jueves, 28 de julio de 2011

EL MITO DE LA CAVERNA


Se levanta cada mañana a las 7, se ducha, se prepara un desayuno y se dirige al trabajo. En el atasco de la hora punta piensa en las tareas que dejó sin terminar, en una posible regañina del jefe o en las últimas declaraciones del político de turno, y se enfada con el conductor de su derecha que se cambia de carril sin avisar y a punto de darle un golpe. Acaso en algún momento se pregunte: “¿estaré aún dormido, soñando que me dirijo al trabajo? ¿Es real todo esto que me rodea?”


Ella apenas tiene cuatro años y ya está aprendiendo a dibujar. Con su trazo inseguro acaba de dibujar una niña con carita sonriente y se la enseña a su madre, que elogia alegremente la obra de arte de su pequeña. Pero ella está pensativa: algo la preocupa, y pregunta: “Mamá, ¿somos nosotros los dibujitos de Dios?”


En los inicios del Tercer Milenio, la imagen que tenemos del mundo ya no nace de los mitos, ni de los púlpitos de las iglesias. Aunque estemos convencidos de que se basa en la objetividad científica, en realidad está construida por las informaciones que recibimos a través de los medios de comunicación de masas: periódicos, radio y por encima de todos la reina de cada casa: la televisión. Ella determina nuestros temas de conversación, nuestras preferencias políticas, nuestras opiniones sobre lo conveniente o inconveniente y sobre lo que tenemos que conseguir en la vida, dirigiendo nuestros impulsos y deseos hacia el consumo de infinidad de cosas innecesarias. “Dime qué tienes y te diré quién eres” es el lema que, consciente o inconscientemente determina nuestras ambiciones.


Nos creemos libres los habitantes de la parte del mundo donde se gobierna a través de la Democracia, porque podemos elegir a quienes nos gobiernan y, teóricamente disponemos de unos Derechos Humanos protegidos por las Leyes. Pero, ¿a quién podemos elegir sino a aquellos que se presentan asociados a un partido político o a otro? ¿Realmente sabemos, cuando votamos, lo que estamos haciendo, a quién estamos eligiendo, cuáles son sus motivaciones y sus proyectos? ¿Somos libres por el simple hecho de no estar encarcelados?


A menudo nos sentimos como títeres manejados por unos hilos cuyas manos somos incapaces de ver. ¿Quién controla nuestras vidas? ¿Quiénes determinan nuestro destino? ¿Cómo podemos llegar realmente a ser libres?


Hace 25 siglos, un griego que ha pasado a la historia con el nombre de Platón elaboró un mito para explicar mediante imágenes la problemática del conocimiento de la realidad y de la libertad. Hijo de la democracia ateniense y discípulo de Sócrates -obligado por sus demócratas conciudadanos a tomar la cicuta-, elaboró un sistema filosófico que ha influido en toda la historia de la Filosofía Occidental. Sus obras, escritas en forma de diálogos, han iluminado a los filósofos de todos los tiempos. Sólo su discípulo Aristóteles ha llegado a tener una influencia tan importante.


En su diálogo “La República”, Platón plantea el siguiente mito, llamado MITO DE LA CAVERNA:


Imaginaos que os encontráis en el interior de una caverna, encadenados de forma que estáis obligados a mirar hacia una pared. Habéis nacido en esa situación; no conocéis otra forma de estar en el mundo, así que vuestras cadenas os parecen algo tan natural como cualquier parte de vuestro cuerpo. No las percibís como cadenas, sino como una extensión no sólo natural sino también necesaria. Sobre la pared que estáis obligados a contemplar se proyectan una serie de sombras que, a falta de otra cosa, tomáis por la realidad, y el eco os lleva un sonido que, procedente de las sombras, os parece su sonido verdadero. Habéis nacido así, y estáis tan acostumbrados a las sombras y al eco que aprendéis a ponerles nombres y a considerarlos como parte inherente de vuestra existencia.


Como estáis encadenados, no podéis volveros para ver que detrás vuestra hay un muro, y que detrás de ese muro hay un fuego y unos personajes misteriosos e inquietantes, los “amos de la Caverna”, los cuales os mantienen encadenados y pasean los objetos entre el fuego y el muro para proyectar las sombras sobre la pared. Saben que esas sombras os dan una apariencia de realidad que os tranquiliza y os conforma, y que mientras estéis así convencidos no se os ocurrirá rebelaros y escapar de la Caverna.


