miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Grial y el Esoterismo

Cuando hablamos del Esoterismo del Grial no entendemos sólo por ello que, como todo símbolo verdaderamente tradicional, presente un lado esotérico, es decir, que a su significado exterior y generalmente conocido se superponga otro de un orden más profundo, sólo accesible para aquellos que han conseguido llegar a un cierto grado de comprensión e identificación.

El Grial y el Esoterismo

El propio símbolo del Grial, con todo lo que con él se relaciona, es de aquellos cuya misma naturaleza es esencialmente esotérica e iniciática. La leyenda del Grial se presenta bajo una forma eminentemente cristiana, en la que se encuentran elementos de diversa procedencia cuyo origen es manifiestamente anterior al cristianismo. Aunque algunos autores han creído que fueron añadidos de forma accidental por la tradición popular, dichos elementos son poseedores de un valor simbólico real que está lejos de tener un origen popular. Es cierto que el pueblo ha conservado, a veces sin comprenderlos plenamente, restos de tradiciones antiguas. Lo asombroso es que cuando se va al fondo de ellas se comprueba que contienen, de modo más o menos velado, gran suma de conocimientos esotéricos. En la leyenda artúrica conviven elementos tradicionales célticos y cristianos. Lo que debía conservarse de unos fue, de alguna forma, incorporado a los otros. Son elementos de orden propiamente iniciático que, desde entonces, son parte integrante del esoterismo cristiano.

Por otro lado, el símbolo de la copa o del vaso es de aquellos que bajo una y otra forma se encuentran en todas las tradiciones y pertenecen al simbolismo universal. Es evidente la relación entre el «vaso de la abundancia» de las tradiciones antiguas, el simbolismo celta con el recipiente mágico y el significado eucarístico del cristianismo. Es el continente del alimento o la bebida de la inmortalidad, la sangre de Cristo viviente.

Según cuenta la leyenda, esta copa fue tallada por los Ángeles de una esmeralda desprendida de la frente de Lucifer, que éste perdió en su caída. Siguiendo a René Guénon, esta esmeralda frontal se identifica con el tercer ojo de la tradición hindú, que representa el sentido de eternidad. La copa fue confiada a Adán en el Paraíso, pero a raíz de su caída la perdió cuando fue expulsado del Edén. Mientras estuvo en el Edén vivía verdaderamente en el propio corazón de lo Uno, por lo que el deseo y la búsqueda del Grial revela el constante anhelo de una recuperación paradisíaca, la búsqueda de un centro estable y cósmico. Un descendiente de Adán, llamado Set, logró entrar en el Paraíso y recuperar el precioso vaso. ¿Cómo fue conservado este vaso desde los días de Set hasta la llegada de Jesús el Nazareno? Según algunos, estuvo oculto; para otros, una cadena de Iniciados lo debió tener en su poder hasta que José de Arimatea y Nicodemo lo llevaron a Gran Bretaña. Desde allí el Grial inicia su camino caballeresco.

De alguna forma, simbólicamente, vemos que el hombre, separado de su centro original, se encuentra encerrado en la esfera temporal. Ha perdido el sentido de eternidad, porque éste pertenece a un estado primordial, cuya consecución constituye el primer estadio de la verdadera Iniciación, bien entendido que lo que representa el Paraíso no es otra cosa que «El Centro del Mundo» Interior.

La búsqueda de ese Grial se vincula a un simbolismo muy general (en casi todas las tradiciones hay «algo» que se ha perdido o ha sido ocultado). Su pérdida es la pérdida de las tradiciones sagradas y de su sentido para la mayoría de la gente.

En cuanto a la desaparición final del Grial, se dice que fue llevado al Cielo por Set, según algunos, y según otros fue transportado al Reino del Preste Juan («Preste Juan» no es un nombre, sino un título: se habla de una Dinastía de los Prestes Juan que, como la estirpe de David en otra época, habría revestido la dignidad real y sacerdotal; en este Reino se encuentra también la Piedra de la Luz que tiene la virtud de resucitar el animal imperial, el Águila). De todas formas, siempre se trata de una retirada del exterior hacia el interior, según el estado del mundo en ese determinado momento.

Se dice que el Grial ya no fue visto nunca más como antes, pero no se dice que nadie lo viera jamás. Se supone que siempre está presente para aquellos que están preparados y han luchado por ello, aunque los que han bebido en él no siempre pueden transmitir su sabor.

El Grial en otras culturas
Después de lo ya expuesto, vemos que la leyenda del Grial es un símbolo, una envoltura externa con que se han vestido conceptos que están por encima del hombre y de su comprensión cotidiana, pero que le son necesarios. Aquellos que lo ven como una novela no profundizarán más, pero los que necesitan saber de verdad penetrarán en alguna medida en el propio misterio del símbolo.

Todas las culturas y civilizaciones se han valido de símbolos parecidos para dar a su pueblo una enseñanza común y ofrecerle el Gran Misterio que subyace en el fondo de todas las cosas, incluso en nosotros mismos.

Nos detendremos en algunas de estas culturas para conocer cuál es su propio «grial».

A) Hinduísmo
El hinduísmo proviene de la evolución histórica de los conceptos védicos primitivos.
Cuenta una antigua leyenda que el Grial, ante la falta de receptividad en Europa, abandonó Occidente y se refugió en Oriente, en la India.

En la tradición hindú, el Grial se corresponde con el vaso sacrificial que contiene el Soma o bebida sagrada del antiguo ritual védico, o incluso con el Soma mismo. Según Burnouf, el Samudra o recipiente del Soma es el vaso que contiene la sangre del Dios viviente, Agni, personificación del Fuego, del mismo modo que el Grial contiene la sangre de Cristo. El arquetipo del vaso sacrificial que contiene el Soma es un gemelo exacto del santo Cáliz cristiano, y en tradiciones aún más antiguas es la copa de Asura o el Cuenco del Paché Titán del que habla el Rig Veda. Esta Copa de Asura es en realidad el disco del Sol, el Mandala sobre el que todo se proyecta.

El Soma es el néctar celeste, el elixir de la inmortalidad que tiene sus equivalentes en el Haoma avéstico y en la ambrosía de los griegos. También está ligado a la roca y a la montaña símbolo del Centro y de la elevación espiritual. Traído de los cielos por el águila mensajera de Visnhú, el Soma se deposita en lo alto de la montaña, así como la ambrosía divina que porta el Águila de Zeus. También la copa cristiana recoge la sangre de Cristo en el monte Calvario y luego la conserva en el Castillo de Monsalvat, la montaña de la salvación.

Por otro lado, Soma es el nombre sánscrito que recibe la Luna, que a su vez se presenta como un recipiente que en la oscuridad de la noche recoge la luz del Sol, que es precisamente la que la hace brillar. De ahí que la Luna sea considerada por los hindúes como el Cáliz donde beben los antepasados y los Dioses.

Visnhú, una de las divinidades que conforman la Trimurti o Trinidad básica hindú, sostiene en uno de sus cuatro brazos un disco solar con seis radios, y en el centro la sílaba mágica «hrim» (inmovilidad del centro).

Está rodeado por un círculo que representa a Maya y tiene como símbolo geométrico su propia cruz. Al igual que el Grial, este disco es circular y su centro inamovible alrededor del cual todo se mueve.

El loto es otro atributo de Visnhú, la flor que brota de aguas cenagosas y se eleva manteniéndose pura y limpia. Su cáliz aparece lleno de pétalos o flores como la copa de plenitud. De hecho el loto se considera la copa del Sol, que tiene oculto en su interior el principio de Vida.

Como es sabido, Shiva posee un tercer ojo situado en el centro de la frente que representa la omnisciencia, el sentido de eternidad. Es el ojo que se ha liberado de la ilusión y mira hacia su interior, allí donde está el Grial. Es también el ojo que salva al Universo al devolverle la luz y la vida, al igual que la acción redentora de la sangre de Cristo.

B) Budismo
Surgió del seno decadente del Brahamanismo y es heredero de la tradición hindú, por lo que reaparecen la mayor parte de los símbolos expuestos.

El disco solar se representa aquí bajo la rueda del Dharma o Rueda de la Ley. Es la Ley Suprema por excelencia en la que todos estamos inmersos. El Centro de esta rueda es el núcleo y fundamento de la existencia, el Presente Absoluto. Sus radios son los rayos que irradia el Centro Luminoso hacia la periferia. Estos ocho radios unidos entre sí, integrados en un centro común, forman la representación del Camino del Medio, la «vía del Grial».
En el centro de la rueda se encuentra el Hombre Universal, el Buda, que representa la función de Çakravarti, de Rey del Grial que hace girar la rueda del orden cósmico.
El disco solar del Buda se nos presenta como imagen de la «Puerta Solar», como vía de acceso al Grial. Aquel que ha pasado victoriosamente por ella conquista el estado incondicionado y goza del néctar.

En la simbología budista nos volvemos a encontrar con el tercer ojo, punto brillante que resplandece en la frente del Buda, y con el loto, flor del despertar y de la Iluminación, el cáliz de Budeidad y del Nirvana que contiene la esencia de la compasión (Karuna) y la sabiduría (Prajna).

Si el cáliz del Grial conserva la sangre de Cristo, que es luz y vida del mundo, el cáliz del loto contiene la luz del Buda. El cuenco mendicante de Buda es el «Patra» que, al igual que el Grial, está relacionado con la nutrición milagrosa, y con la idea de salud y plenitud. Además, el Patra del Buda es un elemento unificador porque logró reunir en una sola copa las cuatro en que fue dividida la antigua Copa de Tvashtri, reintegrando sus fragmentos al centro, al origen.

Así como el Soma y el vaso que lo contiene están ligados al Árbol de la Vida, el Patra lo está al Árbol Bodhi. Es igual que el nexo que une al cáliz con la lanza, símbolo del eje del mundo.
La polaridad copa-lanza reaparece en muchos pares de objetos simbólicos de la tradición budista, como la rueda y el tridente, el disco y el pilar o el cuenco y el bastón del simbolismo Mahayana.

La marcha espiritual de quien sigue los pasos del Buda se perfila como una auténtica «Búsqueda del Grial».

