la inmortalidad no solamente es posible, sino que además es necesario para explicar el alma como principio de conocimiento inteligible. Todo ello en detrimento de vincularla al cuerpo. Así, puesto que el principio de racionalidad es exclusivamente humano, se le niega la posibilidad de tener alma al resto de los seres vivos.
La consideración del alma como principio vital, es la concepción aristotélica, y como principio racional, la concepción platónica, aunque ni Aristóteles ni Platón fueron tan excluyentes. Como suele suceder, son los seguidores de sus ideas los que radicalizan cada postura. Platón afirmaba que el cuerpo es una cárcel para el alma, pero a su vez admitía que ella albergaba, además de la parte racional, inmortal, otras dos partes, mortales, más en relación con el desarrollo de la vida en el cuerpo, la parte irascible y la concupiscible, siendo el estado ideal del hombre, aquel en el que se conseguía la armonización de las partes a través de las virtudes que les son propias. Aristóteles, por su parte, no sólo no negó que el alma sostuviera el principio de racionalidad, sino que llegó a argumentar que el estado de felicidad en el hombre se alcanza cuando predomina la función que en el alma humana es más propia, la razón, mantenida igualmente, a través de la virtud. Al igual que su maestro, consideraba que en el alma humana quedaban reflejadas otras funciones propias del hombre, y que éste posee en común con el resto de los seres vivos, pero sólo la razón le otorga la característica humana. A lo largo de la historia de Occidente se han ido sucediendo en el paradigma del pensamiento, momentos platónicos frente a momentos aristotélicos, dejando cada uno su impronta en la filosofía moral, el arte y la concepción del hombre, la sociedad y el mundo. Hasta llegar al racionalismo de Descartes, y el mundo de la física mecánica y el desarrollo matemático. A partir de aquí, sólo se admite lo que puede demostrarse matemáticamente. El principio de vitalidad y la concepción aristotélica en general, son reducidas a los principios biológicos. El materialismo, la negación del alma como ente metafísico, espiritual, más allá de lo tangible, ha nacido con fuerza. Desde este momento, el alma es sinónimo de vida biológica y psicológica. Punto.
El pensamiento filosófico (que no debemos confundir, en esto del alma, con la fe religiosa) ofrece dos posturas: que el alma existe como ente metafísico, donde radica la identidad humana, o que no existe como ente metafísico, estando la identidad humana en el conjunto de funciones biológicas y psicológicas. Si niego la existencia del alma y ciertamente el alma no existe, estoy actuando de forma natural. Pero si niego la existencia del alma y ésta si existe, la consecuencia es que estoy cercenando una parte de mi ser, y viviré una vida incompleta, no completamente natural.
Si admito la existencia del alma, y ésta efectivamente existe, actúo acorde con mi naturaleza. Y si admito la existencia del alma y es una falacia, no existe, las consecuencias también son naturales, puesto que no he negado la existencia de lo único que supuestamente existiría, que sería el cuerpo. De este razonamiento surgen dos consecuencias: primera, que la postura más coherente, con la que uno no aborda una existencia alejada de la propia esencia humana (sea cual sea en realidad), es la de vivir suponiendo la existencia del alma. Y segunda, que este argumento es válido si se aborda la cuestión del alma en términos de armonización de los principios vitales y racionales, como no sólo plantearon los maestros griegos, sino otros muchos grandes pensadores de otras civilizaciones y tradiciones.