Nuestra percepción de la temperatura cambia según el estado de ánimo
Expresiones como “calor humano”, “frialdad” o “quedarse helado” son más que simples metáforas o modos de hablar.
Científicos canadienses han demostrado que tienen base real. Según explica la Association for Psychological Science en un comunicado, el estudio realizado por la Universidad de Toronto relacionaría el frío con los sentimientos de aislamiento social.
Los psicólogos Chen-Bo Zhong, y Geoffrey Leonardelli, de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, en Canadá, han demostrado la existencia de una correspondencia real entre el aislamiento social y el sentimiento de soledad, y por otro lado, la percepción de una bajada de temperatura del ambiente que nos rodea. También han demostrado que, ante la soledad tendemos a preferir algo caliente. Además este estudio puede ayudar a explicar el llamado “desorden afectivo estacional” que produce depresión y desgana a la entrada del otoño.
Para probar esta relación, los dos psicólogos dividieron a un grupo de voluntarios en dos subgrupos. A los componentes de uno de éstos se les pidió que recordaran una experiencia personal en la que se hubiesen sentido socialmente excluidos como, por ejemplo, la expulsión de un lugar público. De esta forma intentaron producir en ellos sentimientos de aislamiento y soledad. A los participantes del segundo grupo se les pidió que recordaran experiencias en las que se hubieran sentido aceptados.
Posteriormente pidieron a los dos grupos que hicieran una estimación de la temperatura que, según ellos hacía en la sala en que se encontraban. Aquellas personas que estuvieron pensando en experiencias de aislamiento social fueron las mismas que señalaron sentir más frío en la sala, llegando a haber una variación en las valoraciones entre los 12 y los 40ºC. Es decir, que el simple recuerdo de una experiencia de exclusión social realmente les provocó la sensación de que la temperatura ambiente era más fría frente al resto de los participantes que se habían sentido integrados.
En un segundo experimento, provocaron estos sentimientos de exclusión a través de un juego de ordenador, diseñado para que a algunos de los jugadores se les tirase muchas veces una pelota en pantalla, mientras que a los otros no se les tiraba la pelota y quedaban fuera del juego.
Después, se les pidió a los participantes que expresaran lo que en aquellos momentos les apetecería beber o comer; de nuevo los resultados sorprendieron a los investigadores, pues los jugadores “marginados” tendieron mucho más a preferir una sopa o un café calientes que el resto de los jugadores, lo podría deberse al sentimiento psicológico de frío provocado por el haber sido aislados en el juego.
Los científicos señalan que con estos experimentos se abre una nueva vía de exploración acerca de la relación entre nuestra psique y nuestra percepción del ambiente, y que se podría vincular a ciertos desórdenes mentales asociados al clima, como el desorden afectivo estacional (SAD), trastorno que suele aparecer al comienzo del otoño o del invierno y entre cuyos síntomas se incluye depresión, falta de energía, disminución del interés o aumento del apetito y, como consecuencia, también del peso- y que hasta ahora se creía que se producía exclusivamente por la disminución de la luz solar en los meses más fríos.
El presente estudio indicaría que, además, las bajas temperaturas también contribuirían a la aparición de sentimientos de tristeza y de aislamiento. Quedaría por comprobar, por último, si también está relacionado con los altos índices de suicidio en los países nórdicos, y así mismo, con la “fuga” o “migración estacional” de los habitantes del norte a los países más luminosos y calurosos del Sur, además de algunos elementos asociados tradicionalmente a las culturas “mediterráneas” como la tendencia (tristemente cada vez menor en nuestras grandes ciudades) a establecer relaciones familiares y sociales extensas y frecuentes, y la imagen de alegría, de gusto por la vida, que hacen a esta parte del mundo más atractiva para los foráneos. Sólo habría que volver a redescubrir este modo de vida y fomentarlo, combatiendo de esta forma el cada vez más extendido individualismo y la soledad con el “calor humano”.
Cristina Díaz
Los psicólogos Chen-Bo Zhong, y Geoffrey Leonardelli, de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, en Canadá, han demostrado la existencia de una correspondencia real entre el aislamiento social y el sentimiento de soledad, y por otro lado, la percepción de una bajada de temperatura del ambiente que nos rodea. También han demostrado que, ante la soledad tendemos a preferir algo caliente. Además este estudio puede ayudar a explicar el llamado “desorden afectivo estacional” que produce depresión y desgana a la entrada del otoño.
Para probar esta relación, los dos psicólogos dividieron a un grupo de voluntarios en dos subgrupos. A los componentes de uno de éstos se les pidió que recordaran una experiencia personal en la que se hubiesen sentido socialmente excluidos como, por ejemplo, la expulsión de un lugar público. De esta forma intentaron producir en ellos sentimientos de aislamiento y soledad. A los participantes del segundo grupo se les pidió que recordaran experiencias en las que se hubieran sentido aceptados.
Posteriormente pidieron a los dos grupos que hicieran una estimación de la temperatura que, según ellos hacía en la sala en que se encontraban. Aquellas personas que estuvieron pensando en experiencias de aislamiento social fueron las mismas que señalaron sentir más frío en la sala, llegando a haber una variación en las valoraciones entre los 12 y los 40ºC. Es decir, que el simple recuerdo de una experiencia de exclusión social realmente les provocó la sensación de que la temperatura ambiente era más fría frente al resto de los participantes que se habían sentido integrados.
En un segundo experimento, provocaron estos sentimientos de exclusión a través de un juego de ordenador, diseñado para que a algunos de los jugadores se les tirase muchas veces una pelota en pantalla, mientras que a los otros no se les tiraba la pelota y quedaban fuera del juego.
Después, se les pidió a los participantes que expresaran lo que en aquellos momentos les apetecería beber o comer; de nuevo los resultados sorprendieron a los investigadores, pues los jugadores “marginados” tendieron mucho más a preferir una sopa o un café calientes que el resto de los jugadores, lo podría deberse al sentimiento psicológico de frío provocado por el haber sido aislados en el juego.
Los científicos señalan que con estos experimentos se abre una nueva vía de exploración acerca de la relación entre nuestra psique y nuestra percepción del ambiente, y que se podría vincular a ciertos desórdenes mentales asociados al clima, como el desorden afectivo estacional (SAD), trastorno que suele aparecer al comienzo del otoño o del invierno y entre cuyos síntomas se incluye depresión, falta de energía, disminución del interés o aumento del apetito y, como consecuencia, también del peso- y que hasta ahora se creía que se producía exclusivamente por la disminución de la luz solar en los meses más fríos.
El presente estudio indicaría que, además, las bajas temperaturas también contribuirían a la aparición de sentimientos de tristeza y de aislamiento. Quedaría por comprobar, por último, si también está relacionado con los altos índices de suicidio en los países nórdicos, y así mismo, con la “fuga” o “migración estacional” de los habitantes del norte a los países más luminosos y calurosos del Sur, además de algunos elementos asociados tradicionalmente a las culturas “mediterráneas” como la tendencia (tristemente cada vez menor en nuestras grandes ciudades) a establecer relaciones familiares y sociales extensas y frecuentes, y la imagen de alegría, de gusto por la vida, que hacen a esta parte del mundo más atractiva para los foráneos. Sólo habría que volver a redescubrir este modo de vida y fomentarlo, combatiendo de esta forma el cada vez más extendido individualismo y la soledad con el “calor humano”.
Cristina Díaz
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