C) Taoísmo
En el Taoísmo el Grial encuentra su equivalente en el vaso de Kuan Ying, la Virgen Celestial taoísta que encarna la armonía, la sabiduría, la compasión y la pureza. En sus manos porta un vaso que contiene el Agua de la Vida y una copa de la abundancia como vaso de compasión y sabiduría. Otro atributo de Kuan Ying es el loto, la Copa de Sol que recoge la sustancia solar del Tao. El loto materializa en equilibrio del Yin y el Yang, es la plasmación simbólica de la meta que corona la vía del Tao, la conquista de la inmortalidad. Hay que buscar la Flor de Oro y beber el elixir mágico de la vida.

El jade es la piedra preciosa más estimada por los chinos, y su simbolismo es paralelo al del Sol. La copa de jade en que se recoge y bebe el elixir de la inmortalidad se define como una auténtica copa del cielo. Beber en la copa de jade al igual que en el Grial, significa asimilar todas sus propiedades. La esencia de jade es el jugo extraído del Árbol de la longevidad. Los mitos taoístas hablan de una «Isla de los Bienaventurados», en la que brota la fuente de la Vida, cuyas aguas manan de una roca de jade confiriendo la eterna juventud.

En realidad, todos estos elixires no son otra cosa que la misma fuerza del Tao. Llegar a la unión con el centro absoluto y descubrir el elixir de la vida es armonizarse con el Tao. Así, el hombre se libera de la dualidad y consigue el perfecto equilibrio entre Yin y Yang.
Éste es el misterio que se oculta en el Grial taoísta, en el vaso de Kuang Ying y en la copa de Jade. El Grial es en definitiva el Tao mismo, un Tao que, según Lao Tsé, nunca se agota, es un auténtico vaso de plenitud. Descubrir el Elixir de oro o llegar a la Isla de los Bienaventurados es conquistar el Grial y hacerse uno con el Tao.

D) Shinto
En el Shinto el Grial está representado por los «Tres divinos Tesoros» que constituyen una de las partes más importantes de la Religión nacional japonesa, y en especial por dos de ellos: el Espejo y las Joyas.

El Espejo Divino es el símbolo de Amaterasu, Diosa solar, Divinidad central del panteón shintoísta. Su forma es circular, simbolizando el disco solar, y su superficie pura y limpia simboliza la presencia de Dios. Es la materialización sensible del Centro del Universo, lo refleja todo y todo se refleja en él. Es la Fuente de vida de donde surge el Elixir de la inmortalidad, la copa resplandeciente donde se refleja el mundo, poniendo en contacto Cielo y Tierra.

Este Espejo Divino está encerrado en un cofre y oculto a la mirada de los hombres, celosamente guardado en el santuario de Ise, centro espiritual. La peregrinación hacia ese centro tiene el valor de una auténtica búsqueda del Grial.

El mensaje espiritual del Espejo vendría a decir que se encuentra dentro de todos los hombres, que hay que descubrirlo y que allí se reflejará cada uno como es en realidad.
El Collar de Joyas es otro de los componentes del Divino Tesoro. Son piedras de forma curva que Amaterasu entregó a los hombres, por lo que, al igual que el Grial, se consideran piedras de origen celeste. También se las ha comparado con la piedra frontal de Lucifer. En las joyas shintoístas está el elixir divino.

Los Tres Divinos Tesoros son símbolos de la realeza sacra del Emperador, autoridad suprema de la tradición shintoísta, y auténtico Rey del Grial.


María Jesús Cáliz

Bibliografía
El misterio del Grial, Julius Evola.
El Graal en la literatura medieval, Victoria Cirlot.
Esoterismo del Grial, René Guénon.
Las armas de la luz y los castillos del cielo en la búsqueda del Grial, P.G. Sansonetti.
Shinto y Zen, Antonio Medrano.
Parsifal y la vía del Buda, Antonio Medrano.
Glosario Teosófico, Helena P. Blavatsky.

jueves, 27 de octubre de 2011

Los relojes biológicos

Los relojes biológicos

Jorge A. Livraga Rizzi

En su eterna búsqueda, volcada ahora hacia la vertiente científica, el Hombre ha redescubierto los llamados relojes biológicos. Se sospechó de su existencia desde hace más de un siglo, cuando la Ontogenia se relacionó con la Filogenia.

Y decimos que se han redescubierto porque en la medicina de los antiguos egipcios ya se sabía que cada parte del cuerpo, de la psiquis y del Alma, estaba regida por un genio diferente o razas de genios diferentes que, como es lógico, actuaban de diferente manera y tenían ritmos vitales disímiles. Esto es fácil constatarlo. En la práctica vemos que una persona que muere por insuficiencia hepática, lo. hace con el corazón en excelente estado, o en tantos otros ejemplos que han servido de base para la formación de bancos de órganos aptos para el transplante a otros cuerpos; pues siguen con capacidad de funcionar, aunque sus compañeros hayan provocado la muerte de ese biorrobot que llamamos "cuerpo". Y no hablamos de los casos de fallecimiento por accidente, sino de los de muerte "natural".
Referirnos al tema desde un ángulo de visión estrictamente materialista entraría en contradicción con la realidad, pues en la formación fetal, las primeras diferenciaciones celulares -o sea, los primeros relojes que empiezan a funcionar independientemente- son las relativas al sistema nervioso alto y central. Si todos los relojes biológicos estuviesen ajustados de la misma manera, es evidente que todos moriríamos por vejez y falla de esos elementos, y no por otros más "nuevos", como el estómago, las estructuras óseas o las " vías respiratorias.
Cabe pensar, también, que las diferentes formas de vida desajustan ciertos relojes y eso puede ser cierto, puede ser verdad... pero no toda la verdad. Hermanos que han nacido de la misma pareja, en circunstancias casi idénticas, y se desarrollaron en el mismo ambiente, suelen ser física, psicológica y espiritualmente muy diferentes y presentar características de madurez biológica parcial o total propias de cada uno.
Lo único que podríamos mencionar como igual en todos los seres humanos es, precisamente, su desigualdad.
Dicen que Hipócrates, hace dos milenios y medio, tenía como principio fundamental el lema: "No existen enfermedades, sino enfermos".
En verdad, existen las enfermedades y también ellas están regidas por una especie de elemental o genio; pero sus manifestaciones, al ser aplicadas a personas diferentes, con karmas diferentes, no pueden ser iguales.
Así, salvo en los casos de grandes epidemias, en los cuales la fuerza de la enfermedad aplasta toda resistencia y abate a gran número de afectados, dando la sensación de igualar el "castigo", no podemos afirmar que todos los humanos, y aun todas sus partes constitutivas, sean regidas por "tiempos" iguales o, mejor dicho, por "edades" iguales.
Habrá jóvenes de veinte años con el corazón ya viejo, o ancianos de setenta y cinco con este órgano en condiciones tales como si de una persona de treinta o cuarenta años se tratase.
Estas diferencias que señalan distintas edades de los órganos físicos, también se dan en planos más sutiles, como el vital, emocional y mental.
Aparte del grado de desarrollo egoico, que evidentemente cuenta, es visible la acción de estos relojes sobre nuestras emociones y pensamientos. La "madurez" que a veces apreciamos en un adolescente no es siempre efecto directo de su calidad egoica, sino de un manejo de las circunstancias externas e internas que no está acorde con sus pocos años, sino como si el doble o el triple tuviera.
Los relojes, o genios o elementales, que rigen el más o menos acelerado tiempo de cada uno de los .componentes de nuestra personalidad, se reflejan de manera más evidente -en lo físico- en los sistemas simpático y parasimpático, así como el hormonal. Es maravilloso el mecanismo que rige el crecimiento, ya que si una persona, por ejemplo, creciese con el mismo ritmo con que lo hace en su primer año de vida, llegaría a un tamaño elefantiásico y a un peso de varias toneladas antes de los veinte años. Eso la aplastaría, le quebraría los huesos y le causaría la muerte, salvo que se mantuviese flotando en un medio líquido, como las ballenas.
Asimismo, el genio que rige el aparato hormonal va a dar capacidad de reproducción a una mujer o a un hombre a partir de cierta edad y se detendrá luego, cuando el esfuerzo de engendrar, sobre todo en el plano de lo energético, ponga en peligro la salud y la vida del cuerpo.
No descartaremos, entonces, que otros genios lo hagan también con nuestros órganos de expresión en los distintos planos.
La pregunta se hace evidente: ¿qué o quién rige a esos relojes, a esos genios? La respuesta sería demasiado larga para este artículo, pero en líneas generales podemos afirmar que es la madeja kármica la que lo hace. Y cuando nos referimos a la "madeja" es porque no sólo existe, como sabéis, un tipo de karma (1), sino muchos: desde el personal inmediato hasta el colectivo cósmico con sus influencias estelares y planetarias. Y de centros energéticos, los unos telúricos y los otros espaciales, pues así como los astros visibles influencian a nuestros cuerpos visibles de manera directa y a los demás indirectamente, los "dobles" de estos astros y otros que no tienen cuerpo físico, actúan sobre nuestros cuerpos sutiles e invisibles, y no puede descartarse su peso en los acontecimientos concretos.