Pero imaginad que entre vosotros un hombre pone en duda la realidad de las sombras, se pregunta por la necesidad de sus cadenas, se atreve a mirar a un sitio diferente del que todos miran. Imaginad que este hombre fuerza sus anquilosadas articulaciones para volverse y descubre el muro, por encima del cual pasan los objetos cuya sombra se proyecta en la pared. Probablemente no entienda nada de lo que está viendo, pero le convencerá de que existen otras muchas cosas distintas de lo que cree conocer. Estimulado por la curiosidad se esforzará en romper sus cadenas, y tendrá que aprender a moverse, a caminar, para dirigirse hacia el muro y asomarse.


Así se dará cuenta de que ha vivido encadenado toda su vida y querrá escapar para descubrir cuál es la realidad, puesto que lo que había tomado por tal son sólo ilusiones, imágenes, sombras de lo que los amos de la Caverna han querido mostrarle.


Su ascenso por el tortuoso camino hacia la salida de la Caverna será muy difícil, puesto que nunca ha hecho nada semejante. Nunca nadie le enseñó a mover su cuerpo para caminar por una pendiente estrecha, quebrada y resbaladiza. Pero aunque atrofiada, está en su cuerpo la facultad de andar, de escalar, de levantarse tras cada caída, y así, fortaleciéndose durante el ascenso, el hombre liberado llegará a la superficie y podrá salir de la cueva.


Pero, ¡un momento! ¡Sus ojos no han visto nunca la luz del Sol! ¡Si, impetuosamente, sale de la Caverna a plena luz del día sus ojos quedarán cegados y no podrá ver nada de lo que se encuentra afuera! Le dolerán los ojos, tendrá miedo y deseará volver de nuevo a la oscuridad.


Para conocer el exterior nuestro hombre debe ser paciente, y esperar en la tenue penumbra de la entrada a que se haga de noche. Entonces, a la luz de la Luna y de las estrellas, podrá percibir que el mundo es mucho más grande, y que en él existen muchas más cosas que no conoce. Poco a poco, con el paso de los días, sus ojos irán adaptándose a la luz solar que se cuela en la entrada de la cueva, permitiéndole por fin salir a contemplar el mundo iluminado por el Sol y descubrir los colores que bañan todas las cosas, y el brillo azul del cielo.


¡Qué felicidad indescriptible debe sentir este hombre, libre al fin, viviendo en el mundo real y maravilloso de la luz! Sin embargo, su felicidad se verá oscurecida por el recuerdo de sus compañeros, que continúan encadenados en el fondo de la Caverna, totalmente ignorantes de esta otra realidad tan bella y gratificante. Así pues, renunciando a su propia felicidad, el hombre libre se decidirá a volver a la caverna para liberaros.


Y vosotros, sujetos e incluso agarrados a vuestras cadenas, le veis llegar sin entender de dónde sale. Y decís: “¿De dónde viene este tipo tan raro, que no hace lo que hacemos todos, que ni siquiera lleva cadenas que le aseguren al suelo?”. Él intenta explicar su descubrimiento, pero vuestro lenguaje no tiene las palabras para describir lo que no sean sombras, y no entendéis nada de lo que os dice. Insiste en que sólo sois esclavos, que vuestras cadenas os limitan y que así no podéis conocer la realidad; pero, apegados a vuestras cadenas, tomáis sus palabras por las de un hombre loco, que no sabe lo que dice. Los ecos de las voces de los amos de la Caverna os inducirán a pensar incluso que es peligroso, pues pone en tela de juicio todas vuestras convicciones, haciendo tambalearse el orden que entre los presos se ha establecido con la fuerza del hábito y la costumbre. Y esas voces os estimularán a combatir al hombre libre, a echarlo, a apalearlo e incluso matarlo, con tal de que os deje tranquilos, viviendo la vida que habéis aprendido, en medio de la oscuridad y la ignorancia.



Éste es el mito milenario que Platón ideó para explicarnos en pocas imágenes muchas cosas.