* * *

Otra pregunta que surge impetuosamente, es: frente a todo esto con su enorme fuerza y complejidad ¿podemos hacer algo para ayudarnos a nosotros mismos y también a los demás? ¿Somos simples espectadores de un mecanismo que, por sutil que sea, no deja de tener características mecánicas, como si fuese una gran computadora programada hace millones de años y en la que los nuevos datos integrados afectan de manera insignificante al comportamiento general.
Es evidente que nos encontramos ante una forma de computadora ya programada desde hace millones de años que se va cargando de nuevos elementos y despojándose de otros constantemente.
Pero no debemos caer en el error, sugerido por los materialistas, de creer que todo lo que no es estrictamente humano es simplemente mecánico. Lo "mecánico" es tan sólo un camino construido con mayor justicia y bondad por la Mente Divina, basándose en nuestras acciones y decisiones pasadas, buscando que superemos nuestras imperfecciones y dándonos la oportunidad, a través de la Filosofía (2), de apreciar toda esta maravilla, lo cual es la mejor prueba de que Dios existe.
Sí, podemos hacer no algo, sino mucho, por ayudar a otros y a nosotros mismos en nuestra marcha vital hacia la realización. Para eso tenemos la voluntad, la chispa espiritual indestructible que es el hilo brillante que une nuestras efímeras reencarnaciones.
Con nuestra mente ejercitada en la filosofía así entendida podemos, apenas nos decidamos seriamente a ello, dar más cuerda a los relojes que se están parando o ajustar el mecanismo de otros que se nos disparan, por ejemplo en ataques de pasión o ira.
Evidentemente nuestra posibilidad de modificación está limitada a nuestra propia jaula kármica y por nuestra propia debilidad para vencernos a nosotros mismos. Dejando de lado nuestros "contenedores" cósmicos, a los que no podemos acceder en nuestro actual momento evolutivo, y sobre los cuales es pérdida de tiempo dialogar, entra dentro de nuestras posibilidades inmediatas el llevar una vida física, psíquica y mental lo más natural posible y lo más descontaminada. Para abundar en claridad: no me refiero a hacer gimnasia o dejar de hacerla, usar azúcar o sacarina, convertir nuestro plano psíquico en un santuario o nuestra mente en un diamante impoluto; no. Me refiero a cosas más a nuestro alcance y que no respondan a modas ni a alienaciones pseudomísticas; simplemente: evitar intoxicarse física, psíquica y mentalmente. Como dirían los estoicos: "Nada en exceso". Sólo eso. Y saber aceptar las bonanzas y las tormentas como hechos naturales.

NOTAS:
(1) Karma: vocablo sánscrito que designa la ley de compensación, o de causa y efecto.
(2) Filosofía: Amor a la Sabiduría, búsqueda de la Verdad.

Fuente: REVISTA N.A. nº 155, diciembre de 1987:"Los relojes biológicos" (Jorge Angel Livraga)


jueves, 28 de julio de 2011

¿QUÉ LE PASA A LA TIERRA?


A diario nos sorprenden las los noticiarios con catástrofes naturales que asolan distintas partes del mundo. Terremotos, huracanes, inundaciones... acaban anualmente con miles de vidas humanas y producen miles de millones de euros en pérdidas materiales. De tal manera que parece que cada ve hay más desastres naturales, y que éstos son cada vez más graves, más fuertes.

Al igual que hacían nuestros antepasados, que explicaban las catástrofes naturales como castigos divinos a una humanidad pecadora, buscamos hoy, en el descreído siglo XXI pero con el mismo sentimiento de culpabilidad, nuestra responsabilidad en la ocurrencia de estos peligrosos fenómenos.

¿Es cierto que están aumentando en número y peligrosidad las catástrofes naturales? ¿Somos nosotros los causantes de dicho aumento? ¿Nos está castigando la Tierra?


Si hacemos un análisis exhaustivo del número e intensidad de estos eventos tenemos que empezar por considerar dos grupos: los de origen interno,como volcanes, terremotos y los tsunamis provocados por unos y otros, y los de origen externo, entre los que destacan los huracanes y las inundaciones.

Los volcanes y terremotos son los fenómenos más impresionantes de los que podemos ser testigos. Ambos están originados por el calor y la dinámica del interior del planeta. El análisis de los datos de las catástrofes producidas por ellos nos indica que el aparente incremento se debe a:

  • El aumento de la población, que se ha extendido a zonas antes despobladas, con lo cual aumenta la posibilidad de “notar” el terremoto.

  • El aumento de la densidad de población en zonas de conocido riesgo sísmico, con lo que el número de víctimas y pérdidas materiales suele aumenta, aún cuando se hayan tomado al mismo tiempo medidas preventivas más o menos adecuadas.

  • El aumento y mejora de las comunicaciones, que actualmente cubren el mundo entero y permiten que conozcamos en cualquier momento lo que está ocurriendo en cualquier parte del globo, independientemente de la importancia de la población afectada.

No tenemos capacidad para influir en las causas de estos fenómenos, puesto que nuestra actividad (incluida la minería, o las pruebas de explosiones nucleares) solo afecta a la superficie del planeta. Sí es verdad que algunas actividades humanas pueden inducir terremotos, como son las explosiones atómicas o el hundimiento de minas subterráneas, o la acumulación de enormes masas de agua en grandes embalses, pero no suelen ser éstos los grandes terremotos que provocan decenas de miles de muertos al año.


Por otro lado, las catástrofes de origen externo como huracanes e inundaciones, que son a nivel mundial las que afectan a mayor número de personas al año, sí que han sufrido un aumento significativo en número e intensidad en los últimos 30 años. Estos fenómenos climáticos están sometidos a los cambios producidos en el clima. Sabemos que se está produciendo un calentamiento global, sobre el cual sí está probada nuestra influencia ya que vertemos anualmente miles de toneladas de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono, que están aumentando la temperatura media de la atmósfera y de los océanos. Esto se traduce en un incremento de la fuerza de las tormentas tropicales que originan los huracanes, tifones y ciclones, y en una alteración de la dinámica de borrascas y anticiclones en las latitudes medias, que dan lugar a grandes inundaciones y sequías, así como a importantes olas de frío o de calor.

Ante este tipo de desastres sí que somos culpables y merecemos el “castigo” que nos da el planeta al reaccionar.


¿Qué podemos hacer?


Algunas voces catastrofistas se elevan, incluso en documentales televisivos que cada vez son más sorprendentes pero menos científicos, amenazando con que la suerte está echada y sólo nos queda rezar, pues el fin está cerca. Sin embargo, cambios más drásticos han experimentado la Tierra, sobreviviendo a ellos, y la especie humana ha demostrado su gran capacidad de adaptación y supervivencia en las circunstancias más duras.

Tenemos que asumir el dolor que provocarán los desastres naturales magnificados por nuestros errores, pero todavía estamos a tiempo de corregirlos para permitir que la Tierra vuelva poco a poco a su equilibrio. Está en nuestras manos sustituir los combustibles fósiles por otras fuentes de energía limpias y cambiar nuestros hábitos para consumir menos energía, pero no va a ser tarea fácil.


Ahora bien, si no lo hacemos por nuestra voluntad y esfuerzo quizás nos veamos obligados a hacerlo forzados por el dolor en una situación de supervivencia extrema.


Ana Díaz Sierra

EL MITO DE LA CAVERNA


Se levanta cada mañana a las 7, se ducha, se prepara un desayuno y se dirige al trabajo. En el atasco de la hora punta piensa en las tareas que dejó sin terminar, en una posible regañina del jefe o en las últimas declaraciones del político de turno, y se enfada con el conductor de su derecha que se cambia de carril sin avisar y a punto de darle un golpe. Acaso en algún momento se pregunte: “¿estaré aún dormido, soñando que me dirijo al trabajo? ¿Es real todo esto que me rodea?”


Ella apenas tiene cuatro años y ya está aprendiendo a dibujar. Con su trazo inseguro acaba de dibujar una niña con carita sonriente y se la enseña a su madre, que elogia alegremente la obra de arte de su pequeña. Pero ella está pensativa: algo la preocupa, y pregunta: “Mamá, ¿somos nosotros los dibujitos de Dios?”


En los inicios del Tercer Milenio, la imagen que tenemos del mundo ya no nace de los mitos, ni de los púlpitos de las iglesias. Aunque estemos convencidos de que se basa en la objetividad científica, en realidad está construida por las informaciones que recibimos a través de los medios de comunicación de masas: periódicos, radio y por encima de todos la reina de cada casa: la televisión. Ella determina nuestros temas de conversación, nuestras preferencias políticas, nuestras opiniones sobre lo conveniente o inconveniente y sobre lo que tenemos que conseguir en la vida, dirigiendo nuestros impulsos y deseos hacia el consumo de infinidad de cosas innecesarias. “Dime qué tienes y te diré quién eres” es el lema que, consciente o inconscientemente determina nuestras ambiciones.


Nos creemos libres los habitantes de la parte del mundo donde se gobierna a través de la Democracia, porque podemos elegir a quienes nos gobiernan y, teóricamente disponemos de unos Derechos Humanos protegidos por las Leyes. Pero, ¿a quién podemos elegir sino a aquellos que se presentan asociados a un partido político o a otro? ¿Realmente sabemos, cuando votamos, lo que estamos haciendo, a quién estamos eligiendo, cuáles son sus motivaciones y sus proyectos? ¿Somos libres por el simple hecho de no estar encarcelados?


A menudo nos sentimos como títeres manejados por unos hilos cuyas manos somos incapaces de ver. ¿Quién controla nuestras vidas? ¿Quiénes determinan nuestro destino? ¿Cómo podemos llegar realmente a ser libres?


Hace 25 siglos, un griego que ha pasado a la historia con el nombre de Platón elaboró un mito para explicar mediante imágenes la problemática del conocimiento de la realidad y de la libertad. Hijo de la democracia ateniense y discípulo de Sócrates -obligado por sus demócratas conciudadanos a tomar la cicuta-, elaboró un sistema filosófico que ha influido en toda la historia de la Filosofía Occidental. Sus obras, escritas en forma de diálogos, han iluminado a los filósofos de todos los tiempos. Sólo su discípulo Aristóteles ha llegado a tener una influencia tan importante.


En su diálogo “La República”, Platón plantea el siguiente mito, llamado MITO DE LA CAVERNA:


Imaginaos que os encontráis en el interior de una caverna, encadenados de forma que estáis obligados a mirar hacia una pared. Habéis nacido en esa situación; no conocéis otra forma de estar en el mundo, así que vuestras cadenas os parecen algo tan natural como cualquier parte de vuestro cuerpo. No las percibís como cadenas, sino como una extensión no sólo natural sino también necesaria. Sobre la pared que estáis obligados a contemplar se proyectan una serie de sombras que, a falta de otra cosa, tomáis por la realidad, y el eco os lleva un sonido que, procedente de las sombras, os parece su sonido verdadero. Habéis nacido así, y estáis tan acostumbrados a las sombras y al eco que aprendéis a ponerles nombres y a considerarlos como parte inherente de vuestra existencia.


Como estáis encadenados, no podéis volveros para ver que detrás vuestra hay un muro, y que detrás de ese muro hay un fuego y unos personajes misteriosos e inquietantes, los “amos de la Caverna”, los cuales os mantienen encadenados y pasean los objetos entre el fuego y el muro para proyectar las sombras sobre la pared. Saben que esas sombras os dan una apariencia de realidad que os tranquiliza y os conforma, y que mientras estéis así convencidos no se os ocurrirá rebelaros y escapar de la Caverna.


Pero imaginad que entre vosotros un hombre pone en duda la realidad de las sombras, se pregunta por la necesidad de sus cadenas, se atreve a mirar a un sitio diferente del que todos miran. Imaginad que este hombre fuerza sus anquilosadas articulaciones para volverse y descubre el muro, por encima del cual pasan los objetos cuya sombra se proyecta en la pared. Probablemente no entienda nada de lo que está viendo, pero le convencerá de que existen otras muchas cosas distintas de lo que cree conocer. Estimulado por la curiosidad se esforzará en romper sus cadenas, y tendrá que aprender a moverse, a caminar, para dirigirse hacia el muro y asomarse.


Así se dará cuenta de que ha vivido encadenado toda su vida y querrá escapar para descubrir cuál es la realidad, puesto que lo que había tomado por tal son sólo ilusiones, imágenes, sombras de lo que los amos de la Caverna han querido mostrarle.


Su ascenso por el tortuoso camino hacia la salida de la Caverna será muy difícil, puesto que nunca ha hecho nada semejante. Nunca nadie le enseñó a mover su cuerpo para caminar por una pendiente estrecha, quebrada y resbaladiza. Pero aunque atrofiada, está en su cuerpo la facultad de andar, de escalar, de levantarse tras cada caída, y así, fortaleciéndose durante el ascenso, el hombre liberado llegará a la superficie y podrá salir de la cueva.


Pero, ¡un momento! ¡Sus ojos no han visto nunca la luz del Sol! ¡Si, impetuosamente, sale de la Caverna a plena luz del día sus ojos quedarán cegados y no podrá ver nada de lo que se encuentra afuera! Le dolerán los ojos, tendrá miedo y deseará volver de nuevo a la oscuridad.


Para conocer el exterior nuestro hombre debe ser paciente, y esperar en la tenue penumbra de la entrada a que se haga de noche. Entonces, a la luz de la Luna y de las estrellas, podrá percibir que el mundo es mucho más grande, y que en él existen muchas más cosas que no conoce. Poco a poco, con el paso de los días, sus ojos irán adaptándose a la luz solar que se cuela en la entrada de la cueva, permitiéndole por fin salir a contemplar el mundo iluminado por el Sol y descubrir los colores que bañan todas las cosas, y el brillo azul del cielo.


¡Qué felicidad indescriptible debe sentir este hombre, libre al fin, viviendo en el mundo real y maravilloso de la luz! Sin embargo, su felicidad se verá oscurecida por el recuerdo de sus compañeros, que continúan encadenados en el fondo de la Caverna, totalmente ignorantes de esta otra realidad tan bella y gratificante. Así pues, renunciando a su propia felicidad, el hombre libre se decidirá a volver a la caverna para liberaros.


Y vosotros, sujetos e incluso agarrados a vuestras cadenas, le veis llegar sin entender de dónde sale. Y decís: “¿De dónde viene este tipo tan raro, que no hace lo que hacemos todos, que ni siquiera lleva cadenas que le aseguren al suelo?”. Él intenta explicar su descubrimiento, pero vuestro lenguaje no tiene las palabras para describir lo que no sean sombras, y no entendéis nada de lo que os dice. Insiste en que sólo sois esclavos, que vuestras cadenas os limitan y que así no podéis conocer la realidad; pero, apegados a vuestras cadenas, tomáis sus palabras por las de un hombre loco, que no sabe lo que dice. Los ecos de las voces de los amos de la Caverna os inducirán a pensar incluso que es peligroso, pues pone en tela de juicio todas vuestras convicciones, haciendo tambalearse el orden que entre los presos se ha establecido con la fuerza del hábito y la costumbre. Y esas voces os estimularán a combatir al hombre libre, a echarlo, a apalearlo e incluso matarlo, con tal de que os deje tranquilos, viviendo la vida que habéis aprendido, en medio de la oscuridad y la ignorancia.



Éste es el mito milenario que Platón ideó para explicarnos en pocas imágenes muchas cosas.


La Caverna simboliza el mundo, la realidad material en la que se desarrollan nuestros cuerpos y todas las cosas sensibles. Las sombras que se proyectan en la pared de la caverna son las cosas sensibles, que podemos ver, tocar, saborear, oler y medir, pero que no son más que la sombra, el reflejo de otra realidad intangible pero inteligible, que Platón llamó Ideas y otros autores Arquetipos. Las cadenas que nos sujetan son el apego a las cosas sensibles, a las cosas de este mundo: el amor al dinero, los placeres, el poder, el prestigio... Esos son los eslabones de nuestras cadenas, que nos hacen mirar a las sombras de las cosas, a sus imágenes, convenciéndonos de que son la única realidad y que el éxito en la vida deviene de concentrarse exclusivamente en ellas. Estamos tan enfrascados en esta carrera que somos incapaces de descubrir que hay una realidad más allá de las sombras, más allá de las apariencias; una realidad más luminosa, más intangible, más permanente, pues resiste el paso de los siglos. Una realidad conformada por las Verdades, con mayúsculas, conformada por los Ideales del Bien, la Justicia y la Belleza. Esos Ideales, esas Verdades, son la auténtica realidad luminosa que existe fuera de la cueva. Pero para alcanzarla hemos de romper las cadenas: hemos de eliminar el apego a las ambiciones y deseos mundanos.


Pero, ¿y los amos de la caverna? ¿Quiénes son esos misteriosos y terribles señores? Difícil de responder es esta pregunta, y muy inquietantes las posibles respuestas. ¿Serán, acaso, fuerzas naturales que nos dirigen hacia la materia, al error, a la esclavitud de las pasiones? ¿O son hombres, también, que, conociendo cómo funcionan las cosas utilizan la situación en su propio provecho? Cabría entonces preguntarse: ¿quién se beneficia con nuestra ignorancia?, ¿quien nos mantiene encadenados y esclavizados, haciéndonos creer, sin embargo, que somos hombres libres? ¿Cuáles son los auténticos poderes que gobiernan el mundo?


Podríamos pensar que todo esto emana de las complejas relaciones que se establecen en un mundo superpoblado, donde la escasez de recursos y falta de espacio conducen a unas interdependecias limitantes que nos obligan a mirar a todos en una misma dirección para que no se rompa el frágil equilibrio en que nos movemos. Podríamos pensar que sólo unas pocas personas, ocultas, manejan los hilos de la economía y –sobre todo- de los medios de comunicación, induciéndonos a actuar precisamente como ellos quieren, incluyendo entre las marionetas a los mismos políticos. Podríamos pensar que todo esto es fruto de nuestra civilización antinatural y deshumanizada.... Podríamos pensar todo esto ... pero hace casi 2.500 años ya Platón describía a la perfección el problema de la manipulación de las masas. Platón no conoció las salas de cine, ni presenció las peleas familiares por el mando a distancia de la tele, ni las luchas a brazo partido para llegar el primero a las rebajas de unos grandes almacenes; el no fue espectador del “Gran Hermano”.... pero fue testigo de primera fila de cómo se condenaba a muerte a un hombre bueno por el simple hecho de decir la verdad en la ciudad más libre y democrática del mundo antiguo: Atenas.


Sócrates, “el tábano de Atenas”, el hombre bueno y humilde que había sido señalado en el Oráculo de Delfos como el más sabio de Atenas porque era consciente de su ignorancia, es el modelo del hombre que se libera de las cadenas para conocer la verdad y, apiadado de la ignorancia de sus compatriotas vuelve a la caverna para enseñarles a romper las suyas propias. Él es el ejemplo de cómo las masas, movidas por desconocidas manos y enfurecidas cuando se les propone cambiar sus hábitos y costumbres, son capaces de condenar a muerte a un sabio.


Ocurrió ayer, ocurre hoy, ocurrirá mañana. En tanto no seamos conscientes de las cadenas que nos ligan, en tanto no seamos conscientes de nuestra falta de libertad, no seremos más que títeres en manos de quienes no nos atrevemos ni a mirar.


Estamos todos en esta cueva, ¿no os habéis percatado? ¿No queréis aprender a distinguir vuestras cadenas de vosotros mismos? ¿Acaso preferís vivir en las tinieblas a ver la luz?

ANA DÍAZ SIERRA



jueves, 21 de julio de 2011

El miedo a la soledad


Jelena Sikirich

La vida es un hecho interesante, sorprendente y profundo, pero debido a muchas circunstancias, no siempre y no para todos esto se hace evidente. Vivir una vida activa, real y consciente resulta ser sumamente difícil, sobre todo ahora, en nuestra época tan compleja y contradictoria. Siempre se nos caen encima un montón de problemas y situaciones de estrés que tienen su repercusión en nuestro estado moral.

El miedo a la soledad

Nuestra vida pasa por una agitación constante y nosotros somos incapaces de romper ese círculo vicioso al que al parecer vamos acostumbrándonos con el tiempo.