La Caverna simboliza el mundo, la realidad material en la que se desarrollan nuestros cuerpos y todas las cosas sensibles. Las sombras que se proyectan en la pared de la caverna son las cosas sensibles, que podemos ver, tocar, saborear, oler y medir, pero que no son más que la sombra, el reflejo de otra realidad intangible pero inteligible, que Platón llamó Ideas y otros autores Arquetipos. Las cadenas que nos sujetan son el apego a las cosas sensibles, a las cosas de este mundo: el amor al dinero, los placeres, el poder, el prestigio... Esos son los eslabones de nuestras cadenas, que nos hacen mirar a las sombras de las cosas, a sus imágenes, convenciéndonos de que son la única realidad y que el éxito en la vida deviene de concentrarse exclusivamente en ellas. Estamos tan enfrascados en esta carrera que somos incapaces de descubrir que hay una realidad más allá de las sombras, más allá de las apariencias; una realidad más luminosa, más intangible, más permanente, pues resiste el paso de los siglos. Una realidad conformada por las Verdades, con mayúsculas, conformada por los Ideales del Bien, la Justicia y la Belleza. Esos Ideales, esas Verdades, son la auténtica realidad luminosa que existe fuera de la cueva. Pero para alcanzarla hemos de romper las cadenas: hemos de eliminar el apego a las ambiciones y deseos mundanos.


Pero, ¿y los amos de la caverna? ¿Quiénes son esos misteriosos y terribles señores? Difícil de responder es esta pregunta, y muy inquietantes las posibles respuestas. ¿Serán, acaso, fuerzas naturales que nos dirigen hacia la materia, al error, a la esclavitud de las pasiones? ¿O son hombres, también, que, conociendo cómo funcionan las cosas utilizan la situación en su propio provecho? Cabría entonces preguntarse: ¿quién se beneficia con nuestra ignorancia?, ¿quien nos mantiene encadenados y esclavizados, haciéndonos creer, sin embargo, que somos hombres libres? ¿Cuáles son los auténticos poderes que gobiernan el mundo?


Podríamos pensar que todo esto emana de las complejas relaciones que se establecen en un mundo superpoblado, donde la escasez de recursos y falta de espacio conducen a unas interdependecias limitantes que nos obligan a mirar a todos en una misma dirección para que no se rompa el frágil equilibrio en que nos movemos. Podríamos pensar que sólo unas pocas personas, ocultas, manejan los hilos de la economía y –sobre todo- de los medios de comunicación, induciéndonos a actuar precisamente como ellos quieren, incluyendo entre las marionetas a los mismos políticos. Podríamos pensar que todo esto es fruto de nuestra civilización antinatural y deshumanizada.... Podríamos pensar todo esto ... pero hace casi 2.500 años ya Platón describía a la perfección el problema de la manipulación de las masas. Platón no conoció las salas de cine, ni presenció las peleas familiares por el mando a distancia de la tele, ni las luchas a brazo partido para llegar el primero a las rebajas de unos grandes almacenes; el no fue espectador del “Gran Hermano”.... pero fue testigo de primera fila de cómo se condenaba a muerte a un hombre bueno por el simple hecho de decir la verdad en la ciudad más libre y democrática del mundo antiguo: Atenas.


Sócrates, “el tábano de Atenas”, el hombre bueno y humilde que había sido señalado en el Oráculo de Delfos como el más sabio de Atenas porque era consciente de su ignorancia, es el modelo del hombre que se libera de las cadenas para conocer la verdad y, apiadado de la ignorancia de sus compatriotas vuelve a la caverna para enseñarles a romper las suyas propias. Él es el ejemplo de cómo las masas, movidas por desconocidas manos y enfurecidas cuando se les propone cambiar sus hábitos y costumbres, son capaces de condenar a muerte a un sabio.


Ocurrió ayer, ocurre hoy, ocurrirá mañana. En tanto no seamos conscientes de las cadenas que nos ligan, en tanto no seamos conscientes de nuestra falta de libertad, no seremos más que títeres en manos de quienes no nos atrevemos ni a mirar.


Estamos todos en esta cueva, ¿no os habéis percatado? ¿No queréis aprender a distinguir vuestras cadenas de vosotros mismos? ¿Acaso preferís vivir en las tinieblas a ver la luz?

ANA DÍAZ SIERRA



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