Existen problemas relacionados con la lucha por la simple supervivencia física. Suelen ser complicados y dolorosos y para resolverlos se sacrifican la salud, los nervios y la estabilidad psíquica. A veces algunos se ven forzados a concluir un trato con su conciencia renunciando a sus principios. La lucha por el bienestar material ha llegado a ser para muchos el credo de toda su vida, el principio supremo de la existencia en nombre del cual todo está permitido. Esta lucha ha convertido a muchos hombres en fanáticos servidores del culto más popular en el mundo, aquel que desplazó de nuestra vida no sólo la noción de Dios sino también muchos valores espirituales y humanos: su majestad el Dinero. Su gobierno, al igual que el de cualquier tirano, al principio ofrece promesas tentadoras, pero luego trae consigo sólo decepciones, frustración y fracaso de las ilusiones. Tras la fachada de un paraíso idílico donde el hombre materialmente asegurado puede adquirir y hacer todo lo que quiera, se esconde una multitud de conflictos humanos no resueltos que quizá no afecten al cuerpo, pero sí al alma. Hay tantos problemas que no se resuelven con dinero y enfermedades cuya curación no se compra con millones... Cuanto más valor van adquiriendo los problemas materiales, convirtiéndose en una prioridad vital, tantos más problemas del alma van pasando al anonimato de la clandestinidad. Pero el hecho de que esos problemas no salten a la vista de todos no quiere decir que no los haya, que los hombres no sufran por ellos o que no se agraven día a día.

La soledad es uno de estos problemas palpitantes y delicados del alma humana que nos afectan a todos, independientemente de nuestra situación material, nivel intelectual o títulos adquiridos. No existe ni una sola persona que pueda presumir de no haber sentido nunca en su propia piel ese estado interno tan particular que puede ser a veces doloroso y a veces, por el contrario, muy profundo y especial.

¿Por qué y en qué situaciones el hombre puede sentirse solo? No es fácil responder a esta pregunta. En realidad el problema de la soledad recuerda en algo a un enorme iceberg. Existe una pequeña parte bien vista y perceptible para todos. Pero hay también otra parte, mucho más grande, sumergida en el agua, que queda fuera del alcance de la vista humana y de las leyes de la lógica habitual.

Soledad: la parte visible del iceberg
La soledad aparece cuando faltan contactos con el mundo circundante o con otras personas con las cuales se siente cierta afinidad, o cuando por alguna razón estos contactos resultan problemáticos.

El problema clave de la soledad siempre toca el delicado tema de las relaciones humanas. Al echar una ojeada en el alma de un solitario podríamos encontrar historias conmovedoras de relaciones que no tuvieron lugar, decepciones y miedo a ser herido en sus sentimientos y desilusionado en sus esperanzas.

Algunos se sienten solos por no tener en la vida a un compañero o compañera realmente querido con quien poder compartir las penas y alegrías. Otros quieren simplemente ser amados, ocupar un lugar principal en la vida de alguien. Y otros no son capaces de encontrar a alguien capaz de compartir sus pensamientos, sentimientos, sueños recónditos y aspiraciones. Este es un problema frecuente, y es propio de mucha gente que, teniendo un montón de conocidos, no pueden contar con un sólo amigo fiel. Otros se sienten solos por haber sido tantas veces abandonados y engañados que ya no creen a nadie ni nada, aún cuando la gente trate de acercárseles con intenciones plenamente sinceras.

El miedo a la soledad es natural y muy comprensible, pero a menudo se convierte en una fuente de decisiones erróneas, estados psicológicos verdaderamente tortuosos y desaciertos motivados por razones muy diversas y discutibles.

Si observamos cómo se manifiesta el miedo a la soledad constataremos que está siempre ligado a una necesidad básica del ser humano: sus relaciones con otras personas. Si tengo relaciones no me siento solo, y si no llego a tenerlas me siento frustrado. Si seguimos la lógica de esta idea, correcta en su base pero superficial en su esencia, y no tratamos de ir al fondo del problema -lo que sucede en la mayoría de los casos- resulta que nuestro bienestar y tranquilidad así como nuestra percepción de la felicidad, no dependen propiamente de nosotros mismos, sino de otras personas. Dependemos en mayor o menor grado de la reacción del otro, de su disposición hacia nosotros, de sus signos de atención, de su apoyo, comprensión y ayuda. La presencia de todo esto nos hace felices, nos ayuda a vivir y a sentirnos personas válidas y realizadas en la vida.

Por el contrario, cuando faltan las manifestaciones externas de este tipo, perdemos el equilibrio y la seguridad en nosotros mismos, caemos en depresión, nos sentimos débiles, heridos, incapacitados, y a veces nuestra propia vida parece perder todo su sentido. Como en este caso nuestra felicidad depende menos de nosotros mismos y mucho más de las circunstancias externas y de cómo nos van a tratar los otros, el miedo a la soledad adquiere una forma muy particular.

Obviamente todos esos motivos son verdaderamente conmovedores porque tocan algunos rincones íntimos, muy frágiles y a veces dolorosos del alma, y por ello merecen atención y respeto. Pero...

Los problemas en las relaciones son las consecuencias, pero no las causas de la soledad
Cada vez que tenemos miedo de perder lo que ya tenemos, al igual que un jugador, apostamos todas nuestras esperanzas en una sola "combinación de cartas" que creemos que está obligada a salir. De lo contrario se derrumba todo, dado que no tenemos otras alternativas.

Pero la vida no es un cine ni un melodrama. ¿Qué pasa si realmente alguna vez nos quedamos sin la persona querida, sin hijos, sin amigos, sin apoyo y sin comprensión? ¿Significaría esto que la vida para nosotros ha terminado?

Para responder a esta pregunta hay que ir más allá de lo superficial, concentrarse en la parte oculta del iceberg que de inmediato no se puede ver ni entender. Y entonces queda claro que el problema de la soledad no se puede identificar únicamente con el hecho de tener o no tener relaciones. Los problemas en las relaciones son la consecuencia, pero no la causa de la soledad.

Si queremos conocer el verdadero amor, la amistad y la felicidad tenemos que resolver problemas fundamentales relacionados con las necesidades de nuestra propia Alma. Y estas necesidades no están determinadas por la opinión de los demás, ni por su manera de tratarnos, sino que dependen exclusivamente de nosotros mismos, de nuestra capacidad de entender el sentido profundo de la vida y las Leyes de la Naturaleza, del Hombre y del Universo.

El Alma necesita no sólo relaciones verdaderas, sino todo lo que pueda darle oportunidad de despertar sus potenciales ocultos, sus grandes Sueños, su nobleza y su profunda Sabiduría.

¿Qué necesita el alma?
Necesita encontrar el sentido de la vida. Saber por quién y por qué vive y muere. Soñar profundamente, con toda su fuerza, y tener una Obra sagrada para encarnar sus Sueños. Un hombre sin sentido de la vida, sin grandes sueños, sin Obra sagrada, está realmente solo.

El Alma necesita algo que pueda unir la vida y la muerte, lo visible y lo invisible. Necesita el camino, saber de dónde viene y a dónde va. Necesita a alguien que la conduzca por el camino, que le sirva de ejemplo de nobleza y de todas las virtudes, alguien de plena confianza. Un hombre sin camino y sin maestros está realmente solo.

El Alma necesita armonía y belleza como fuentes de inspiración permanente. Necesita estar segura de que hay cosas y valores que no mueren. Necesita sentir lo eterno y lo inmortal. Necesita las referencias sagradas, las apoyaturas de lo divino. Un hombre sin lo sagrado, lo bello y lo eterno está realmente solo.

El Alma necesita intuir la presencia divina en todas las cosas, sentir la bendición y la protección de ese "Algo" enigmático, sublime y misterioso. Un hombre sin Dios está realmente solo.

El Alma necesita llegar a entender que no hay nada casual en el Universo y que nunca le sucede nada que no sea capaz de superar. Que todo lo auténtico en la vida está marcado por el Destino. Un hombre incapaz de entender el Destino y sus signos, de intuir la providencia y su propia predestinación está realmente solo.

El Alma necesita tal tipo de relaciones con otros hombres que sean algo más que un simple brote de emociones. Necesita "almas gemelas" que compartan su camino, sus sueños, y sus luchas. Un hombre sin almas cercanas, sin compañeros unidos por un mismo camino, está realmente solo.

El Alma también tiene miedo de la soledad, pero sus temores son de otro tipo. No la preocupan tanto las cosas que podría conseguir o perder. Sus preocupaciones son mucho más profundas. No la preocupan tanto los errores de otros como sus propios errores. Y su felicidad no depende de lo que pueda obtener de otros sino de su propia capacidad de amor, sacrificio y dación.

Parece paradójico, pero precisamente cuando un hombre ya no necesita nada para sí mismo, el Destino le hace encontrar en su camino a seres queridos, verdaderos compañeros de ruta que aspiran a estar a su lado atraídos por la fuerza de su alma. Para convivir verdaderamente con otra persona, es necesario primero dejar de depender de ella.

El amor y la amistad no se compran ni se venden
El verdadero Amor y la verdadera amistad no se exigen, no se planifican, no se piden, no se compran ni se venden. En realidad vienen por sí solos. Lejos de ser un simple enamoramiento o una adquisición más para nuestra colección de objetos de valor, despiertan y se reconocen como estados superiores del Alma. El verdadero amor baja del Cielo.

Igual que todos los grandes sueños, el amor no llega a ser realidad de golpe, sino que es el resultado de largas luchas, pruebas, sufrimientos, intentos repetidos de superación de los impulsos egoístas y posesivos. Sólo lo puede encontrar aquel que no deja de soñar con ello como un principio superior de la vida y como una necesidad vital del alma. Entonces se siente como una bendición del Destino.

Cualquier intento de invocar el verdadero amor artificialmente, imponerlo, exigirlo, planificar los acontecimientos, poseerlo, acaban con un fracaso tarde o temprano. Esa rara ave de felicidad, tan fina y frágil, presiente la amenaza y evitando hacerse cautiva de cualquier tipo de intenciones egoístas, escapa de la jaula dorada especialmente preparada por nosotros, tal vez para no volver nunca más.

El verdadero Amor es propio de los hombres y mujeres fieles que prefieren permanecer en soledad que traicionar sus nobles sueños y sus elevados criterios. Es para aquellos que no se venden. No entran en relaciones simplemente para propiciar el bienestar material y por el simple placer sexual. No se unen con cualquiera sólo por no perder la oportunidad de formar una familia o para no quedarse solos hasta el fin de su vida. No se conforman con compañías de juerga, totalmente ajenas a los ideales de amistad y nobleza humana. En todos estos casos el hombre se asemeja a un actor o director de cine de talento que se ha estancado haciendo publicidad de productos al no haber podido esperar a que llegase su momento. El dinero cobrado, por mucho que sea, no es nada más que una compensación mínima y por cierto nada consoladora por haber arruinado su talento.

Los intentos de valorar las relaciones desde el punto de vista del análisis minucioso y detallado de lo que nos separa son un pasatiempo vano, una pérdida de nervios y energías. Si pretendemos mejorar o salvaguardar nuestras relaciones, tenemos que proponer una pregunta fundamental: "¿Qué es lo que nos une?" Nuestras relaciones con otras personas van a durar tanto tiempo cuanto dure lo que nos une. Si lo que nos mantiene unidos es una casa, un chalet, el dinero, el atractivo exterior, la libido sexual o cualquier otra cosa "a corto plazo", es seguro que los primeros problemas que surjan en esta esfera van a constituir una amenaza a nuestras relaciones. Los vínculos que unen a los hombres que ya no tienen nada en común recuerdan a algunos pueblos situados dentro de las vías turísticas, donde tras las fachadas bien pintadas la vida aparenta ser normal, pero en realidad detrás puede haber un montón de problemas acumulados.

Lo que une de verdad a las personas son las dificultades, los momentos de crisis superados juntos. Es necesario aprender a dar el primer paso, sin perder nuestra individualidad ni el sentido de la propia dignidad. Para establecer y mantener las relaciones en pareja se necesitan los esfuerzos de ambos, y cualquier paso que emprendamos debe provocar una resonancia en la otra persona, seguida de su reacción y sus pasos de respuesta a nuestro encuentro. Si esto no sucede, por muchos esfuerzos reiterados que apliquemos, la conclusión debe ser: o los pasos que emprendemos no son los apropiados, o nuestras relaciones yacen sobre un terreno muy inestable, pues las mantiene tan sólo uno de los dos, que intenta salvaguardarlas asumiéndolo todo, cosa que, por cierto, es absurda y artificial. Para que cualquier relación tenga éxito es indispensable que ambas partes intenten superar el sentido del egoísmo y la posesividad. A menudo no nos damos cuenta del hecho de que nuestros seres queridos representan una individualidad diferente e independiente de nosotros mismos. En consecuencia seguimos percibiéndoles como un reflejo de nuestras propias visiones, requerimientos y fantasías según nuestra opinión y nuestros deseos. Es muy peligroso tratar de educar y construir a otras personas de acuerdo con nuestro modo de ser. El amor requiere de aire fresco y de libertad del alma. Los que lo sienten y comparten no se disuelven uno en otro ni pierden su individualidad, más bien se asemejan a dos firmes pilares sosteniendo el techo de un mismo templo.

El amor requiere una entrega total y una falta de interés egoísta. En el amor verdadero no nos hace falta nada. Teniendo la posibilidad de amar, lo tenemos todo. Cuando alguien tiende a imponerse demostrando su egocentrismo, haciendo a todo el mundo dar vueltas en torno a sus problemas e intereses y exigiendo constantemente pruebas de amor y algún "premio" a cambio de sus sentimientos, no se trata simplemente de que todo esto pueda matar al amor, sino de que no es amor y nunca lo fue.

En este contexto la pregunta clave no debe ser "¿qué será mejor para mí?", sino "¿qué será mejor para el otro?" Un amor o una amistad íntima es como un espejo: lo ve y lo refleja todo. Debemos ir descubriendo en el ser querido cada vez algo nuevo, una pequeña perla del precioso tesoro escondido en su alma, de lo que él o ella tal vez ni se haya dado cuenta. Es inútil convencer tan sólo con palabras. Se consigue convencer e inspirar mejor con la fuerza del ejemplo propio. Un hombre capaz de vivir inspirado por un gran amor tiene una poderosa fuerza. Se parece a un rayo de luz entre las tinieblas: basta con saber que existe, que podamos guardar su imagen en el corazón, pase lo que pase.

En realidad hay que poner en marcha muchas fantasías negativas y muchas ideas circulares para llegar a sentirnos verdaderamente solos. Incluso si no logramos encontrar a un ser querido digno de guardar para siempre su imagen en el cofre de oro de nuestro corazón, todavía nos quedan el cielo, las estrellas, los grandes sueños inmortales que abrigan a todos los lobos solitarios capaces de soñarlos, amarlos y vivir por ellos con toda su alma.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Sentido del mito en Platón


Francisco Duque Videla

La mayor parte de los pensadores modernos que recogen y analizan el quehacer mítico de la epopeya griega, digamos, «primitiva», consideran que constituye una fórmula prelógica de concepción de los fenómenos cósmicos y naturales que conmovieron a los griegos. Este rasgo positivista no abandona a la mayoría de los historiadores de la Filosofía. Así, la interpretación de Tales o Empédocles se considera un tránsito desde el mundo mítico al racional.

Por ello resulta asombroso en estos pensadores que Platón y aun Aristóteles vuelvan al mito como recurso expresivo, e intentan interpretar este hecho como un tránsito paulatino desde una «Filosofía Mítica» hacia una «Filosofía Científica».

Entre los platonistas encontramos la opinión de que Platón, mediante su sentido poético, interpreta los mitos como medio de romper el rigor racional. Se atribuye su utilización a las ideas religiosas órficas, movimiento espiritualista que ejerció gran influencia en algunos de los presocráticos, especialmente en Pitágoras.

Se suele presentar en oposición al Mythos con el Logos, entendiendo el primero como el concepto prelógico antecedente de la concepción racional. Sin embargo, Platón afirma que el conocimiento lógico tiende a desaparecer en el recuerdo del hombre después de algún tiempo más o menos extenso, y entonces continúa fresca la imagen del Mito como símbolo del contenido filosófico.

Vemos que el sentido platónico del Mito se aproxima mucho a un carácter paradigmático, es decir, como modelo arquetípico de una realidad que sólo es Mímesis, imitación de otra original, eterna e inmutable.

El Mito es una puerta que separa o enlaza el Mundo Sensible del Mundo de las Ideas, es una forma de comunicación con ese Mundo inaccesible aun para el hombre en toda su magnificente grandeza.

La Idea pura es trascendente a las cosas e inmanente al Alma y su lenguaje es el Mito. «El hombre es superior a las cosas sobre las que piensa e inferior a aquello por lo cual piensa». El Mito abre un camino en dirección a lo inaccesible.

Jean Brun afirma en su libro Platón y la Academia: «El Mito es el medio por el cual lo intemporal se torna narración en la boca de los hombres y lo Uno viene a ubicarse en los límites del discurso. Por este recurso lo invisible deviene inteligible para el hombre y, si no perfectamente visible, por lo menos perceptible. Gracias al Mito, lo inefable puede relatarse y lo incomunicable se comunica. El Mito es una vía analógica que trata de suscitar en nosotros la anamnesis capaz de conducirnos nuevamente al lugar donde se encuentra un origen que hemos olvidado. El Mito es una ascensión por medio del Logos».

Finalmente, diremos en este punto, con Jorge Ángel Livraga, que «el Mito tiene varias propiedades. Se trata de uno de los exitosos sistemas utilizados en las Escuelas Iniciáticas, por cuanto sin dejar de ser racional, posee algunos elementos para-racionales con la propiedad de despertar en el hombre ciertos aspectos que están más allá de su estricta capacidad de razonar. Donde la razón no llega, el Mito sí; está más cerca de la intuición que de la razón. El Mito nos habla de una verdad en lenguaje simbólico, y ese lenguaje presenta notables ventajas; es suficientemente rico, amplio y plástico como para que dentro de ese simbolismo cada cual capte lo que pueda asimilar. Ante el Mito nadie se queda 'en blanco', mientras que ante una explicación racional sí. Por eso Platón acude al Mito cuando tiene que explicar elementos tan sutiles como para que no encajen dentro de la estricta capacidad humana». Relación de los principales Mitos Platónicos

Permanentemente hacemos uso de los mitos platónicos y la tarea de leer y analizar todos ellos resulta maratónica, por lo que este breviario puede servir de alguna utilidad. De ninguna manera daremos por agotado el tema y más bien este trabajo intenta incentivar la lectura del original y beber en las mismas fuentes platónicas este genial enfoque de la Vía hacia lo Invisible.

Podemos establecer un orden en la exposición de los mitos según la temática que se plantea en ellos, aun cuando esta elección resulte compleja porque en varios se advierte más de un sentido y pueden ser a la vez, por ejemplo, cósmicos y escatológicos.

De tal modo, la estratificación será, de alguna manera, arbitraria, pero servirá para tener una relación relativamente ordenada de los mismos. Así, reconoceremos los siguientes grupos:

a) Mitos Teogónicos y Cosmogónicos. b) Mitos Antropológicos. c) Mitos Ontológicos y Psicológicos. d) Mitos Sociopolíticos. a) Mitos teogónicos y cosmogónicos

1. El Nacimiento de Eros. (El Simposio o Banquete). En este Diálogo se proponen una serie de «encomios» o piezas retóricas de carácter elogioso, sobre el tema del Amor, que se ordenan sucesivamente como una transfiguración entre lo dionisíaco y lo apolíneo, coronados por el discurso de Sócrates. Aquí se exponen algunas interesantes concepciones míticas a cargo de los participantes al banquete dignas de ser mencionadas.

La exposición de Pausanias asocia a Eros con el servicio que le presta a la Diosa Afrodita y distingue, por lo tanto, un Eros Pandemos y un Eros Uranios; un amor apasionado, irreflexivo y vulgar, y otro de origen divino que motiva el perfeccionamiento del ser amado inegoístamente. Uno está inspirado por la Musa Polimnia y el otro por Urania.

Tras la exposición de Aristófanes, orientada hacia lo antropológico, y de Agatón, en cuya casa se efectúa el simposio, que lo hace un Dios bello y perfecto, expone Sócrates, para cerrar, una conversación que habría sostenido con Diótima de Mantinea, profetisa e Iniciada, en donde se concluye que Eros es gestado cuando la Pobreza (Penia) llega a mendigar a la puerta de la mansión de los Dioses, del que ha salido Poros (Riqueza, Recurso) embriagado, para descansar en el jardín. Entonces Penia decide tener un hijo de Poros y se acuesta a su lado. De tal modo es engendrado Eros, que es un Genio y no un Dios, que vive miserable pero ama la abundancia, que no es bello ni tampoco definitivamente feo, y que Platón relaciona con el filósofo que ama la Sabiduría porque no la posee.

2. La Construcción del Universo. (El Timeo). El Demiurgo ha construido el Universo siguiendo un modelo idéntico, uniforme y eterno. Ese Mundo eterno es un Ser vivo y posee un Alma. El Ánima Mundi es el resultado de la mezcla de la sustancia indivisible e invariable y la sustancia divisible, de la que se obtuvo un tercer compuesto, procediendo a mezclar nuevamente estos tres. El Mundo, siguiendo el modelo original, ha sido un reflejo lo más bello y perfecto posible. El Alma, de naturaleza esférica, está colocada en el centro de todo, y se extiende traspasando las diversas parte y aun más allá.

El Demiurgo crea las cuatro clases de seres vivos. Primero la de los seres celestes o Dioses en base al elemento Fuego, con forma redondeada y cuya imagen perfecta se asemeja a los modelos de Dioses de Homero y Hesíodo. Luego vienen los géneros de seres que pueblan el Aire, el Agua, y finalmente los que caminan por la Tierra, entre ellos el hombre.

Platón sitúa entre el Modelo y su Imitación un tercer Elemento que él llama el «Receptáculo» o la «Nodriza» y que los comentaristas traducen por el Espacio. Se trata de Aquello ilimitado que permite distinguir una cosa de la otra, contenerlas a todas y finalmente fundirlas en una sola.

El Tiempo es una imagen móvil de la Eternidad, no es una realidad que se baste a sí misma. Los accidentes del devenir son variedades del Tiempo y no afectan a la Eternidad. El Tiempo imita a la Eternidad y gira en círculo de acuerdo con el Número, según Platón.

Este mito es uno de los más oscuros y aún mantiene perplejos a los filósofos. Casi todos se han dedicado a su estudio con resultados más o menos infructuosos. Plutarco, Cicerón, Giordano Bruno o Blavatsky, entre otros, le dedican varias páginas, siendo esta última la que aporta más elementos de comparación y estudio en su Isis sin Velo y en su Doctrina Secreta, lo que daría para más de un artículo.

3. Constitución de la tierra. (El Fedón). Inserto en un mito relativo al destino de las almas, se contienen referencias acerca de la estructura de la Tierra. Platón dice que la Tierra que habitamos está compuesta de tres Tierras concéntricas. Una está por encima de la nuestra y otra por debajo. No vemos la superior, explica Platón, como no vería el cielo un observador situado en el fondo del mar que tomara por cielo las aguas del océano, pero esta esfera sutil tiene el aspecto de un globo de doce porciones de colores en que se mueven los astros, y es el éter. Quienes habitan esa esfera no padecen dolores ni enfermedades y tienen comunicación directa con los Dioses. La inferior es el abismo a donde van las cosas invisibles, la morada del Hades, donde van las almas impuras para expiar sus errores, como las Antípodas o Talas en oposición a los Lokas de la tradición inda.

Platón otorga destinos «geográficos» a los difuntos, enviando a los filósofos, los más justos entre los hombres, junto a los Dioses en una vida incorpórea. Los que han sido a veces justos y a veces injustos irán hacia el Aqueronte y el lago Aquerusia, y tras recibir las compensaciones acordes a sus acciones, buenas o malas, serán destinados otra vez al ciclo de las generaciones. Aquellos que cometieron injusticias movidos por la cólera irán al Piriflegetón, el río de las llamas ardientes, y al Cocito, purgando el daño causado a sus víctimas, situadas en el lago Aquerusia. Si son perdonados, sus penas terminarán; de lo contrario serán arrojados al Tártaro, donde habitan aquellos que han cometido crímenes imperdonables. Podemos ver aquí una clara alusión a los «planos» de experiencia post-mortem.

4. Movimientos del cosmos. (El Político). Platón establece una relación entre los movimientos del Cosmos y la Evolución humana. En principio, Dios le da al Mundo un sentido giratorio, para luego dejarlo seguir de modo tal que llegado a un punto, el mundo vuelve a retornar en el sentido contrario. Como la evolución de las sombras geométricas de los números, ésta también se manifiesta en dos sentidos, a la manera del rotar de las aspas de la cruz de Vishnu-Shiva, primero como las manecillas de un reloj, de lo Uno a lo Múltiple, y luego a la inversa, de lo Múltiple a lo Uno. La multiplicación es guiada por el Odio y la reunificación por la Amistad. En la época regresiva hacia lo Uno, se habla del rejuvenecimiento, del retorno, es la era de Cronos, en que los Dioses conviven con los hombres como los pastores con las ovejas. La otra, en que la vida marcha hacia la muerte, es la era de Zeus, en que los hombres deben valerse por sí mismos. Sin embargo, los Dioses, apiadados del sufrimiento humano en esta última época, les concedieron a los hombres la industria y el fuego. Esta es una clara alusión al Mito de Prometeo y el descenso hasta la materia, apenas iluminada por el fuego de la conciencia otorgada por Prometeo. b) Mitos antropológicos

1. El mito de los metales. (La República). En esta breve alusión, para explicar el origen de las diferencias existentes en la naturaleza humana, Platón nos cuenta que en el principio los Dioses introdujeron en el Alma humana cuatro «metales» en proporciones que reflejan la construcción del Universo por el Demiurgo. Así, todos los hombres poseen una proporción de oro, otra de plata, otra de cobre y otra de hierro. Uno de estos metales prevalece sobre los otros, distinguiéndose así hombres de Oro, los Filósofos; hombres de Plata, los Guardianes; hombres de Cobre y Hierro, artesanos y aquellos llamados a las labores agrícolas y pastoriles. Esto origina a la vez la necesaria estratificación del Estado propuesta por Platón.

2. El andrógino primitivo. (El Simposio o Banquete). Corresponde a la exposición o encomio de Eros que hace Aristófanes en el banquete en casa de Agatón, y donde refiere que antiguamente la Humanidad se componía de seres andróginos, masculinos y femeninos a la vez, provistos de 2 cabezas, 4 brazos y 4 piernas, una fuerza descomunal y un orgullo desafiante hacia los mismos Dioses. Como resultado de esto, los Dioses, con la ayuda específica de Apolo, separan a los andróginos, quedando el ombligo como evidencia de esta operación. Entonces la vida se hace imposible para cada parte, pues no puede vivir sin la otra, de modo que Zeus, apiadado, los dota a cada uno de un órgano sexual en la parte delantera, permitiendo el apareamiento y la satisfacción del deseo. Como consecuencia de ello y de la relación de las partes, va surgiendo y perfeccionándose el Amor entre ambos, que no es sino la búsqueda de la unidad perdida. Parte de esta exposición es considerada con seriedad por Platón, debido a su innegable origen mítico, esotérico, y sólo va a discutir las conclusiones aportadas por Aristófanes, que evidentemente se desvían hacia una connotación social.

3. La Atlántida. (El Critias y El Timeo). Este Mito, de evidente contenido histórico, muestra la fundación de Grecia por los Dioses, según es referida a Solón por los sacerdotes de Sais, Egipto. Le refieren que en la Antigüedad los griegos eran superiores a cualquier pueblo, guiados por los Dioses, pero diversos cataclismos sacudieron la Tierra, hundiendo la otrora gloriosa gran Isla que habitaban, de la cual sólo asoman unos promontorios hoy. De este modo los atenienses perdieron el recuerdo de su pasado y se conducen como niños inconscientes de su primitiva gloria. Platón recalca el trasfondo histórico que encierra el Mito, lo que en parte se ha obviado debido a los prejuicios positivistas de quienes se han detenido a analizarlo, particularmente en la época moderna. c) Mitos ontológicos y psicológicos

1. El mito de Glauco. (La República). Refiere Platón la caída de Glauco o Glaucón en las aguas después de haber quedado prendado de su reflejo, y cómo arrastrado hacia las profundidades marinas, fue perdiendo el recuerdo de su divino origen. Recubierto por algas, conchas y arenas, el dios ha olvidado quién es y ahora se desplaza por el fondo del océano como un monstruo abominable y deforme.

Encontramos en este mito una clara alusión a la encarnación o caída del hombre en la materia, con mayor razón si relacionamos esta caída con la división tripartita del mundo que hace Platón en El Fedón, donde se refiere a la constitución de los planos de manifestación donde las aguas son el símbolo del mundo astral.

2. La construcción del alma.(El Timeo). Ya se mencionó cómo el Demiurgo hizo el Alma del Mundo, a partir de lo Mismo y de lo Otro, creando una tercera sustancia que mezclada con las otras dos, dividida y unificada matemáticamente, se mueve por sí misma en forma circular, girando sobre su propio eje.

Más tarde el Demiurgo vuelve a hacer otra mezcla y la divide en un número igual de almas que los astros, y les enseña la naturaleza del Todo. Luego estas almas son arrojadas en los instrumentos del tiempo y unidas a un cuerpo. Este cuerpo se ve conmovido por la violencia de sus elementos de origen, es decir, la naturaleza del fuego, el agua, el aire o la tierra, turbando el alma, que en lugar de conocimientos, sólo obtiene sensaciones. Cuando la turbación hace perder a las almas el ritmo de su movimiento circular original, entonces éstas caen en la confusión, desconociendo los nombres de las cosas y oponiendo definiciones contrarias a la verdadera naturaleza de lo Mismo y de lo Otro. Sólo cuando estas almas han vencido con su ritmo original las tendencias de sus cuerpos, retornan al Conocimiento verdadero.

3. La caída del Alma. (Fedro). Platón refiere en este Diálogo la dificultad para saber con precisión qué es el Alma. Pero afirma que nos podemos aproximar a ella a través de una imagen. En este mito describe el Alma como un carro alado donde un auriga conduce los caballos. Las almas de los Dioses poseen caballos robustos y dóciles; en cambio, las almas humanas poseen dos caballos, uno bueno y obediente y el otro díscolo. Los Inmortales siguen el cortejo de Zeus y contemplan «las realidades que están fuera del cielo». En su circunvalación no se desvían de su círculo original (ver Timeo) y pueden ver las Ideas en sí mismas.

Las humanas se esfuerzan por seguir a las almas de los Dioses, pero deben luchar constantemente en el forcejeo con los caballos, y éstos se topan entre sí, hasta que, prisioneras en un inmenso remolino, ya sin luchar, se dejan arrastrar perdiendo la posibilidad de la contemplación de lo divino. Entonces pierden las alas y caen a tierra para alojarse en el cuerpo de un hombre.

En el mismo Fedro se detiene Platón en la descripción de estos dos caballos. Blanco y de ojos negros el dócil, inclinado a la prudencia y la belleza, no requiere del látigo. El otro es negro y de ojos grises, amigo de la discordia y los excesos. El alma del hombre se debate entonces entre su naturaleza divina y su naturaleza mortal y apasionada.

Tres son las partes que constituyen el alma humana, como tres son las sustancias de la mezcla original. En La República ya refiere Platón que dos de estas partes son mortales (lo concupiscible y lo irascible) y sólo una inmortal (la razón). Incluso la localización anatómica que Platón otorga a estas partes es altamente significativa, ya que relaciona la concupiscencia con el bajo vientre -mundo animal-, a la que se modera mediante la templanza; la ira con el corazón, mundo humano, cuya virtud es el valor o coraje; y la razón con la cabeza, cuya virtud es la prudencia.

Es la reminiscencia la que hace recordar a las almas el mundo original olvidado y otorga movimientos a sus muñones implumes, frente a los objetos que motivan la sensación pero que traen a la vez el recuerdo de su verdadera imagen. En el Menón se hace referencia a la misma tradición mítica, afirmando que el Alma es inmortal y sin cesar renace en vidas diferentes. Después de haber contemplado todas las cosas, tanto en la Tierra como en el Hades, el Alma conserva los recuerdos vivos debido a su naturaleza homogénea, de modo que a la vista de uno puede recuperar los restantes. Esto lo demuestra después en el mismo Diálogo, haciendo venir Sócrates a un esclavo, por lo tanto sin estudios, de uno de sus interlocutores, al que somete a un problema geométrico que es resuelto por éste en virtud de su solo recuerdo, motivado por Sócrates mediante la Mayéutica.

4. La Inmortalidad del alma y la metempsicosis. (El Fedón). En este punto es donde invariablemente se asocia a Platón con los pitagóricos y la Religión Órfica. Ya mencionamos el destino de las almas después de la muerte, asociado a las características de la Tierra y las tres esferas.

Tras el recorrido de las almas por las tres «tierras», marchan las puras, como ya dijimos, en compañía de los Dioses. Las impuras, entorpecidas por su contacto con el cuerpo, vagan hasta que se encarnan según sus deseos. Es bastante oscura la relación con formas animales que establece Platón en este Mito, otorgando a los glotones y bebedores encarnar en asnos, y a los ladrones y tiranos en cuerpos de lobos y milanos; en cambio, los que se condujeron con rectitud social, irán hacia formas animales del tipo de las abejas o las hormigas. Evidentemente no debemos tomarlo al pie de la letra. Podemos ver en esto claves de carácter psicológico, así como astrológicas, para relacionar las formas animales con planos de conciencia y momentos de la encarnación. También existen relaciones con el reino elemental hacia el que caen los «cascarones astrales», o almas «pasionales», una vez que los principios constituyentes se disuelven y separan.

La Filosofía, como método de Educación, desliga al alma del cuerpo que la ata de un modo natural, al provocarle un desapego de los sentidos, y por lo tanto de su insistente llamada. El alma así entrenada se confía a sí misma y abandona paulatinamente el contacto con lo corporal.

5. El mito de los Infiernos. (Gorgias). Otra referencia sobre el juicio de las almas aparece en el mito contenido en este Diálogo, que menciona la época de Cronos y el comienzo de la de Zeus, donde eran los seres vivos los que juzgaban a sus semejantes antes de morir. La sentencia era pronunciada el mismo día en que acaecía la muerte. Sin embargo, los juicios llegaron a ser incorrectos en los últimos tiempos y las Islas Afortunadas se hallaban pobladas de habitantes inmerecidos. Entonces intervino Zeus, determinando que los hombres ya no conocerían la hora de su muerte, y lo harían desnudos para no deslumbrar a los jueces con su apariencia. Finalmente, asignó a jueces también desnudos y muertos: Minos, Eaco y Radamanto. Las almas juzgadas de este modo son castigadas para que mejoren, o como ejemplo que no debe seguirse si son incorregibles. Quizás encontremos aquí la misma relación que establecen los egipcios entre la desnudez y la inocencia y pureza necesarias para asistir al Juicio ante los Dioses, ya que es la psiquis y sus adornos la que «viste» al alma dándole apariencia engañosa.

6. El Mito de Er el Panfilio. (La República). En el libro X de este Diálogo, Platón se explaya sobre la elección de los géneros de vida al retornar otra vez a la Tierra, utilizando una vez más el Mito. Ahora el personaje escogido es un soldado, Er, al que los Dioses han permitido permanecer consciente después de morir en batalla, y volver para referir lo visto.

Tras la muerte, las almas toman dos caminos, según sea la naturaleza de sus actos. Los justos van hacia una abertura que se dirige al cielo y los criminales descienden por otra hacia el fondo de la tierra. Tras peregrinar fatigosamente en el abismo «expiando diez veces cada crimen durante cien años por cada expiación», o descansar plácidamente en el cielo, las almas regresan por las aberturas para ser juzgadas y elegir su próxima vida. Un hierofante sortea a las almas la oportunidad de la elección, arrojando formas de vida de las más diversas variedades, de animales, de tiranos, de justos, de hombres ricos o pobres, etc. Les advierte que la decisión depende de ellas mismas y que aun una mala vida puede ser revertida por la virtud. A pesar de estas advertencias la mayor parte de las almas se inclina por géneros de vida similares a su anterior existencia. Tras ello, la virgen Láquesis, hija de la Necesidad, las conduce hasta las Parcas; el genio escogido y que les servirá de guía pone en las manos de las almas el huso de Cloto; luego las conduce hacia la trama de Atropos, para que confirmen la decisión, y finalmente son llevadas a la llanura del Leteo, donde la mayoría se arrojan a las aguas del río movidas por la intensa sed producto de sus esfuerzos, aguas que provocan el olvido, salvo en aquellas que prudentemente no bebieron.

7. El Mito del anillo de Giges. (La República). En este Diálogo también se menciona el Mito del Anillo de Giges, que le otorgaba a su portador la capacidad de tornarse invisible con sólo girar su piedra hacia adentro. Su dueño, motivado por la codicia, desvirtuó su poder original. Una vez más insiste Platón en las potencias propias del hombre que, enlodadas por los vicios, se vuelven en su propia contra gratificando las apetencias insaciables de la psiquis, que transforman el poder en un arma de doble filo. Este mito está asociado también a las características políticas y el uso de la justicia en manos de los que detentan el poder, por lo que podemos situarlo en la frontera con el tema siguiente de los mitos sociopolíticos. d) Mitos sociopolíticos

1. El origen de la cultura. (Protágoras). Se refiere este mito a la creación de los seres mortales por parte de los Dioses, quienes encargaron a Prometeo y Epimeteo dotarles de diversas cualidades. Epimeteo repartió el don de la fuerza a unos, a otros la agilidad, la resistencia al frío; y a otros alas, pezuñas, etc. Cuando llegó el turno al hombre ya no quedaban dones que otorgar. Prometeo roba el fuego a Hefaistos y a Atenea el conocimiento de las Artes, pero a pesar de ello los hombres no pudieron vivir en ciudades por carecer de ciencias políticas. Entonces Zeus envió a Hermes para dotarles de la veneración y la Justicia.

Quizá cabría mencionar como referencia mítica dentro de este punto el origen de las constituciones, referido en Las Leyes, donde Platón muestra el estado original de los pueblos tras un cataclismo, avecindados en las montañas, y su posterior descenso a los valles, del mismo modo en que la virtud, propia de las alturas, se transforma en vicio en la medida en que la vida otorga facilidades y el hombre pierde el punto de vista original, con una clara alusión a las cuatro eras presentes en las tradiciones indas.

2. El Mito de la Caverna. (La República) Es sin duda el más conocido y comentado de los mitos platónicos por su alcance psicológico, político y por formar parte de su extensa exposición sobre la Teoría del Conocimiento, vía que conduce a los filósofos a traspasar los límites del mundo sensible, rompiendo las cadenas de la ilusión, y que los enfrenta directamente con el origen de la luz, las Ideas puras, mediante cuya contemplación el hombre se emparenta definitivamente con los Dioses. Este mito constituye un eje central al que arriban los demás como fragmentos de un puzzle, y sus detalles y matices son tan ricos que se van descubriendo en la medida en que se comprende su accesis hacia la Realidad. No es casual ninguna de las referencias que hace Platón, ni sobra detalle alguno en donde se detenga, ya sea para describir las sombras, las cadenas o los objetos que son portados sobre el muro y que se proyectan en el fondo.

En alguna medida los demás mitos están contenidos en éste, y sus significados son extensos y magistrales. La caverna ha servido a Platón para anticiparse en dos milenios y medio a una realidad que hoy tiene absoluta vigencia y que vuelve a encontrar al hombre ante el enigma, agotada la razón, extraviada la vía de la verdad, cercenada desde su mismo origen toda intuición por el racionalismo positivista.

Quizás necesitemos que otra vez el Mythos venga en nuestro auxilio y nos tienda un puente inalterado entre la realidad cambiante, pletórica de sombras, y el sueño aún ignoto de las Ideas, surgiendo luminosas en el horizonte del futuro.

BIBLIOGRAFÍA Paideia, Werner Jaeger. Historia de la Filosofía, Julián Marías. Platón y la Academia, Jean Brun. Obra Completa, Platón. Isis Sin Velo, H.P. Blavatsky.